Reconciliarse con la idea de que el cambio político es un proceso –por tanto gradual, progresivo, con desafíos constantes y ocasionales repliegues- quizás ahorraría muchos despechos a los venezolanos. Habilitar un conjunto de acciones ordenadas hacia un fin, no puede hacerse de forma caótica; por el contrario, pide foco y persistencia. Recabar apoyos suficientes y relevantes, movilizar a la sociedad en torno a un proyecto nítido, construir redes, convencer a diversos sectores acerca de la necesidad de la alianza amplia e inspirada por valores democráticos, obtener gracias a ella la legitimidad y fuerza que hacen falta para ir socavando el poder de los autócratas, no es poca cosa; así como optimizar el respaldo internacional, procurar interlocución transformadora con miembros del régimen, moverse con gracia en los terrenos de la “política invisible” y facilitar potenciales escenarios de salida. Todas tareas que inscritas en una estrategia coherente exigen no sólo tiempo sino “Phronesis”, sabiduría práctica de actores dispuestos a aprovechar toda pequeña o gran oportunidad para consolidar avances a favor de la democratización.
Pero una ansiedad naturalmente atada al naufragio que vive el país, un “¡YA!” que repiquetea desde diversos flancos y que pérfidamente se incrusta en la piel y en las razones, pareciera quitarle oxígeno a esa posibilidad. Los logros concretos asociados a la vía electoral -únicos que la oposición puede exhibir hasta ahora- junto a su potente ritualidad, su capacidad pedagógica, simbólica y multiplicadora, terminan así arrollados por la “lógica” de la desesperación.
Poco o nada aporta la intransigencia de las “almas bellas” a la solución. Lo real es que enfrentar electoralmente a un régimen autoritario, lejos de adjudicar una carta imbatible de triunfo, constantemente plantea nuevos dilemas estratégicos, la escogencia entre alternativas poco atractivas que no siempre conducen a soluciones óptimas o definitivas. Ante la amenaza permanente no cabe ahorrar ninguna previsión, ningún esfuerzo: una epiléptica dinámica de participación/boicot sólo pone en riesgo el logro ya alcanzado. El gobernador opositor, verbigracia, es más vulnerable si el Consejo Legislativo termina controlado por una mayoría oficialista. Acumular capacidades por la vía electoral demanda entonces consistencia, tesón, cálculo de la eventual dificultad: si se vota hoy, hay que estar preparado para votar mañana. De otro modo estaremos condenados al vaciamiento endémico de fuerzas, al eterno recomienzo.
En ese sentido, no cabe esperar que una transición a la democracia se produzca por obra del puro voluntarismo o la desguarnecida ambición de poder; en especial si antes no se ha abordado a cabalidad ese conjunto de acciones tendientes a crear condiciones para que las asimetrías sean reducidas de forma efectiva. Lamentablemente -y tal como se anunció- los tiempos del “empate catastrófico” parecen haberse resuelto a favor del más trágico desempate, uno que deja al gobierno en control del coto interno y a la oposición ahogándose en sus menoscabos; víctima de errores que de no corregirse, según advierte el diputado Stalin González, la llevan “directo al abismo”.
A la habitual incontinencia de sectores que en 2019 blandieron la ruta de los tres pasos –una lista de deseos sin adendum metodológico, para ser más exactos- se ha sumado la propia incontinencia de su principal aliado y mentor. La tendencia al “caos como forma de vida” (Bolton dixit), ese apego por “la rutina del doctor Jekyll y Mr. Hyde” que, según Fareed Zakaria, vuelve imprevisible a Trump, en nada contribuyen a favorecer estrategias que trasciendan el corto plazo o que consideren medios distintos al abrupto “quiebre” militar. La mira puesta en la ilusión de una ruptura, de hecho, explicaría la falta de interés por una “gratificación aplazada” como la que remite a la ruta electoral: esto es, capacidad de eludir la tentación de la recompensa inmediata a fin de obtener un beneficio mayor a largo plazo.
La errática política de EEUU respecto a Venezuela, por cierto, lleva a recordar los traspiés de la administración Reagan en Nicaragua, su sostén al anárquico y violento desempeño de la Contra durante los años del gobierno del FSLN, todo ello contrastando con la virtuosa intervención de Contadora y la postrera, crucial firma de los Acuerdos de Esquipulas. Justamente, he aquí un caso que obliga a rastrear los antecedentes del célebre triunfo electoral de Violeta Chamorro en 1990. Hablamos de las elecciones generales de 1984, convocadas por el FSLN a fin de ganar espacios en la arena diplomática, aislar la política exterior norteamericana hacia Centroamérica, lograr el desarme de la resistencia anti-sandinista y acelerar el proceso revolucionario, como recuerda Álvaro Taboada Terán.
Gracias a la ventaja que brindaba el control feroz del aparato Estatal, el FSLN se alza con 63% de votos a favor de su candidato presidencial, Daniel Ortega, mientras 64% bendice a sus candidatos a la asamblea. En atención a los objetivos de la ruta electoral, sin embargo, no todo implicó pérdidas para la entonces fragmentada oposición (parte de la cual arrancó al gobierno el compromiso de celebrar elecciones periódicas “como condición sine qua non para concurrir a comicios de 1984”). Si bien esas elecciones “tuvieron una utilidad casi nula desde el punto de vista democrático inmediato”, dice Taboada Terán, “sirvieron para ejercitar a organizaciones partidarias no sandinistas” que siguieron trabajando en la articulación de intereses de vastos sectores sociales y creando bastiones de resistencia frente a los Comité de Defensa Sandinista. Toda esa labor sería vital más tarde, cuando en medio de la crisis interna, tras negociaciones nacionales e internacionales que incidieron en mejoras procedimentales (y en nuevos enfoques del apoyo norteamericano) se celebran comicios a los que concurrió 86,23% de la población, y en los que resulta ganadora la coalición opositora UNO.
Frente a ese inmediatismo que, en chusco rebote, acaba por alejar la solución, la transición nicaragüense (y su reversión autoritaria, incluso) deja valiosas lecciones, no simples invitaciones al calco. En tanto entraña compromiso de largo plazo a favor de conquistas acumulativas, la fórmula que implica voto-organización interna-mediación virtuosa de aliados-acuerdos, seguramente no tiene el mismo sex appeal de otros derroteros. Vale la pena, sin embargo, recalcular su fortaleza en nuestro caso, sabiendo que las opciones “sobre y bajo la mesa” son cada vez más difusas, y los frenéticos patrocinadores de quiebres, cada vez menos confiables.
Mibelis Acevedo D.
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