La enmascarada pretensión del régimen por seguir enredando al país con determinaciones que violentan el Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, ha rendido frutos rojos. Pero de rojo sangre.
Engorroso dilema éste, cuyas
razones no siempre se hallan en el ejercicio de la política. Hay otras causas
que explican la disyuntiva en la que se debate la democracia, o se impone la
tiranía. Sobre todo, por el peligro que encausa un sistema político perturbado
por la anomia dominante. Es decir, afectado por la grosera incapacidad que
exhibe el estado de desorganización social dominante al inducir al aislamiento
del individuo de manera que su comportamiento luzca al margen del civismo y de
la moralidad.
En Venezuela, padecer las
angustias que esta dualidad ha generado, devino en situaciones de serias y
peligrosas implicaciones. Así se ha vivido, y sigue viviéndose, a pesar de lo
establecido por la normativa constitucional y buena parte de leyes orgánicas
que dictaminan formas y normas de convivencia democrática. Pero más ha podido
la falta o incongruencia que adolecen las reglas sociales, para que Venezuela
haya sucumbido ante las exigencias del desarrollo que pauta el discurrir de la
democracia.
Desde el mismo 4-F, 1992, fecha
ésta en que algunos militares pretendieron subvertir el ordenamiento
constitucional con la machacona excusa
de “(…) recuperar la funcionalidad institucional del país, tanto como de la
administración del erario nacional”, se escucharon voces agoreras que presumían
exhortar actitudes de rescate de la democracia. Sólo que los procedimientos
empleados, pusieron el descubierto el talante conspirativo y de
envalentonamiento de quienes se dieron a la tarea de usurpar el estado de
derecho con la amenaza de bayonetas. Pero bajo el efecto del plomo escupido por
fusiles y ametralladoras. Noviembre de ese mismo año, fue fiel testimonio de
ello. Aunque vale destacar que muchos de quienes para entonces se ufanaron de
un comportamiento ungido de rebeldía patriótica, después mostraron, y continúan
haciéndolo, una conducta totalmente cuestionable dado el grueso de mañas que adquirieron
en las alturas de un poder casi omnímodo. Este desenfreno se vivió, al amparo
de los recursos provenientes de la exagerada renta petrolera que tuvo el país
durante los dos primeros quinquenios del siglo XXI. Y que fue aprovechada a
favor del populismo implantado el cual degeneró en un autoritarismo de infausto
discurrir.
La estructura social, aunque
llegó a trazarse importantes metas, que además vino bosquejando la sociedad
venezolana, terminó convirtiéndose en especie de “mascarón de proa” para
avanzar propuestas de desarrollo. Pero sin viso alguno de libertades, capaces
de permitir la expansión de proyectos personales y empresariales, la soberbia
del régimen pudo más el clamos popular. Lejos de permitir ideas enmarcadas por
intenciones políticas diferentes, el alto gobierno ni siquiera tuvo la
gallardía y el civilismo de dar una tregua en el fragor de una feroz ofensiva
contra la democracia.
La arremetida que el Ejecutivo
Nacional y los poderes públicos subordinados al cenáculo asentado en Miraflores
han declarado cuando hablan de “radicalizar la revolución”, se plantea como que
si gobernar fuera un asunto particular. Como que si ello estuviese supeditado
al visto bueno de una cúpula sorda ante los clamores populares. De ahí que las
crisis política y económica que agobian al país, se explican en la fractura que
se tiene entre la base social y la alta gerencia política nacional. Cada vez
que el entorno social plantea cambios significativos en economía, por ejemplo,
no hay forma alguna de que esa cúpula gubernamental responda de forma expedita
a tales solicitudes. No hay voluntad de respuesta ni de atención. Es solamente,
el criterio del alto gobierno el que se impone. Además, con ínfulas
monárquicas.
La enmascarada pretensión del
régimen por seguir enredando al país con determinaciones que violentan el
Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, tal como lo estipula la
Constitución Nacional, ha rendido frutos rojos. La crisis agroalimentaria, de
salud, los saqueos y la anarquía, están a la orden del día. Por eso, muchos
gobiernos sugieren a su gente no viajar a Venezuela ante la ola de problemas
que tiene encima. Y no es que no tenga cómo resolverlos. Más grave aún,
teniendo la forma de evitarlos, se hace la vista gorda lo cual hace que las
situaciones se exasperen sin que la ciudadanía pueda frenarlas.
Ahora, con la decisión de un
Tribunal Supremo de Justicia obediente al dictamen presidencial, la situación
política se ve enardecida. La confrontación que se ha generado entre poderes de
equivalente ascendencia política y autoridad constitucional análoga, aunque con
distintos escenarios, puede ser anuncio de pretendido un autogolpe de Estado.
El TSJ está abalanzándose contra el propio texto constitucional. Esto hace ver
a un régimen cuyo sentido de actuación, conforme al ordenamiento jurídico
constitucional, pareciera resbalarle. De hecho, sus decisiones tienden a
desconocer la autonomía del Poder Legislativo lo cual terminaría por desgarrar
los principios sobre los cuales se cimienta la concepción de un Estado
respetuoso de la preeminencia de los derechos humanos, la ética y del
pluralismo político. Lo contrario, sería un atentado contra principios morales
y valores políticos. Por eso, cualquier infracción encubierta o disimulada
desviada de la razón constitucional, será una manera de preguntarse hacia cuál
destino político y económico se conduce el gobierno nacional. ¿Democracia o
tiranía?
VENTANA DE PAPEL
ENTRE OSCURANAS Y HAMBRUNAS
En Venezuela, no solamente se pervirtió la moralidad, se contaminó la
responsabilidad gubernamental y se derrapó la precaria paz. También se
extinguieron los derechos fundamentales tanto como los derechos humanos. Todo
ello, a consecuencia de la escasa sensatez y cuestionada idoneidad de quienes
desde el gobierno central se ocuparon de tantos asuntos distintos de los que le
fueron delegados electoralmente. Esto hizo que el país se perdiera entre las
múltiples dificultades que le han asaltado desde el mismo primer día que estos
gobernantes se alzaron con el poder.
Ahora, con apesadumbrada actitud, deberá reconocerse el mal estado en
que se halla el país. Gracias a la impunidad desatada, las cárceles se
convirtieron en recintos cuya capacidad armada coloca estas dependencias por
encima de la fuerza policial. Casi igual a la capacidad militar. Tanto así, que
el gobierno se hace de oídos sordos ante actos de indignante soberbia. Sobre
todo, cuando las apetencias de los presidiarios se ven frustradas por causa de
algún impedimento extemporáneo que perturbe sus retorcidos planes.
La delincuencia se transmutó en otra fuerza cuya capacidad de acción, es
inmediata y de un abismal margen operativo. Es tal este problema, que Venezuela
pasó a ocupar los mayores índices de violencia registrados por país alguno.
Estos productos, “hechos en socialismo” desarreglaron a Venezuela al extremo
que su recuperación será una tarea de mucho tiempo, gran dedicación y entera
voluntad política. No conforme con tan ingratos y degradante resultados, el
régimen se ha empeñado en asfixiarle más aún la vida al país. Así que
valiéndose de la torpeza de sus funcionarios, especialmente de aquellos que se
desempeñan en niveles estratégicos de la gerencia pública, apelaron a una
fantaseada “guerra económica”. Aunque también, a las condiciones climáticas
actuales. Con esta razones, ha elaborado medidas de mengua de la electricidad
servida por la empresa estatal Corpoelec.
En consecuencia, anuncia que volverá a racionarse la electricidad lo
cual no es otra cosa diferente de avisar que vendrán tiempos de oscurana. De
manera que la inseguridad será una variable que seguirá estando exenta de la
atención gubernamental. Asimismo, sucederá con la alimentación. Precisamente,
por causas que sólo pueden explicarse desde los espacios de improductividad que
han venido ampliándose por las deudas que mantiene el gobierno con los
proveedores lo cual ha devenido en la falta de materia prima. También, de
líneas de crédito para asegurar la movilidad del hoy decaído sector de la
producción.
Ahora, cuando el país se hizo más dependiente de los precios petroleros,
que además están casi “por el suelo”, los problemas se acumularon al lado de
otros de nuevo cuño cuya pegada es tan letal como los preliminares. Lejos de
privilegiar el trabajo productivo, el régimen se redujo a hacer meros
paliativos en una infraestructura bastante vetusta. La ausencia de factores que
incentiven el desarrollo nacional, contribuirá a empeorar la crisis que se
padece. El gobierno se verá apurado a vaciar los anaqueles que todavía quedan
para hacer ver que todavía hay algo. El país tendrá que adoptar posturas que le
permitan defender lo que le queda de movilidad. Pero de seguir el régimen
insistiendo en la descomposición planteada, el país podrá verse acorralado
entre oscuranas y hambrunas.
“Aún cuando hay quienes piensan que entre democracia y tiranía hay ciertas semejanzas, es preferible la democracia a vivir oprimido por un pensamiento único y un partido único. Porque mientras en democracia las libertades son derecho, bajo un régimen despótico son excepciones. Y eso, para unos pocos…cuando adulan al gobernante”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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