De muy poco va a servir la dotación masiva de
computadoras y tablets a los estudiantes, si no cambiamos la pedagogía. Los que piensan que por dotar de computadoras
ya estamos mejorando la educación son unos ilusos pedagógicos. El mero
maquillaje no oculta la grave enfermedad de la educación. Pasa lo mismo con los
que creen que por incorporar el videobean en sus exposiciones ya son mejores
pedagogos cuando suelen limitarse a
leer de la pantalla lo que han tomado de
libros o textos digitalizados. ¿Y no es verdad que muchos supuestos trabajos de
investigación e incluso tesis de
maestría y doctorado son meros ejercicios de copia y pega, sin ninguna
elaboración creativa personal?
Diversas investigaciones
vienen demostrando, entre ellas la de la OCDE 2015, que la mera presencia y/o abundancia de
tecnología en el aula no mejora por sí sola el aprendizaje, y que están
fracasando las políticas tecnológicas
que no toman en cuenta debidamente la pedagogía. De ahí que está surgiendo un clamor cada vez
más generalizado que pide que “además
de tecnología, haya más pedagogía”. Para ello, es urgente introducir un enfoque
pedagógico que le dé un giro a la pedagogía tradicional y favorezca que sean
los estudiantes quienes elaboren el conocimiento de forma personal, original y
creativo. El reto está en integrar las nuevas tecnologías como recursos al servicio de la experiencia
de los estudiantes para que estos sean creadores de contenidos, saberes y no
meros receptores de los mismos. Se trata, nada más y nada menos, de pasar del aprender repitiendo a aprender
creando.
Por haber reducido la formación de los docentes a la mera
capacitación técnica para poder utilizar
las nuevas tecnologías, sin la debida
formación pedagógica para
utilizarlas creativamente, muchos
las usan para hacer las mismas tareas que tradicionalmente han realizado con
libros y pizarras: exponer los contenidos de forma magistral o indicar al
alumnado que realice ejercicios o actividades repetitivas. Se incorporaron
pero se utilizan bajo un modelo pedagógico
tradicional y de este modo se neutraliza su potencial innovador. No olvidemos,
sobre todo en estos tiempos que vivimos
intoxicados de información, que la
información solo se convierte en conocimiento cuando es interpretada y se sabe
utilizar apropiadamente. El conocimiento
en sí mismo es menos importante que lo que somos capaces de hacer con él. No es
más sabio el que más conocimientos posee, sino el que mejor los sabe utilizar
para orientar y gobernar su vida. En un contexto cada vez más complejo, cambiante
e incierto, el aprendiz requiere
curiosidad, resiliencia, confianza, capacidad de colaboración, crítica,
imaginación y creatividad más que capacidad de acumulación y repetición de
datos y habilidades mecánicas.
Una escuela plenamente integrada en la sociedad digital
debería ser una escuela en constante formación y reflexión. Una escuela que no cesa de
investigar, reflexionar, evaluar y promover cambios en la práctica docente. Una
escuela con capacidad para tomar decisiones y capaz de implementar cambios
importantes. Una escuela abierta a la sociedad, capaz de aprovechar todos y
cada uno de los recursos que nos ofrecen las nuevas tecnologías fomentando el
aprendizaje cooperativo, en red, la
investigación-acción, la apertura a la comunidad. Una escuela con ganas de
innovar y cambiar las cosas; preocupada por lo que sucede a su alrededor. En
fin, una escuela capaz de aprender y de evaluarse a sí misma para seguir
aprendiendo y mejorando.
Antonio Perez
Esclarin
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia - Venezuela
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