Un cuarto de siglo
después del fracaso del sistema comunista, el dictatorial gobierno cubano, sin
decirlo, acusa el golpe. La única razón viable para entender esa tardanza no es
otra que la vanidad de los hermanos Castro que creyeron encontrar en el chavismo
el salvavidas de su modelo.
No es de extrañar que
los Castro, ese par de dinosaurios que se niegan a dar un paso al costado,
hayan aceptado el acercamiento con su enemigo jurado, el imperialismo yanqui. Su dictadura siempre ha sobrevivido
no gracias a las milagrosas riquezas que se esperaban del comunismo, sino a las
dádivas, primero de la Unión Soviética, luego de la Venezuela de Chávez y ahora
-¡qué más da!- de la primera potencia capitalista.
En el debate que se
ha desatado en torno al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los
Estados Unidos de Norteamérica y Cuba, los que cierran los ojos, que no son
pocos en el continente, adoban la amargura con una lectura tipo consuelo. Dicen
que triunfó la dignidad de Cuba, de manera que confunden la sociedad isleña con
las fantasías trágicas de quienes se han tomado 57 años para constatar su
fracaso. Y se niegan a reconocer que los Castro carecían de argumentos para
vender un giro de 180 grados en su política antiimperialista. El orgullo les
impide entender que no les quedaba alternativa distinta a doblar la cerviz.
El pueblo cubano no
será redimido de su dictadura ni de las restricciones a los derechos humanos y
a las libertades a raíz de esta movida, pero, al entrar en contactos con
múltiples aspectos y tendencias de la vida contemporánea derivados de un
intercambio económico gracias al músculo financiero del gran capital que antes
tenía vedado, tendrán más opciones de mirar hacia afuera.
Al romper con una
política de aislamiento y embargo económica sobre Cuba, el presidente Obama
crea un hecho político de gran importancia en un momento en el que se presentan
serios indicios de declive del socialismo del siglo XXI. Algunos comentaristas
pensando con el deseo, hubieran querido que el restablecimiento de relaciones
hubiera significado un compromiso de la dictadura cubana en favor de las
libertades y la democracia. Habrá que recordar casos en los que la diplomacia
no llega a impactar la situación interna. Por ejemplo, el que Estados Unidos
haya tenido y sostenga relaciones con países de signo político dictatorial y de
economías estatalizadas.
Corresponde a los
demócratas cubanos de la isla y del éxodo adelantar la organización de la lucha
para abatir a la dictadura. Obama, pues, no ha hecho un mal negocio, deja de
lado una política que ya no daba frutos y a la vez, abrió un nuevo campo de
negocios. De contera, salen golpeadas las izquierdas procastristas de
Latinoamérica en cuanto el faro de sus consignas y sentimientos
antiimperialistas dejará de alumbrar como de costumbre.
Ver para creer,
¿quién iba a pensar que años después de su derrota en la guerra de Vietnam, el
gobierno comunista y el norteamericano entablaran relaciones diplomáticas,
culturales y comerciales y que un presidente gringo, Clinton, visitara el país
que en una cruel guerra lo derrotó? Los vietnamitas al borde sus sobrevivencia
obtuvieron la victoria, unificaron su país e impusieron el comunismo, el mismo
que no sirvió para salir de la destrucción ni para impulsar el bienestar. Hace buen
tiempo Vietnam dio luz verde al desarrollo capitalista, como lo hizo la China
de Mao y Deng Xiao Ping. Por desgracia, mantienen un dominio dictatorial del
gobierno.
Quizás sea este el
ejemplo que quieren seguir los hermanos Castro. Pero, la vida no siempre
transcurre igual en todos los tiempos, en todos los lugares y en todas las
circunstancias. Hoy los ojos de los demócratas de América miran con esperanza
las luchas de los paisanos de Celia Cruz. El clamor y los vítores de los
habitantes de La Habana para Obama no van a cambiar la historia, pero no hay
duda de que tales sentimientos se expresaron espontáneamente y que los hicieron
quienes fueron educados desde niños en el más obcecado y furioso
antiimperialismo, el satán culpable de todos sus desastres, hasta de la
inviabilidad del comunismo. Y eso ya es un síntoma de agotamiento ideológico
del discurso vacío de logros, y puede ser aliciente para que ese pueblo,
orgullosamente martiano, se reencuentre con su destino.
En todo caso, la
historia nos ha demostrado que, con contadas excepciones, los cambios internos
en el gobierno de cualquier país dependen más de factores internos que de la
sola presión externa. Esta última sirve pero tiene limitaciones. Por eso no veo
en el gesto de Obama otro paso de su varias veces desafortunada política
exterior ni una política de condescendencia o claudicación ante la dictadura de
los Castro.
Ruben Dario Acevedo
Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
Colombia
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