SOBREDOSIS
Una muy cruel forma de terrorismo está siendo puesta en
práctica desde hace ya algunos años y está dirigida al hombre de a pie. Ni a
los gobiernos, ni a los líderes políticos que dibujan el destino de las
naciones y lideran sus creencias. Al ser humano de la calle. Al que marcha o
recorre las calles en total desaprensión, con su cabeza puesta en el cumpleaños
del nieto o en los estudios de la hija, en la cena de la próxima noche o en la
máquina de lavar ropa que se averió, sin pensar que la muerte violenta le
acecha a la vuelta de la esquina. Al que no tiene culpa de nada de lo ocurre en
su país o en su entorno. Al diminuto componente de la sociedad que solo reclama
vivir en paz, tener un trabajo decente, dedicarse a su familia, salir de
vacaciones de vez en cuando o darle un pequeño gusto a los suyos con los bien
ganados ahorros.
Ya ni se trata de terrorismo organizado desde algún bunker
de malpensantes y radicalistas que sienten que el asesinato de ciudadanos puede
redituarle ganancias o adeptos a sus creencias extremistas. Cualquiera que
pueda tener un volante en sus manos puede arremeter contra la sociedad
desprevenida y hacerle pagar con sangre y con dolor las equivocaciones en las
que no ha incurrido, o la fobia segregacionista que nunca ha experimentado.
Cuesta entender cómo es que esta suerte de actuación de la parte de un
individuo solitario puede ser la consecuencia del dogmatismo de otros, el que es
abrazado por cualquier seguidor o por cualquier mente enferma y sembrar pánico,
desconcierto o desazón entre los particulares. Porque hasta allí llega la
planificación de quien usa al terrorismo como arma de convicción o de venganza:
intranquilizar a toda la sociedad para validar la fuerza de sus propias
convicciones. Castigar a cualquier pasante para demostrar la validez de sus
creencias.
Así ha sido en
Madrid, en Bruselas, en Paris, en Londres, en Otawa, en los meses y años
cercanos. En muchos lugares del orbe donde ya los seres anónimos no pueden
pasear ni trasladarse de un lugar a otro sintiéndose tranquilos. Es la siembra
de una percepción de zozobra generalizada, la que, además, obliga a las
naciones a gastar en seguridad lo que debería destinar al mejoramiento de la
calidad de vida de los ciudadanos.
Tal abyección se hizo evidente en el atentado de la capital
británica de hace apenas unos días. Las
fotografías del cuerpo de una mujer, de una peatona desaprensiva debajo de las
ruedas de un autobús es suficiente para pensar en los hijos, los hermanos, los
padres de este ser desconocido cuya vida le fue arrancada sustentado en ideales
mal entendidos- o la locura- de un desajustado al que se ha convencido de que
el crimen anónimo paga. La onda expansiva
de tal asesinato alcanza a su entorno, a ciudadanos que nunca pensaron en la
segregación racial, a hombres y mujeres que ignoran las creencias y la
inspiración de religiones diferentes a la propia, a seres humanos que no
conocen ni los postulados del Islam ni sus alcances.
El resultado de esta nueva forma de terrorismo va en
sentido radicalmente inverso a lo que sus perpetradores propugnan y aspiran
alcanzar en su batalla contra la islamofobia.
No es solidaridad sino rechazo lo que se genera en contra del criminal
y, de igual manera, en contra de la propia religión dentro de la cual
milita.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@BeatrizdeMajo1
Internacionalista
El Nacional
Miranda - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario