SAINETE
EN CÁPSULAS
Hasta
el sol parece cambiar de órbitas. Desde hace unos años las calles parecen
grandes velatorios, donde el tiempo blandengue se retuerce, detenido en un
retroceso obligado. Todo se fue a la quiebra. Los locales comerciales
desfallecen, los insumos elevados y escasos, y sólo nos queda defendernos de
una economía alocada en su desboque, con unas carteras polvorientas y vacías.
Sepultamos
a diario nuestro optimismo. A veces resucita en el gemido de una esperanza, que
fácil baja su temperatura, cuando a la postre nos espera el irreparable
fracaso, que llega a nuestro encuentro al doblar la esquina de los
resultados.
Venezuela
es un país tortuoso. Lo han sellado con el emblema del socialismo mal
combatido. Este sistema sabe echar sus cartas, cometiendo errores camuflados de
intencionalidad, para sazonar su repartición de confusión. Ese es su juego
hecho jirones. Su laberinto agudo, crispado, bilioso y siniestro. Somos una
nación regida por unos taimados, con complejos viejos, que su supervivencia
sólo es posible blandiendo el poder, pues serían acorralados en sus futuras
jaulas al conocerse los pormenores de sus desmanes despiadados.
Se
habla de una diáspora intolerable, con una emigración virulenta de los
albañiles profesionales del futuro, sucumbiendo así las posibilidades de la
recuperación nacional. Se nos antoja que todo eso sólo le da pié a las
andaduras del pesimismo, cuyo elemento es parte de este decadente plan de la
patria para la devastación de esta nación, con tantos privilegios
desmantelados.
Tratamos
hasta con pudor nuestros electrodomésticos. Sería casi imposible sustituirlos
en caso de dañarse. El desconcierto resulta tan abrumante, que el venezolano no
sabe si velar empecinado por su puesto de trabajo, o descuidar sus resultados
laborales, pues igual el sueldo no da para comer dignamente.
Todo
es parte de este sistema desconcertante. Las noticias que llegan ya ni
asombran. El hijo del Presidente ha sido designado como director de la
Dirección General de Delegaciones e Instrucciones Presidenciales, siendo un
organismo tan ilógico, intrincado e inconcebible, como el contratar a alguien
para que ensucie las alfombras del palacio.
Somos
robots controlados en nuestras impropias necesidades. La colección de presos
políticos sigue en aumento. Los abusos y burlas a la inteligencia ciudadana se
vuelve el lugar común. Hasta la adquisición de una crema dental se convierte en
un difícil logro de supervivencia. La corrupción es el gran amuleto de quienes
ostenta las riendas de un país destruido con premeditación y hasta obligan a
los partidos políticos a renovarse con firmas, ante un organismo electoral
regido sin recato por los personeros del comunismo asestado en esta gran
tierra.
¿Vale
la pena seguir en Venezuela? Tal vez Bolívar se realizó la misma inquisición,
en un soliloquio desventurado y desmoralizante, frente al inflexible dominio
español. Nos hallamos en un punto crucial de decisiones inquebrantables. La
comunidad internacional comienza a desperezarse de su desinterés y ya reconoce
con evidentes pruebas, cómo esta población se revuelve entre las alteraciones
de una dictadura perversa y cruel.
A
veces me llegan las sensaciones errantes y enteras, que tanta desvergüenza
despilfarrada se detendrá abruptamente. Tal vez se piense que las rosas sólo se
marchitan y no puedan antes quebrarse sus espinas, para disfrutar un poco más
la belleza de la flor y evitar la agonía repentina de los pétalos. El rocío de
la fe y la entereza de la determinación podrán rescatar tarde o temprano
nuestro hermoso vergel.
José Luis Zambrano Padauy
jzambranopadauy@yahoo.com
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Zulia - Venezuela
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