"Arde la vida. Se nos quema el alma del dolor de contemplar tanta debacle. La esperanza humea. Es verdad que los países pueden caer infinitamente; que fondo no hay. Pero pónganse la mano en el corazón, señores conductores: ¿hasta dónde lo van a dejar caer?. ¿Qué dividendos esperan sacar de este fracaso?. Ya todos perdimos todo, de una u otra manera. Es hora de negociar le reconstrucción. Lo otro es, como diría CAP, un autosuicidio; obra de nosotros mismos". Laureano Márquez
Lo que está
sucediendo actualmente en Venezuela, no es un hecho fortuito. Es la
consecuencia de una bien definida estrategia externa e interna, en la que
convergen factores políticos y económicos en plan de cobranza o de asociación.
Tales factores se establecieron en el territorio nacional para asistir a
quienes hoy, sencillamente, consideran que la mesa está servida.
Especialmente, para dar los pasos
terminales dirigidos a convertir a la nación en el sitio excepcional y
continental con miras a propósitos de enclave y liderazgo regional.
Tal interpretación
luce fantasiosa, cuando no quimérica. Pero está allí, en el medio de las
múltiples apreciaciones que, dentro y fuera del país, se colocan en los sitios
de discernimiento sobre lo que está sucediendo. También en el ámbito de las
evaluaciones políticas acerca de por qué se contribuye a tensar la cuerda hasta
el infinito, a sabiendas de que su inminente rotura se pudiera traducir en
efectos y resultados dolorosos. Quizás porque rota la cuerda, rota ,
asimismo,toda posibilidad de entendimiento y armonía. Mejor dicho, de todo
aquello que hoy imposibilita aligerar el avance de lo que es conveniente para
quienes lideran esta supuesta estrategia.
Lo que se evalúa
internamente -como si lo normal fuera que nacieran voces que llamen a construir
voluntad de entendimiento, inclusive con base en el mismo formato que emergió
con el fallecimiento de Juan Vicente Gómez- es que ante la ausencia de
soluciones, la esperanza de salir de este atolladero es la que se está
erosionando aceleradamente. Y eso no conviene. Sin embargo, es lo que hay.
Porque lo otro es que
se apela al sentimiento de tristeza y seria preocupación para el país y sus
ciudadanos, ante el hecho de que hasta la máxima autoridad de la Iglesia
Católica, el Papa Francisco, actual interlocutor terrenal ante Dios, Nuestro
Señor, en un acto público y sublime pida públicamente por los venezolanos, por
Venezuela, para que reinen la razón y el diálogo. Y que lo haga obedeciendo a
la convicción de que es esa la única salida para el país; para la otrora nación
que no hace mucho tiempo fuera considerada la referencia económica y
democrática de América Latina, y
que hoy, signada por el comportamiento
de la violencia hamponil, además, se
debate entre crisis humanitarias por escasez de alimentos y de medicinas,
mientras rueda cuesta abajo por la indisponibilidad de recursos para honrar
obligaciones internas y deudas externas.
En atención a ese
mismo razonamiento de fondo, se considera, de igual manera, que la situación
nacional está en estado crítico; que Venezuela ha llegado a los niveles de peor
deterioro de los últimos 150 años o más de su historia. No sólo por su situación sociopolítica;
también por el hambre, la escasez y la inseguridad reinante. Esto último, sin
duda alguna, por los índices de impunidad delictual y lo cual es reflejado por
los medios de comunicación en un 98% de los delitos que se cometen en el país,
lo cual es equiparable a un "sálvese quien pueda".
Nadie ya duda ante lo
obvio: el fortalecimiento de la acción hamponil y los índices delictuales
crecen mes por mes. Una referencia es que cada día aparecen asesinados o
heridos más Policías o representantes de la ley y del orden público. Las
estadísticas de muerte por asesinato reflejan un crimen cada 18 minutos en cualquier
lugar del territorio nacional. El hampa, sencillamente, no respeta ni le teme a
la posibilidad de ser aprehendida. De hecho, los "Pranes" o altos
Jefes o Capos de la delincuencia organizada, y que operan desde las cárceles,
sencillamente, han estructurado un verdadero ejército no uniformado, aunque sí
con armamento y logística eficiente para desarrollar todo tipo de delito fuera
de sus propios calabozos.
Tan cierta es esa
capacidad y fuerza organizativa que, en
días pasados, gran parte de la población pudo apreciar en las redes sociales y
medios internacionales, la transmisión de un vídeo en el que, cual danza macabra, y desde el techo de una de las cárceles del
país, los reos, con armas de todo tipo a la vista -de guerra, cortas, largas-
disparaban al aire en señal de homenaje a un Jefe desaparecido, y en abierto
desafío a la autoridad. Desde luego, la ciudadanía venezolana aún no sabe quién
es el responsable de que esto suceda; tampoco de por qué no se imponen las
sanciones y los correctivos correspondientes a aquellos que permiten
actuaciones de este tipo, y en ambientes carcelarios bajo el control del Estado.
