En 1952 Von Braun, ex oficial de las SS del ejército
alemán y ex jefe del departamento de cohetería, le envió un proyecto muy
detallado a Harry Truman, entonces “su” presidente, sobre cómo debía ser la
colonización de Marte. Él fabricaría unos enormes cohetes capaces de
transportar una expedición de 10 naves espaciales que pudieran llevar 700
personas a bordo, más tres aviones de pasajeros que servirían para “amartizar”
en el planeta rojo. Por cierto, en la narración de Bradbury Marte estaba
habitado por unos marcianos propensos a enfermarse de los virus que infectaban
a los expedicionarios, como había sucedido en las colonizaciones en la Tierra.
En esa época se pensaba que entre los millares de planetas semejantes a la
Tierra habría vida como la que se encuentra en nuestro mundillo. Hoy la visión
es otra.
Esta historia se origina en varias crónicas
absolutamente terrícolas. La de Gustavo Coronel, un excelente escritor
venezolano, publicada en su blog (Las armas del Coronel) también titulada como
“El sentido de la vida”, y las vicisitudes de “Perseverance”, el vehículo que
en estos días explora la superficie de Marte en busca de alguna forma de vida
presente o pasada, y, además, evalúa si es un sitio colonizable, dado que,
aparentemente, contiene agua líquida, requisito (por ahora) indispensable para
la aventura de vivir.
En mi adolescencia, en los años cincuenta, había
perdido irremisiblemente la fe en el cristianismo, como cuento en mis memorias
“Sin ir más lejos”, pero no a buscarle un sentido a mi vida. Recuerdo que
busqué una respuesta en Unamuno (El sentido trágico de la vida), pero fue
infructuoso. Don Miguel sólo aportaba dudas y gritos filosóficos. Seguí con
Víktor Frankl (El hombre en busca de sentido), mas no encontré nada que me
devolviera la fe. Sólo hallé alguna coherencia en El fenómeno humano de Pierre
Teilhard de Chardin, un jesuita francés, paleontólogo, que estudiaba la
evolución, y llegaba a la conclusión de que algún día todos coincidiremos en el
Punto Omega. A partir de ese estadio de la conciencia universal comparece el
hombre de fe y el autor propone la segunda venida de Cristo etc. etc. con lo
cual, al menos para mi, dejó de ser interesante.
¿Y qué tal si el sentido de la vida está en la lenta
colonización del espacio sideral? En 1957 fue la primera vez que los seres
humanos lograron escapar de la atracción de la Tierra. Le llamaron Sputnik a
ese objeto cilíndrico lanzado por los soviéticos. En 1969 el astronauta Neil
Armstrong, norteamericano, a bordo del Apolo 11, puso su pie en la luna por
primera vez, a 300,000 kilómetros de la Tierra. Hoy estamos viendo las nítidas
imágenes de Marte, nada menos que a 55 millones de kilómetros, gracias a las
cámaras instaladas en “Perseverance”.
Al llegar a este punto siempre cuento la historia de
mi abuela María Altagracia (dominicana, claro ¿qué otra cosa podía ser con ese segundo nombre?).“Maricusa” para sus
familiares y amigos, culta lectora de Spencer. Su niñez transcurrió a lomo de
caballo a fines del siglo XIX. Pero, como vivió casi cien años, pudo ver,
asombrada, a “los americanos” caminando en la Luna. Un siglo no es nada para
las hazañas científicas o para el tiempo sideral. El Sol continuará dándole luz
y calor a la Tierra por varios miles de millones años más, hasta que se apague
como resultado del principio o ley de la entropía.
Naturalmente que podemos conquistar y colonizar Marte,
e incluso escaparnos del sistema solar y hasta de nuestra galaxia. No importa
si sólo hay vida en la Tierra. Mejor. Nuestra misión es llevarla hasta los
confines del Universo. Tal vez ése es el sentido de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario