LA PASIÓN DE APRENDER
De muy poco van a servir los cambios curriculares y los esfuerzos de
dotación de textos y computadoras, si no
cambiamos la cultura escolar y
comenzamos a entender que el papel del educador
no consiste en enseñar, sino fundamentalmente en provocar las ganas de
aprender de sus estudiantes. Esto va a
exigir un cambio fundamental en los procesos de formación, tanto inicial como
permanente, de los educadores. Se trata, nada más y nada menos, de
pasar del aprendizaje de la
cultura a la cultura del aprendizaje. En educación, necesitamos menos imposiciones y más construcción de deseos.
Menos rituales, formatos y rutinas y más sentimiento, más pasión, más sentido
común. Si es evidente, como nos lo
señalara Freinet hace ya muchos años, que no podemos obligar a comer al que no
tiene hambre, no podemos enseñar si no
despertamos el hambre de aprender.
Albert Camus, filósofo y premio
nóbel de literatura, nos recuerda en su
novela póstuma “El primer hombre” la
monotonía y el aburrimiento en su liceo, donde la mayor parte de los
profesores pretendían obligarles a comer
un alimento insípido y desabrido que
habían preparado para ellos sin despertarles
el hambre. Pero Camus recuerda
que había un maestro especial, Monsieur Germain, “que provocaba en nosotros el
hambre de aprender”. Y esto era posible porque ese maestro provocador del
hambre, era un verdadero hambriento de
nuevos aprendizajes y descubrimientos. Cada clase era una aventura y cada descubrimiento, en vez de
saciar su hambre, se la alimentaba. Sus clases resultaban apasionantes porque Mr. Germain era un
apasionado de la educación. Los alumnos disfrutaban y aprendían en ellas,
porque el Sr. Germain disfrutaba
enseñando.
Escuelas, liceos, universidades
¿despiertan el hambre de aprender? Los facilitadores de tantos talleres y los
ponentes en encuentros y congresos pedagógicos ¿son
personas hambrientas de nuevos conocimientos y son capaces de provocar en los
participantes su propia hambre, o son meros expositores sin alma y sin
pasión?
Hoy, son cada vez más las
personas que, conscientes de que la educación se ha extendido mucho pero es una
educación muy pobre, hablan de la
necesidad de una “educación de calidad”,
con lo que vienen a reconocer que la educación está muy lejos de responder a
sus objetivos esenciales. Si bien son
muchas las formas de entender la calidad, para mí la educación es de
calidad si forma personas y ciudadanos de calidad.
Educación que despierta el gusto por aprender a lo largo de toda la vida,
que fomenta la creatividad, la crítica, la libertad y el amor. Educación que capacita
para vivir y convivir, para defender la vida, de modo que todos podamos vivir con dignidad.
Educación que prepara a las personas y comunidades ya no
para acomodarse a los cambios, sino para orientarlos a favor de un
proyecto de construcción de otro mundo posible en el que prevalezca la justicia,
la inclusión, la democracia, el respeto a la diversidad y la paz. Educación
orientada no meramente a formar los
profesionales que el mercado necesita
sino los seres humanos que
requiere una sociedad libre y profundamente democrática.
Armados de una ciencia profundamente humanista y de una conciencia social que les permita transformar creativamente su comunidad y su país.
Antonio Perez Esclarin
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia - Venezuela
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