Luis
Manuel Díaz, joven guariqueño, político de vocación democrática, hombre de
extracción humilde cuya cédula de identidad solo exhibía su apellido materno,
insospechable de pertenecer a una presunta “oligarquía de derecha”, adherente
del 80 por ciento de la opinión del pueblo que clama por un cambio pacifico en
el país, cayó abatido por la bala cobarde de los sembradores de miedo.
Su grito
de protesta fue ahogado, su vida fue el precio que el régimen cobró por su
opinión. Cayó como en los tiempos
decimonónicos, cuando “Los caudillos arengaban a ganar las elecciones por la
plata, por la tumba, por el voto o el puñal”, como narraba un viejo tango
argentino la brutalidad en los tiempos del Tirano Rosas. Hoy, en el cuerpo de
este joven dirigente hundieron el puñal del atraso, de la barbarie que desde el
poder hala hacia atrás el carro de nuestra historia.
El “Estado secuestrado” -como lo llamaría Hanna Arendt- no tardó en dar su versión de este crimen en la voz del propio Golem gobernante, quien sentenció que la victima había muerto en una acción de sicariato por un ajuste de cuentas. O sea, un delincuente menos, de los que por docenas caen a diario en las calles del país. Por fortuna, las manipulaciones de la verdad no resisten hoy el poder de la tecnología de información, de las comunicaciones y el periodismo. El mundo entero conoció prontamente las circunstancias reales de este asesinato, de esta “herida de muerte a la democracia” como la calificó Luis Almagro, Secretario General de la OEA.
Honremos
la memoria de Luis Manuel con aquella tenaz expresión del Presidente Roosevelt:
“De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo”.
Ramon
Peña
ramonpen@gmail.com
@ramonadrian42
Caracas -
Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario