jueves, 23 de febrero de 2017

LUIS MARIN, EL LEGADO DE OBAMA, CASO ESTADOS UNIDOS

MUCHO RUIDO Y POCOS NUECES

Los venezolanos recordaran a Barack Hussein Obama II por haber decretado que este país es “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos” por lo que declaró “una emergencia nacional para hacer frente a esta amenaza” y luego no haber hecho nada al respecto.

Salvo las medidas dictadas inicialmente contra siete funcionarios, lista que se ha ido ampliando más por presiones del Congreso que por iniciativa de la Administración, pero aquellas siguen siendo las mismas, que no son sanciones propiamente dichas, porque si privar de visa fuera una sanción entonces la mayoría de los pocos venezolanos que las solicitan estarían sancionados; como el bloqueo de bienes, que presupone tenerlos en EEUU y que no impide que, por ejemplo, si alguno falleciera, sus herederos pudieran reclamarlos, por no decir que con toda seguridad los tienen a nombre de terceros.

Luego la Administración terminó casi que disculpándose por haber dictado el Decreto, ante el escándalo del Foro de Sao Paulo, aduciendo que ciertamente Venezuela no es una amenaza creíble para EEUU, pero tenía que hacerlo así porque es un requisito exigido por leyes de emergencia que permiten aplicar sanciones económicas, o sea, que es una cuestión de mera forma.

La disculpa es más bien una confesión, porque si se decreta que es amenaza quien en verdad no lo es, sólo por cumplir requisitos establecidos para la aplicación subsecuente de normas concatenadas, en español eso se llama fraude a la ley, esto es, modificar deliberadamente los factores de conexión establecidos en las leyes para conseguir la aplicación de aquellas que sean más favorables a la realización de los propios deseos, burlando una restricción legal. 

La motivación del Decreto es la violación de DDHH, corrupción pública significativa y la inexistencia de un mínimo democrático en Venezuela y si bien es necesaria una alta elucubración para entender cómo es que esto amenaza la seguridad nacional y la política exterior de los EEUU lo más arduo es hacerlo compatible con la política de apertura al régimen de Castro, responsable directo de todos aquellos desmanes.

Si hasta la Conferencia Episcopal de Venezuela ha llegado a la conclusión de que la causa de este desastre es la imposición de un modelo totalitario, plasmado en el llamado Plan de la Patria, que no es otra cosa que la implantación del castrocomunismo en este país, cabeza de puente para su expansión a todo el continente. 

Así sacaron a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo porque hacía seis meses que no participaba en esas actividades y, según el New York Times, renunció a sus relaciones con organizaciones terroristas; aunque es público y notorio que el secretariado de las FARC vive a cuerpo de rey en La Habana, junto a los Panteras Negras, los Macheteros de Puerto Rico y cualquier otro terrorista de ranking mundial. 

Ni por asomo aparecen las palabras comunismo, guerrilla, islamismo, yihad, que no calzan en la retórica de Obama; pero lo más inquietante es que no perciba violaciones de DDHH, corrupción pública significativa e inexistencia de un mínimo democrático, en Cuba. 

Todo el cambio de enfoque de su política hacia Cuba se basa en el supuesto de que las de diez administraciones anteriores “no funcionaron”; alguien debería decirle que la suya hacia Venezuela no solo no funciona sino que resulta payasesca.

Los funcionarios sancionados han sido todos recompensados por el régimen, elevados a la categoría de héroes de la patria y no parece que ni siquiera la exposición pública internacional haya disminuido un ápice la saña criminal con que siguen actuando. 

En cambio, sirve para la campaña propagandística más ridícula y falsaria de la historia, en la que se muestran pescadores de Margarita, indios del Amazonas, campesinos de los llanos, ancianos, niños (pero ni uno solo de los corruptos sancionados) clamando: “¡Obama, deroga el Decreto ya!” 

Cuando se hace una falsificación, lo que queda en el mundo es lo falso, no lo que pretenden los farsantes. Ese es el legado de Obama y otros legados. 

AUTORRETRATO HABLADO

En su discurso de despedida de la presidencia el 10 de enero, Obama ofreció una oportunidad como pocas para hacer una condensada interpretación de contenido de la retórica izquierdista que es parte indisoluble de su mensaje. 

En general, el común denominador es la incongruencia entre la proclamada adhesión a una tradición fundamentada en “los principios de quienes crearon esta gran nación” y las proclamas revolucionarias, clasistas y racistas, que obviamente no tienen nada que ver con los “Padres Fundadores”, blancos, anglosajones, protestantes. 

En particular, habría que ir desgranando las frases dejadas caer aquí y allá como al pasar que son groseramente ambiguas y vagas, que no dicen lo que dicen, de manera que cada quien puede interpretarlas como convenga o según se ajusten a sus prejuicios, mezcladas con medias verdades y francas mentiras.

