1. Creo que se cierra un ciclo en Venezuela que va de enero de 2014 a enero de 2021. Siete años es mucho, a veces demasiado, en la vida de cada ser humano. Sobre todo, si ese tiempo es de aflicciones; esperanzas que han ido, venido y vuelto a irse; destrucción catastrófica. Es un porcentaje importante de cualquier biografía; pero, en Venezuela, ha sido de asfixia creciente porque la libertad ha sido suprimida, salvo en espacios cada vez más pequeños y violentados, siempre atravesados por escaseces, temores y urgencias.
2.
Ha sido un período en el cual se ha intentado la salida del régimen de Maduro
por todas las vías que cada sector ha propuesto. En unos momentos se impusieron
unas; en otros momentos, otras. Las opciones que en la mesa se acogieron fueron
diversas y hasta contradictorias: vías electorales –participación y
abstención-, las vías insurreccionales civiles y militares, la presión
diplomática internacional; y, finalmente, la presión militar internacional,
localizada en el Caribe.
3.
El último gran intento fue el de nombrar a Guaidó como Presidente interino lo
que logró un unitario respaldo político nacional; una inmensa aprobación
popular; y un patrocinio internacional sin precedentes. Todo esto fracasó
también; en parte porque una vez que el interinato se asentó a medias, fue
interpretado de manera diferente por partidos políticos, cada uno arrastrando
la brasa para su sardinita. Unos pensaron que se habían conseguido una batea de
chicharrón que les pertenecía por derecho natural; otros le cayeron encima a
las empresas y recursos que pasaban bajo control del interinato; otros cuantos
se creyeron que de verdad eran gobierno y comenzaron a ejercer sus cargos más o
menos simbólicos con despotismo y sectarismo irreconocibles; y en general ese
gobierno que sólo se basaba en la legitimidad otorgada por los ciudadanos y la
comunidad internacional, se creyó el cuento de que le pertenecía a Guaidó y a
su partido, lo que lo enterró.
4.
Con el viaje de Guaidó y el interinato hacia la disolución se llevó en esa
torrentera a la Asamblea Nacional que presidía. Su continuidad no es un hecho
práctico –el régimen ocupa sus espacios, símbolos y recursos-, no es un hecho
político –no hay fuerza social que la respalde, salvo una parte de la opinión
pública, la que en general está más ocupada de otros asuntos- y tampoco
simbólico –el sectarismo, la ausencia de transparencia y las acusaciones de
corrupción al interinato se llevaron en los cachos esa ilusión de una AN
representativa.
5.
Maduro, por su lado, ha presidido con pompa y circunstancia el desastre a lo
Nerón. Amarrado dentro de la vestimenta que lo comprime, desde sus alegrías de
tirano, ve desde arriba cómo se quema la ciudad que su mentor le confió, ya
medio arrasada. Trata de lograr una estabilización en medio del caos y, en
cierta medida, lo logra. Por una parte, asumió la miseria ciudadana como algo
sobre lo cual no siente responsabilidad alguna porque es culpa del imperio; por
otra parte, con la ayuda de sus aliados ha encontrado formas de sobrevivir por
los caminos oscuros y tortuosos que le proporcionan cubanos, chinos, rusos,
iraníes y turcos; y finalmente, porque la dolarización salvaje permite el doble
negocio del lavado de dinero y la creación de islas de la fantasía domésticas,
así como es un alivio para centenares de miles que pueden recibir remesas.
6.
El gran resultado ha sido la creación de un sistema en el cual las piezas se
articulan como en un rompecabezas. El país se ha visto obligado a cohabitar.
Aclaremos: éste es un término usado entre nosotros para enunciar a quienes en
el campo de la política han estimado menos costoso convivir con el régimen que
derrocarlo; sin embargo, hay que decir, los ciudadanos se han visto obligados a
esta coexistencia forzosa; no les gusta Maduro, quieren que el régimen se vaya,
le atribuyen sus males, pero la vida cotidiana reclama un arreglo aunque sea
temporal con la adversidad. Y ese nivel cero de ciudadanía es lo que permite
expresiones de felicidad cuando se puede sacar el pasaporte, la cédula o la
licencia; cuando un empresario pasa por el pelotón de fusilamiento de los
trámites impuestos por los jerarcas; cuando alguien baja la cabeza con dolor
por la humillación y lo hace porque de ello depende su trabajo, su comida o su
espejismo de tranquilidad.
7.
La cohabitación se da también en muchos de los que están en el exterior, sea
por no hacer demasiadas olas que afecten a los suyos de adentro; sea porque
como funcionarios del interinato o de algo que tenga que ver con la situación
política interna, hayan encontrado una zona de confort; o porque los riesgos de
la acción política son obviamente menores desde el exterior, aunque pueden
comportar harto sufrimiento espiritual y material. Sí, hay sinvergüenzas; pero
no todo el que se aviene a la coexistencia es cómplice sino que puede ser
víctima por no ver las perspectivas que los líderes no pudieron, quisieron o
pudieron construir.
8.
Una vez que a Guaidó le entregaron todos los implementos para ganar, llegó un
momento en que agarró el bate, la pelota y los guantes y arrancó a correr. Jugó
solo y perdió. Sin embargo, el problema va más allá. He dicho en otros momentos
que no hay ni hubo estrategia compartida a lo largo de estos años; en unos
casos hubo divergencias reales y observables; en otros casos, con la apariencia
del acuerdo, unos dirigentes madurados con carburo se apropiaron privadamente
de lo que pertenecía a la lucha ciudadana y defraudaron.
9.
Como digo, la cuestión va más allá. Se pensó que los partidos podían dirigir y
desarrollar el objetivo propuesto o, al menos retóricamente compartido: el
desahucio del régimen. Aquí hay un tema de fondo: los partidos están diseñados
para actuar en democracia y funcionar para alcanzar el poder por la vía
electoral; los partidos son instrumentos políticos, ideológicos y electorales;
tiene expresión pública, militancia reconocida, casas de trabajo y eventos
regulares. No son instrumentos para derrocar un régimen. En las dictaduras
tradicionales todo estaba claro, los partidos estaban disueltos, salvo en
algunos casos que se creaban o mantenían aparatos políticos para una que otra
farsa electoral; en el caso venezolano, los partidos han sobrevivido (mal,
ilegales o al borde la ilegalidad) porque el interés de la Corporación Criminal
es mostrar su rostro falsamente democrático ante el mundo; pero, los partidos
no son organizaciones insurreccionales ni pueden serlo.
10.
El fin de este ciclo ha arrastrado a la Asamblea Nacional, al interinato, a los
partidos y a los modos de plantearse la salida del régimen. Hay quienes ven esto
y dan un salto atrás: vamos a las elecciones de gobernadores y alcaldes (para
obtener algo similar a lo obtenido por los que participaron en las elecciones
de Maduro en diciembre pasado); otros no saben qué hacer.
11. Este no saber qué hacer es indispensable, conveniente y tal vez promisor punto de partida. Claro que un evento inesperado puede saltar de cualquier rincón y alterar este panorama; pero, si bien lo inesperado es lo más seguro, el reconocimiento del fracaso, el estudio de sus causas, saber el nivel de desconcierto que se vive, pueden ser elementos indispensables para salir del hueco y, luego, volar.
carlos.blanco@comcast.net
@carlosblancog
Venezuela
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