Lo que sí se sabe por
vía de los expertos, es que, a la par de esas formas de delitos promovidos
desde esos recintos, existen otros que también se expanden aceleradamente. Se trata
de arrebatones, atracos, secuestros, robos a domicilio, robo de
vehículos y muy especialmente los de móviles o celulares, inteligentes o no. Y
se citan estos últimos porque han terminado convirtiéndose en la joya de la
corona de los robos diarios, los más comunes, en razón de que un celular de
mediano precio en reventa, equivale a no menos de 6 salarios mínimos mensuales.
Al hurtar sólo 3 aparatos mensuales y venderlos, el delincuente obtiene mucho
más que un muy buen salario: beneficios netos y libertad asegurada.
Los robos a los
Bancos en Venezuela, simplemente, han sido extinguidos por la inflación. El
valor de los billetes es tan bajo que cualquier robo bancario obligaría a
movilizar grandes cantidades de bultos de billetes para justificar tal riesgo.
¿Apología del
delito?. En absoluto. En Venezuela, alguna vez el hoy difunto ex Presidente
Hugo Chávez Frías justificó el robo por motivo de hambre. Y como el hambre,
además de la inseguridad y del desempleo, del servicio de agua potable y del
servicio eléctrico de calidad es lo único que no está afectado por la escasez
en el país, entonces, ha pasado a convertirse en una razón para que se insinúe
que el delito aumenta, sencillamente, porque no hay alimentos ni capacidad de
compra por razones inflacionarias.
En este ambiente de
diversas interpretaciones sobre lo que está sucediendo en el país y lo que
pudiera acontecer si no se actúa en consecuencia, emergen otros hechos que
inquietan por la forma e intensidad como
están expresándose: la multiplicidad de posibles hechos de corrupción
sin que se sancione a ningún eventual culpable del delito, y la actuación de la
Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia ante el trabajo que
desarrolla el Poder Legislativo. Desde luego, se trata de dos modalidades que
se les califica de nuevos -y muy poderosos y convenientes- obstáculos a toda
posibilidad de diálogo, aun cuando ya se le considera clamor colectivo.
De hecho, lo que está
en el ambiente como reclamo ciudadano es que los factores políticos, gremios
profesionales, organizaciones religiosas, universidades y el resto de la
ciudadanía organizada, entre otros, están en la obligación de deponer toda
actitud de confrontación, en un gesto de
buena voluntad a favor de la urgencia de llegar a un entendimiento. Y si a los factores internos se les hace
complicado, entonces, las instituciones no comprometidas con expresiones
partidistas deberían recurrir al Vaticano, a la 0rganización de las Naciones
Unidas o a la Unión Europea -o las tres conjuntamente- y evitar cualquier
participación de ninguna institución continental. Sería con el fin de impedir
parcialidades, y con la misión de nombrar una Comisión mediadora; un grupo de
trabajo con un lapso definido o estimado, y con capacidad de influir para que
se alcancen soluciones.
El mejor ejemplo -y
valioso como referencia por lo reciente-
es el inicio de entendimiento entre Cuba y los Estados Unidos. Luego de casi 60
años de haber roto relaciones, y en donde casi no había posibilidad de
negociaciones, con la mediación de la Unión Europea y del Vaticano, se está
logrando el milagro de la reconciliación en El Caribe: el regreso de la paz y
de la esperanza para los cubanos.
Los venezolanos, en
evidente mayoría, claman por un cambio. Están cansados de pugilato, de
acusaciones y de insultos. Es innegable: hay desilusión y pérdida de esperanza.
De igual manera, las organizaciones
partidistas de ambos lados y los políticos tradicionales, están perdiendo
credibilidad. Todos prometen y no parecieran entender que el problema es hoy;
que las soluciones se necesitan hoy: no mañana.
El hambre no espera, pero sí desespera.
Lo que se anhela, es
la recuperación del país, el rescate de su calidad de vida; también la
seguridad y la confianza en su futuro. Asimismo, hacer renacer la esperanza con
raíces más profundas; crear verdaderas condiciones para poderle decir a hijos y
nietos que en Venezuela tienen un futuro promisorio. De igual manera, no
ofrecerle sólo sueños a los más de dos millones de venezolanos que se fueron a
otras latitudes, sino un espacio libre, cierto y confiable para que regresen y
se incorporen a la reconstrucción de su Patria.
Paz y progreso tienen
que ser las consignas que motiven y estimulen el diálogo. Hermandad y bienestar
deben demostrar que sí es posible anular y erradicar expectativas quiméricas.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Fedecamaras
Fedenaga
Miranda - Venezuela
Eviado por
ebritoe@gmail.com
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