Valgan unos pocos ejemplos: Si les hubiera dicho hace ocho años “que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo cubano”. ¿Qué significa eso? No parece ni bueno ni malo “un nuevo capítulo”; pero, ¿con el pueblo cubano? Es una flagrante falsedad. Obama nunca se reunió ni pactó nada con el pueblo cubano sino con Raúl Castro. Los afiches con los que empapelaron La Habana lo exhiben con el tirano, respaldándolo, ante ese pueblo oprimido que quizás haya sentido tanto o más desencanto que el venezolano. 

Y continúa: “que cerraríamos el programa nuclear de Irán sin disparar un tiro”. Esta sí que es una mentira escalofriante. El programa nuclear de Irán nunca ha sido cerrado, ni siquiera suspendido. Si acaso recibió una tregua por diez años, lo que es significativo porque como se han cansado de advertir los expertos israelíes, sin que nadie escuche, es exactamente lo que hizo Mahoma en su canónica “tregua con la tribu de Quraish”. 

Un hecho histórico que se remonta al año 628, conocido como Tratado de Hudaybiyyah, que estableció una tregua por diez años entre Medina y Quraish y que Mahoma rompió tan pronto como tuvo la fuerza suficiente para aplastar a los infieles. Desde entonces los musulmanes hacen rutinariamente lo mismo “cuando el enemigo es duro y fuerte”, sólo mientras no puedan vencerlo. 

“Que íbamos a conseguir la igualdad en el matrimonio”. ¿Y esto qué es? ¿La igualdad entre marido y mujer? No puede ser que Obama consiguió eso. ¿O será su respaldo al llamado matrimonio Gay? Pero no lo dice claramente, sino que suelta algo de contenido difuso, muy propio de su estilo pero para nada puritano.

Si al principio dijo que el país se basa en “la idea de abrazarlos a todos y no sólo a unos pocos”, reitera que “unos pocos prosperan a costa de la clase media”, y que “nuestro comercio debe ser justo y no sólo libre”, deslizando la vieja contraposición socialista entre justicia y libertad, olvidando que quien sacrifica la libertad en aras de la justicia se queda sin ninguna de las dos. 

“Darle a los trabajadores el poder de fundar sindicatos para tener mejores salarios” es una posición ideológica que presupone que el nivel salarial es un problema político, de poder, y no económico, de productividad, que haya más torta que repartir y no más poder para quedarse con un pedazo mayor de la misma torta e incluso de una menor, que es lo que ocurre cuando se grava excesivamente la actividad productiva. 

Pero la verdad histórica es que los capitanes de empresa que “hicieron la grandeza de este país” tuvieron que luchar contra los sindicatos y derrotarlos a veces a sangre y fuego, porque la mentalidad sindicalista gira sólo en un ritornelo: reducir la jornada laboral (trabajar menos) y aumentar el salario (ganar más); y esto ha sido denunciado por los mismos marxistas: no en balde lo primero que hacen los comunistas cuando llegan al poder es desmembrar los sindicatos e imponer los propios. 

Si el clasismo de Obama es repugnante, su racismo es una burda impostura. No sólo porque sea hijo de mujer blanca y padre transeúnte que volvió a Kenya sin mayor nexo con EEUU, sin antecedentes de esclavitud, discriminación, participación en luchas por los derechos civiles o que haya nacido en Hawái, donde jamás hubo segregación racial o educado en Chicago, muy lejos del Sur y de plantación alguna; sino porque es el niño mimado de Harvard, que goza del favoritismo de la élite y del aplauso clamoroso y sostenido de la izquierda más exquisita, sofisticada, frívola e irresponsable del planeta. 

No obstante, puede articular su diatriba contra “los poderosos” desde el podio de la Presidencia, decir que después de su elección “se hablaba de una  nación post racial. Esa visión, por bien intencionada que haya sido, nunca fue realista”.

“Si cada cuestión  económica se enmarca como una lucha entre una clase media blanca trabajadora y las minorías indignas, entonces los trabajadores de la más diversa índole terminarán luchando por migajas mientras los ricos se retiran aún más en sus enclaves privados”. “Para los norteamericanos blancos significa reconocer que los efectos de la esclavitud y (las leyes) Jim Crow no desaparecieron repentinamente en los años 60”. 

El espíritu americano, la fe en la Razón y en la empresa, la primacía del Derecho sobre la fuerza, es “lo que nos permitió derrotar al fascismo y la tiranía durante la Gran Depresión y construir un orden posterior a la Segunda Guerra Mundial”. Es inevitable observar aquí un salto histórico interesado: lo que se conoce como Gran Depresión fue el crack económico de 1929 y entonces el desafío a la democracia lo planteaban el comunismo y el anarcosindicalismo. EEUU no entró en la II GM sino en diciembre de 1941, bien lejos de la Gran Depresión; pero el antifascismo es una obsesión izquierdista. 

