En las últimas semanas
ha habido una proliferación de artículos en los más influyentes diarios del
planeta en los que examinan con detenimiento la evolución de China en relación
con los Estados Unidos y el propio desempeño China en términos de su inserción
en la dinámica mundial.
Palabras más, palabras
menos, todos coinciden en que el gigante de Asia tiene una gravitación
importante y creciente en el mundo de hoy en casi todos los terrenos desde el
político, el social y el económico. Incluso consideran algunos que China le
disputará el liderazgo planetario a los Estados Unidos.
Paralelamente el otro
gran tema que está siendo examinado exhaustivamente es el carácter y la
personalidad del hombre que tiene en sus manos las riendas del país. El
escrutinio sobre la manera de hacer y de actuar al interior de su país de Xi
Jin Ping es tan determinante como el propio impulso histórico de su
crecimiento. Es decir, las particularidades de pensamiento del Jefe de Gobierno
chino pueden ser nefastas para el liderazgo que él mismo persigue para su país
en la escala planetaria.
Expliquémonos mejor. La
agenda china bajo el mandato de Xi está marcada profundamente por sus
obsesiones personales. Dentro de su pensamiento, el elemento más protuberante
es la creencia de que para que China sea fuerte es necesario borrar las
debilidades que su Partido Comunista ha ido adquiriendo con el advenimiento de
la modernidad. Si con este
fortalecimiento a ultranza Xi elimina todos los progresos que el país transitó
a lo largo de cuatro décadas desde el momento en que Den Xiaoping redujo el
poder del PC, poco importa. Es
imperativo para él asegurarse la más fuerte influencia del Partido en todos los
aspectos de la vida nacional. Ello va de la mano con su obsesión por
convertirse en el eje de cada comité del partido y por extender su gobierno a
todo lo largo de su propia existencia. Algo ya superado por China desde de los
días del poder de Mao.
Es claro que tal manera
de comportarse políticamente, que tal absolutismo se encuentra en franca
contradicción con las realidades del mundo dentro del cual China quiere
insertarse como un ejemplo.
Es en atención a esa
visión de China que se han estado imponiendo controles ideológicos en las
escuelas, limitaciones a la libertad de prensa a través de la coacción a los
medios de comunicación, injerencia de las fuerzas de seguridad en la vigilancia
e intimidación de los individuos y empresas, la persecución de religiones, la
represión política y las purgas dentro del partido y de las fuerzas militares
en aras de una actitud anticorrupción sin normas ni límites.
En plena globalización
como la que vive este siglo, el líder chino dice abrir la puerta al capital
extranjero mientras proliferan las actitudes xenofóbicas, se deteriora el
ambiente de negocios, se limitan las actividades de las ONGs.
Asi pues, mientras nos
admiramos del crecimiento vertiginoso del país chino y nos provoca envidia que
sigan manteniendo tasas de crecimiento que se acercan hoy al 7%, debemos
reconocer que existe una palmaria contradicción entre el ideario político que
allí se lleva a la práctica como consecuencia de la imposición del
gobernante-dictador y lo que reclama la sociedad global.
Queda, entonces, por
responder la pregunta que lanza al mundo el catedrático David Shambaugh de
George Washington University en su artículo “La China de Xi Jin Ping: ¿Cuánto
tiempo pueden durar acciones tan
retrógradas y represivas en medio de una sociedad mundial cada día más
saludable, globalizada y crecientemente sofisticada?
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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