La Asamblea Nacional
es el poder más legítimo y de legitimidad más reciente.
Es la nueva plaza
pública, en la cual se debate con la inestimable presencia de los periodistas.
Con puertas abiertas para que las demandas se dirijan, a veces con
posibilidades de congestión, hacia la nueva ágora. Mientras tanto, el Ejecutivo
está en una ruta de colisión con la AN: un poder nuevo ejerce sus atribuciones
y el régimen dictatorial ha dicho que no lo acepta. Por tanto, habrá refriega.
No será un
encontronazo entre iguales. Habrá una desigualdad política y una desigualdad
derivada de la fuerza bruta. La primera, por el hecho de que la AN está
aplicando la Constitución de 1999 (Constitución pésima, salvo en derechos
humanos y descentralización, pero es la carta magna aceptada) que le permite
interpelar a funcionarios, debatir temas, elaborar leyes –entre estas la que
concede la propiedad sobre la vivienda a los de la misión correspondiente-,
investigar la doble nacionalidad de Nicolás Maduro y propulsar la libertad de
los presos políticos. Desigualdad política favorable a la democracia porque la
AN se ve decidida a ejercer sus funciones y el gobierno, exangüe, se alza en su
contra.
La segunda
desigualdad es la de la fuerza bruta. Maduro, en la onda cómica, usa su bufete
particular, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo, para revestir con
andrajos de leguleyos la brutalidad de la acción dictatorial. Así, va a
intentar desobedecer. Apelará a “la rebelión contra la derecha”, usará la
plastilina constitucional que aplican los magistrados y recurrirá –si puede- a
un apoyo militar, hoy precario. La ventaja fáctica del régimen consiste en que
tiene las escopetas y cachiporras.
En estas
circunstancias la AN se propuso activar los mecanismos para el reemplazo de
Maduro en el primer semestre de 2016. No lo ha escondido y el debate está
abierto. Como cuando Petare se llena de nubarrones y en Catia saben que habrá
tempestad, así se puede anticipar el conflicto entre un poder que nace con
apoyo popular y un poder que muere de mengua, sin soporte, con sus mafias en
plena fiesta caníbal.
La AN es el pivote
que articula el reemplazo del régimen, lo que significa un complejo proceso de
transición hacia la democracia, deseablemente pacífico, que conducirá a
elecciones presidenciales anticipadas.
Para recuperar el
Estado náufrago de cuyo madero flotante se aferra Maduro, el centro
constitucional que es la AN se tendrá que convertir en centro constituyente,
reorganizador y refundador de los poderes del Estado.
Carlos Blanco G.
@carlosblancog
www.tiempodepalabra.com
El Nacional
Caracas - Venezuela
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