En la actualidad el reto está planteado primero “por violentos fanáticos que dicen actuar en nombre del Islam” (sólo lo dicen), a los que habría que combatir desde una posición de principios, para no dejar de ser lo que somos. 

“Por eso hemos terminado con la tortura, trabajado para cerrar Guantánamo, es por eso que rechazo la discriminación contra los musulmanes estadounidenses (ovación, la más larga de todas). Aquí, a punto de extenuación, cabe advertir que no son los musulmanes quienes discriminan a los que llaman infieles, degüellan cristianos, ejecutan atentados suicidas, dicen que los judíos no pueden profanar el Monte del Templo “con sus sucios pies”, ni permiten a nadie siquiera pisar en Tierra Santa, que es toda Arabia, no, éstas son invenciones islamófobas: La verdad, de Obama, es que los musulmanes son los discriminados, doblemente, si son musulmanes negros.

El discurso de Obama es el exacto retrato de sí mismo. 

LA LISTA DE TRUMP
  
Es abismal la diferencia entre el inicio del período de Obama y el de Trump, aquél recibido con regocijo por los poderes mundiales al punto de que le adelantaron un premio Nobel de la Paz, no por lo que había hecho sino por lo que se supone que  podría hacer en el futuro; éste, con una rechifla universal que le anticipa un impeachment, algo sorprendente porque se supone que procede por actuaciones atinentes al cargo y para entonces todavía ni siquiera había tomado posesión; lo acusan de loco, amenazan con asesinarlo y hay quienes solicitan que sea depuesto por un golpe militar. 

La virtud hasta ahora inigualada de la democracia americana es la transferencia pacífica del poder de un presidente a otro libremente electo. Obama dice que “le prometí al Presidente Trump que mi administración garantizaría una transición sin problemas”; pero ¿es eso lo que está ocurriendo? 

Todavía antes de que asumiera el cargo ya había violentas manifestaciones en las calles de varias ciudades, generosamente replicadas en los medios, contra un gobierno que ni siquiera había comenzado, sin señal de que vayan a detenerse sino de todo lo contrario. 

Esto sí que es un gran cambio en la concepción de la democracia porque implica que las políticas de la Administración anterior no van a poder cambiarse por la siguiente, de signo contrario, porque eso terminaría con la paz de la República, ignorando así el voto de la mayoría, que antes era el estandarte de la democracia en América. 

El cambio lo marcó Obama al decir que la Constitución no es más que “un pedazo de papel”, que es la tesis de Ferdinand Lassalle, fundador y más influyente ideólogo de la socialdemocracia alemana, para quien “la esencia de la Constitución de un país es la suma de los factores reales de poder que rigen en ese país”. 

De manera que no tiene ningún valor inmanente, ni sagrado, sino que es la expresión del crudo balance de los poderes fácticos de una sociedad histórica concreta; bueno, eso no es lo que creían los “Padres Fundadores”, ni los Presidentes juran sobre una conjunción real de poder, sino sobre aquel venerable “pedazo de papel”. 

En Latinoamérica ya lo hemos vivido y observamos cómo se han establecido dictaduras perpetuas mediante el expediente de desestabilizar en la calle cualquier otro gobierno de modo que nadie pueda mantenerse en el poder sino el autócrata insurgente. 

Es el caso de Bolivia, Ecuador, Nicaragua; pero éstos son los últimos de la fila, nadie podía imaginar que esta táctica pudiera aplicarse a tan gran escala y en la primera potencia del mundo. Sin embargo, la izquierda ha comprobado que la temeridad rinde frutos inesperados en un mundo que premia la “post verdad” y donde la manipulación de las conciencias no parece tener límites. 

En verdad, ya lo hicieron cuando se lanzaron en una arriesgada campaña contra el establishment a favor del “Vietnam heroico”: todo el mundo se escandaliza por la conspiración de Nixon en Watergate; pero nadie repara en la conspiración contra Nixon que llevó a su derrocamiento, orquestada por el New York Times y el Washington Post. Algo semejante vimos en Venezuela con el derrocamiento de Carlos Andrés Pérez. 

De manera que es muy pertinente el aserto de Trump de devolverle el poder al pueblo, que ha desatado la furia de los poderes facticos, que pretenden aniquilarlo antes de que pueda hacer algo. 

Prometió revertir la apertura de Obama hacia el régimen comunista de Castro y ajustar cuentas con su filial en Venezuela, restableciendo el orden de lo principal a lo accesorio. Obama nunca dijo lo más importante: Que el Partido Comunista Cubano tiene que abandonar el poder como prerrequisito para cualquier transición en la isla.


Lo que está por verse es si Trump podrá llevar a cabo siquiera uno de los puntos de su lista de promesas: si manda el pueblo o el New York Times.

Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
Caracas - Venezuela

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