Desde sus inicios, la
oposición venezolana, mayoritaria por lo menos hasta hace poco, decidió sus
rumbos políticos y electorales basada en sus deseos y no en las condiciones
reales existentes para la consecución de estos. El voluntarismo y el
inmediatismo han caracterizado la conducta de esta oposición en estos largos 20
años. Su inatención a la elección de la Asamblea Nacional Constituyente de
1999, el paro general de 2001, el golpe de Estado de 2002, el sabotaje
petrolero de 2002-2003, la abstención electoral de 2005, estuvieron entre sus
primeros gravísimos errores.
Lejos de dedicarse a
crear las condiciones para derrotar electoralmente al gobierno, en unos
momentos en que eso era mucho más fácil que hoy, siempre buscó atajos que
demostraron ser contraproducentes para sus políticas de recuperar el poder.
Políticos supuestamente experimentados, como los de Acción Democrática, Bandera
Roja, Causa R, COPEI, se comportaron como gente inmadura en el análisis de las
situaciones existentes, siempre tratando de forzar acontecimientos que nunca fueron
exitosos.
Y parece que poco o nada
ha cambiado en este aspecto luego de todos estos años. En este momento, esa
oposición se debate en una discusión sobre unas fantasías, que para cualquier
persona medio pensante son totalmente absurdas. Han puesto sus esperanzas en
una serie de acontecimientos, que supuestamente pueden desprenderse del inicio
del nuevo período de sesiones de la Asamblea Nacional, el 5 de enero venidero,
y de la toma de posesión del presidente Maduro cinco días después. En ambos casos,
sus decisiones están muy amarradas a todo lo que han hecho interna y
externamente hasta hoy.
Se dedicaron, como
centro de su política, a deslegitimar las elecciones de alcaldes, concejos
municipales y, sobre todo, las presidenciales de mayo pasado. Impulsaron el
desconocimiento de lo que llaman la “comunidad internacional” de todos esos
procesos, por lo que ahora tienen que seguir esa línea, so pena de ser el
hazmerreír del mundo entero y de terminar de perder la
poca credibilidad que
tienen en el ámbito internacional. Esta absurda posición conduce además a
dificultar en grado sumo la unidad opositora, pues otra parte de la oposición
rechazó aquellos argumentos y el llamado a abstención efectuado. ¿Cómo hace
Henri Falcón, por ejemplo, para no reconocer al Presidente electo en mayo si se
midió con él en esas elecciones?
Desconocer la elección
de Nicolás Maduro equivale a retroceder tres años en la política y volvernos a
situar en enero de 2016, cuando se trazó como hoja de ruta la salida de Maduro
de la Presidencia en el lapso de 6 meses. Pareciera que no se ha recorrido un
camino tortuoso, trágico y lleno de errores en este sentido, como para volver a
colocar el norte de la acción en sueños y ficciones. Desconocer a Maduro no
significa nada si no se tiene el poder para ejecutar esta decisión. Y ese poder
no se tiene ni interna ni externamente. Es repetir lo mismo que se hizo, sin
ningún efecto, cuando se dijo que Maduro no era Presidente porque tenía doble
nacionalidad, cuando se declaró el abandono de cargo del Presidente y cuando
finalmente se lo destituyó. Ninguna de esas decisiones pudo ejecutarse. ¿Cómo
ahora se pretende repetir lo mismo? ¡Increíble!
Algunos, sin embargo,
pudieran tener una agenda oculta, para la cual el desconocimiento de la existencia
de Presidente pudiera tener sentido. No olvidemos la denuncia efectuada por
Maduro, sobre el entrenamiento de unos 700 combatientes en una base colombiana
cercana a la frontera con Amazonas. Esta fuerza, preparada y armada por el
gobierno del vecino país, pudiera ser utilizada para acciones militares en
nuestro territorio, que en algún momento podrían generar una desestabilización
interna importante, con el consiguiente pronunciamiento militar contrario a la
permanencia de Maduro en el poder. Otro desenlace pudiera ser que en los
combates y las persecuciones, se produzcan enfrentamientos con el ejército
colombiano que obliguen a la necesidad de que una fuerza de paz o algo similar
intervenga en nuestro territorio.
Esta última nos
conduciría a una situación peor que todas las existentes hasta ahora y debería
ser rechazada vehementemente por los sectores patriotas. La oposición
democrática en la Asamblea Nacional debería aislar al extremismo violento
intervencionista. Así mismo, debería asumir su función política de ser el
centro del debate y las deliberaciones y reconquistar su autonomía y sus
funciones mediante una negociación audaz con el Ejecutivo Nacional. Ese es el
camino, no otro.
Luis Fuenmayor Toro
@LFuenmayorToro
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