Uno
de los secretos mejor guardado es el nivel de exposición con que China llega a
esta última turbulencia venezolana. Son muchos los medios y los centros de
investigación que han monitoreado, a lo largo de los tiempos revolucionarios,
la evolución de los empréstitos que la gran potencia le ha concedido al
proyecto populista caribeño sin que nadie pueda asegurar, fuera de Pekin y
Caracas, la verdadera situación del endeudamiento venezolano con sus socios
asiáticos.
Las
vicisitudes que China ha debido enfrentar de unos años a esta parte no son
pocas en este terreno, pero siempre elementos de carácter político y
estratégico han aconsejado, a quienes toman este tipo de decisiones, ser
amplios y condescendientes con sus socios en los refinanciamientos, sobre todo
porque un volumen considerable de la apuesta financiera contaba con un repago
en crudo y las cuentas nacionales venezolanas seguían cuadrando, aun cuando la
producción petrolera se iba adelgazando consistentemente.
Pero
hace rato ya que ni China ni Rusia aportan financiamientos frescos al gobierno
de Nicolás Maduro. Apenas se contentan con extender periodos de gracia a los
empréstitos vencidos y de nada han valido los viajes a Pekín y Moscú en 2017 y
2018 para tratar de abrir de nuevo el grifo ni de uno ni de otro lado. Es que
razones sobran para que, en lo que a China atañe al menos, la credibilidad, la
responsabilidad financiera y la eficiencia del gobierno de Nicolás Maduro y de
la estatal petrolera PDVSA se encuentre en entredicho. Una fuente de la empresa
informaba en diciembre pasado a El Nacional que no se está cumpliendo el
compromiso de pagar con crudo los viejos endeudamientos chinos y rusos sino en
un 50%.
De
allí que sea necesario atar esta mala coyuntura en la relación con Venezuela
con el difícil momento que atraviesa la planificación económica china. Hace un
par de semanas nos referíamos a la desaceleración que deberá enfrentar el
gigante de Asia, a la contracción de su propio consumo interno y a los efectos
mundiales del rifirrafe que mantienen con los Estados Unidos. La ortodoxia
económica lo que aconseja es mantener bajo control el repago de los colosales
endeudamientos otorgados a países en desarrollo, quienes, al igual que el resto
del mundo, estarán impactados económicamente por la crisis global.
Y
es así como la sensatez deberá prevalecer en China en su futura relación con
Venezuela y cobrar lo que se le adeuda será la prioridad con mayor peso. La
irreductible solidaridad política de antaño con la Revolución bolivariana
tendrá que pasar a un segundo plano. Cuando se perfore el secretismo que rodea
la realidad de las cifras envueltas en los empréstitos y las turbias
condiciones de los endeudamientos salgan a la luz, cuando del examen de los
contratos y negociaciones entre las partes se evidencien elementos de
corrupción que con frecuencia acompañan a estos compromisos, cuando exista
claridad meridiana sobre los procedimientos no cumplidos y las autorizaciones
no otorgadas en cada una de las inversiones conjuntas y en los fondos que
acompañaron las relaciones bilaterales, China tendrá frente a si un problema
mayúsculo a resolver. Y más, le vale en ese momento, haber actuado del lado de
quienes están dando por finiquitado el desorden, las ineficiencias, los
“negociados”, y el saqueo del país.
“Quien
a buen árbol se arrima…” no es un adagio chino, estoy segura, pero no dudo de
que la sabiduría milenaria que caracteriza al Imperio del Medio sabrá, desde
esta temprana hora, quien es su mejor aliado en la lejana y díscola Venezuela,
ahora en proceso de rehabilitación bajo la férula de Juan Guaidó.
Beatriz
de Majo
beatriz@demajo.net.ve
@beatrizdemajo1
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