Se
agota un año más del siglo XXI con una Venezuela inmersa en profunda crisis que
ni él gobierno, ni muchos de los que fungen como voceros de la oposición
parecen entender en sus justas dimensiones. Se trata de una compleja crisis que
puede identificarse en tres factores o elementos constitutivos de la misma: el
colapso del rentismo petrolero, la profunda crisis del sistema educativo, y la
crisis de valores y principios que representa la más grave amenaza a la
institucionalidad democrática y al futuro del país.
Pero
el análisis de esos factores no puede realizarse con una visión estática; es
decir sin tomar en consideración que el país está enfrentando un entorno global
de cambios que se mueven a velocidades exponenciales en todos los ámbitos del
quehacer humano. Se trata de la dinámica de innovaciones que caracterizan a las
nuevas realidades globales que son el signo emblemático de los nuevos tiempos.
Es por ello que estudiosos del tema como el sociólogo y expresidente de Brasil
Fernando Enrique Cardozo ha identificado ese proceso como un nuevo renacimiento
o una nueva revolución industrial.
Ese
dinámico escenario mundial es un condicionante referencial que impone la
necesidad de considerar en Venezuela la necesidad impostergable de promover una
Transición y un Genuino Liderazgo para impulsar las transformaciones requeridas
para que el país se deslastre de los errores del pasado y del presente y se
inserte adecuadamente en la ruta del progreso, es decir, se incorpore -al fin-
en el siglo XXI.
Pero
para entender a cabalidad la perentoria necesidad de la transición requerida, a
fin de echar las bases que nos permita superar la crisis y asegurar la
gobernanza del cambio, se requiere entender que, como país, estamos entrando en
una sociedad mundial sin fronteras y en una economía globalizada. Que estamos
en un proceso evolutivo hacia el agotamiento de la tradicional democracia
representativa que nació antes del telégrafo y el teléfono y, desde luego,
antes de la televisión, de las computadoras y de internet. Ahora en la
revolución de las telecomunicaciones y en la sociedad de la información y del
conocimiento se impone una nueva forma de democracia.
Esos
cambios que aceleradamente están surgiendo explican igualmente la crisis del
liderazgo político tradicional -casi generalizada globalmente-. Ahora los
ciudadanos bien informados y bien capacitados, gracias a las novedosas
herramientas de la información y el conocimiento, tiene oportunamente la misma
información de quienes aún pretenden fungir de representantes de las
comunidades; es por ello que ya empieza a lucir como obsoleta la tradicional
figura política de la representatividad, especialmente cuando, con frecuencia,
esos supuestos representantes de la colectividad, actúan más en función de
intereses personales, grupales y hasta crematísticos. Ahora está surgiendo un
nuevo tipo de liderazgo que debe confrontar más temas y novedosos retos, de los
que ocupaban a los lideres tradicionales, y entienden que -sin descartar los
fundamentos ideológicos-, el pragmatismo está influyendo sensiblemente en el
accionar de la nueva política.
Pero
igualmente en la sociedad de la información y del conocimiento que se está
configurando está surgiendo una nueva forma de gestionar el gobierno y la
tendencia a redimensionar el mismo, con la conformación de una nueva gobernanza
con limitado gobierno, ya que el ciudadano y la sociedad en general, ahora con
mejor acceso a la información y mayor capacidad para gestionar directamente la
solución de sus problemas, pueden reducir la injerencia de un poder central
-con frecuencia entrabador- lo que implica un cambio novedoso en el juego del
poder que está siendo característica de la nueva democracia. Una democracia que
tiende a ser más participativa y eficiente, operando en nuevas formas de Estado
y de gobierno más cercanos a los ciudadanos con un papel protagónico y
liberados de muchas de las trabas y restricciones de las tradicionales
instituciones de la vieja política.
Ese
proceso de cambios en la política y en la gestión pública es lo que Anthony
Giddens llama “democratizar la democracia”. Pero debemos resaltar que
democratizar la democracia supone promover el Capital Social representado en la
cultura cívica, la responsabilidad social, la ciudadanía y los principios
éticos. Lo que implica que para esos cambios la educación -a todos sus niveles-
adquiere una importancia de gran relevancia.
Así
pues, frente a la profunda crisis que existe en el país y la demanda de las
nuevas realidades globales, se impone el reto impostergable de lograr un sólido
acuerdo político y social para impulsar un proceso de transición que permita
-en un prudente plazo- promover con firme gobernabilidad, los fundamentos de un
desarrollo incluyente, deslastrado del rentismo y sustentado en el logro de un
capital humano bien educado y bien formado. Durante esa transición se debe
impulsar igualmente la reforma integral de nuestra educación para acoplarla a
las demandas del nuevo paradigma educativo que exige la sociedad de la
información y del conocimiento. Un paradigma académico en el que el educando
asume el papel protagónico del proceso de enseñanza-aprendizaje, con la notable
incorporación de las nuevas tecnologías de información, la robótica y la
realidad virtual. Pero igualmente esa nueva educación debe sustentarse en su
nivel primario en un programa alimenticio infantil que asegure cerebros sanos,
alimentados y motivados adecuadamente.
La
transición debe además orientarse hacia la construcción de los fundamentos de
la nueva democracia -una democracia de ciudadanos en la que ni el clientelismo
ni el populismo puedan germinar-. Una democracia afincada además en sólidos
principios éticos, como antídoto frente al cáncer de la corrupción. Todo lo
cual supone que ese acuerdo para la transición debe formularse sin resabios ideológicos
del pasado y sin pretender desconocer las nuevas realidades globales. Por lo
que para impulsar esa gesta trascendente se requiere de actores que,
parafraseando a Wisconsin Churchill, promuevan los cambios señalados pensando
en las próximas generaciones y no motivados por unas próximas elecciones.
Actores que entiendan además que, por encima de intereses políticos mezquinos y
el juego obtuso de la politiquería, deben responder en función del interés de
todos los ciudadanos y los grandes objetivos nacionales, y que en el ejercicio
político actúen para servir a la sociedad y no para procurar oscuros beneficios
personales
José Ignacio Moreno León
@Celaup
@Unimet
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