Intentar una explicación que vincule violencia, incertidumbre, hambre y confinamiento, no es nada fácil. Sus imbricaciones e implicaciones, no sólo hacia adentro de sus ámbitos, también hacia afuera, hacen complicado el análisis. Sus múltiples variables, arrojan tantas lecturas como sean posible. Sobre todo, si dicha situación se revisa desde el contexto de realidades consideradas en lo político, lo económico y en lo social.
El caso Venezuela, luce especialmente interesante dado el grado de embrollo que muestra en toda su amplitud funcional-estructural. Aunque resulta vergonzoso aludirlo pues se trata de un país que en otrora fungió como extraordinaria referencia a decir en cuanto a su configuración y dinámica política, social y económica. La historia contemporánea, apoyada en comprobadas series estadísticas, es fiel exponente y evidente reveladora del nivel de gobernabilidad logrado. A pesar de translúcidas limitaciones que represaron algunos esfuerzos en la dirección del desarrollo pretendido.
La distancia en el tiempo, fraguó diferencias que hablan por si mismas sobre la desaceleración que devino en atraso contenido en el cuadro de miseria económica, degradación política y descomposición social que reflejó el país, adentrado el siglo XXI.
Las ofertas electorales que se desbocaron en aras de permanecer aferrado al poder, luego de 1999, año en que se impuso un proyecto político de enmarañada factura ideológica, de origen militarista, supieron jugar a la derrota del “capitalismo salvaje”. Así fue. Para ello, el movimiento político oficialista se apoyó en argumentos que, lejos de dilucidar problemas que atascaban razones que bien podían responder interrogantes acumuladas, se dirigieron a acentuar la incertidumbre que venía padeciéndose. Al mismo tiempo, los mismos argumentos apuntaron a enfilar acusaciones infundadas sobre el andamiaje del sistema productivo nacional. Fue la razón para que el régimen emprendiera acciones contra la institucionalidad nacional.
¿Cómo se descompuso la institucionalidad democrática?
De esa forma, florecieron causas para cambiar, casi radicalmente, la estructura política, económica y social. Incluso, la militar y policial sobre la cual descansaba el Estado venezolano. En consecuencia, el régimen en su afán de adueñarse de todo cuanto fuera factible, minó los caminos de la democracia justificando sus ejecutorias con alegatos legales forjados. Así procedió, a instancia de un poder único logrado con base en un fraguado reacomodo de leyes, resoluciones y dictámenes de usurpada factura política y jurídica.
La inseguridad comenzó a hacer de las suyas. La intimidación, consiguió espacio para desconcertar la fundamentación republicana. Por tanto, la ineptitud sumada a la improvisación, fungieron de brecha para que en su curso de desgracias, corrieran problemas que conjuraron la crisis de servicio públicos. Así vino la falta de gasolina, de gas doméstico de electricidad, de dinero en efectivo, de telefonía, de producción petrolera, industrial y agrícola, de alimentos, de la Internet, de agua, de transporte terrestre y aéreo. De servicios turísticos, de empleo, de funciones escolares y académicas. Además, de la ausencia de prensa libre, de paz, de salud. Y hasta de un “gobierno” solidario y ecuánime.
Por consiguiente, hizo su aparición (como nunca) el hambre. Así alcanzó ventaja en la caótica situación que empezaba a consolidarse. Fue la antesala para que, en medio de la crisis de acumulación y de dominación que venía agarrando impulso, ingresara el Covid-19 con su insolente desafío propio de “fanático perverso”.
Tan enredado escenario, se prestó para que el oprobioso régimen acentuara la represión y se instituyera como criterio de “gobierno”. Así pretendió reducir cualquier foco de resistencia. Para ello se sirvió de la calificación de “pandemia”, dictada por la Organización Mundial de Salud, OMS. Eso hizo que su incursión favoreciera el “confinamiento” impuesto a modo de “control social”. En consecuencia, aplicó medidas que dejaron ver el abuso de derechos de la población, supresión de la democracia. Así como apoyo encubierto al narcoterrorismo.
Fue el contexto mejor diseñado para que terminara de enturbiarse la crisis venezolana. Fue la mejor causa para que el país se viera en presencia de la combinación más letal prescrita por un ejercicio político atorado de poder. De poder, “maléfico”. Fue la ruta idónea para que Venezuela se atosigara de violencia, incertidumbre, hambre y confinamiento.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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