EN LA TRINCHERA NO HAY
ATEOS
Siempre he sostenido que con una
Justicia seria, independiente y rápida, todo será posible; sin ella, nada lo
será. Hoy afirmo que la nuestra, con sus inexplicables demoras en la
justificada detención –porque están alterando las pruebas y se los imputa de
delitos no excarcelables- de los responsables del saqueo, contribuye en mucho a
afectar la gobernabilidad.
Esta semana el operativo destituyente del kirchnerismo –sumado a un
importante sector del peronismo de la Provincia de Buenos Aires, a los
“trabajadores de la educación”, a las dos CTA, a los movimientos trotskistas y
a organizaciones piqueteras- para recuperar el poder y, por qué negarlo,
garantizar la impunidad de su jefa y la banda de gangsters que integran su asociación
ilícita, se puso finalmente en marcha. Lamentablemente, los tres gobiernos se
rehusan a utilizar la fuerza pública para evitar los desmanes, por miedo a que
les tiren un muerto, el recurso habitual de los complotados. Olvidan que esa
actitud se transformará en una elevadísima factura que les presentará en
octubre su propia base electoral, harta de las complicaciones que los
permanentes cortes e impedimentos traen aparejadas, mientras que los
beneficiarios de tanta inacción jamás los votarán.
La pregunta obligada es, entonces, qué debemos hacer los ciudadanos de a
pie, que mayoritariamente optamos por Macri y Vidal, para evitar que estos
subversivos sigan avanzando, como siempre ha sucedido cuando quien ocupaba la
Casa Rosada no era peronista. ¿Cómo olvidar que, para robarse YPF, Néstor nos
dejó sin luz ni gas, y con ello dilapidó las reservas?, ¿que “desapareció” los
fondos de Santa Cruz?, ¿que trató de destruir al campo?, ¿que canceló
anticipadamente la deuda con el FMI y nos endeudó con Chávez a tasas
enormemente mayores?, ¿que el kirchnerismo fue socio del potenciado
narcotráfico?, ¿que su viuda intentó “democratizar” la Justicia y colonizó la
Procuración General y la administración pública en general?.
Aún en contra de la voluntad de Cambiemos, ¿no deberíamos salir nosotros
a la calle para demostrar que somos más, que queremos la democracia y estamos
dispuestos a defenderla a como dé lugar? ¿Por qué no desobedecer a los llamados
a las huelgas e ir a trabajar? ¿Por qué no manifestarnos frente al Consejo de
la Magistratura para exigirle que controle a los jueces y los obligue a
acelerar los procedimientos para terminar con la impunidad de tantos ladrones,
que se ha transformado en un verdadero cachetazo a la sociedad? Si fuera verdad
que un sector del Gobierno prefiere a Cristina Fernández en libertad para
polarizar con ella en octubre, incurriría en una especulación bastarda que,
además, puede costarle muy caro.
Mauricio Macri, con errónea vocación por evitar dar malas noticias, se
abstuvo de explicar la magnitud de la crisis -que no había sido percibida como
tal, pese a ser enormemente más grave que la del 2001- heredada de la verdadera
década infame que lo precedió; la última oportunidad para hacerlo la perdió el
1° de marzo de 2016, cuando inauguró por primera vez las sesiones ordinarias
del Congreso. Hoy, a quince meses de haber asumido, es obviamente tarde y eso
contribuye a facilitar la penetración del discurso subversivo en una sociedad
innegablemente golpeada por una economía que, si bien ya muestra signos de
crecimiento, no ha llegado aún a aliviar la situación de los más desprotegidos.
Por lo demás, víctima de su férrea creencia en una nueva forma de
comunicación y pecando de un exceso de pluralidad en los medios propios, padece
el manto de silencio que la prensa en general ha extendido sobre sus logros,
muchos de ellos importantes, mientras se centran en las malas noticias, que los
inconformes y los preocupados magnifican.
Todos los líderes gremiales, en especial aquéllos que integran el
triunvirato que dice conducir a la “columna vertebral del peronismo”, padecen
de un mismo mal. Acosados por la izquierda insurreccional que los corre a
panzazos, acompañada por el siempre oportunista kircherismo, describen
problemas inexistentes (el desempleo y la excesiva importación) y perjudican a
quienes dicen representar mientras no ofrecen solución alguna. El cierre de la
economía que reclaman (“vivir con lo nuestro”, como pretendía Aldo Ferrer)
condenará a los argentinos a seguir pagando más caros los productos que
necesitan, que serán de inferior calidad; la limitación legal a los despidos y
suspensiones que exigen, y los incrementos de los costos laborales, impedirán
la creación de nuevos empleos; los eventuales aumentos de impuestos o la emisión
monetaria o el endeudamiento –si no es así, ¿de dónde saldrán los recursos?-
para financiar los planes y subsidios generarán mayor inflación, que siempre
terminan pagando los asalariados.
Lo remarcable es que toda la actividad desplegada para expulsar al
Gobierno –huelgas salvajes, piquetes de todo tipo, ollas populares, violencia
callejera- no hace más que perjudicar a sus presuntos beneficiarios. Al impedir
que se eduquen y se perfeccionen, aleja sus posibilidades de reinserción en un
mundo que expulsa a trabajadores no calificados para reemplazarlos por robots;
al generar tanta inestabilidad institucional, espanta las posibles inversiones;
al cerrar las calles al transporte, dificultan enormemente la llegada al
trabajo de todos, haciéndoles perder los premios por presentismo.
Los jerarcas docentes (¡hemos cambiado a Sarmiento por Baradel!) están
expulsando a los niños de la educación pública, ya que el ausentismo
tradicional y los frecuentes paros obligan a los padres a inscribirlos en
escuelas parroquiales y privadas, duplicando el gasto familiar y, al no dar
clases, complican la vida de las familias más pobres, que no tienen con quien
dejar sus hijos y, muchas veces, hace que éstos pasen hambre. Lo peor es que
los reclamos salariales son acompañados por la cerrada negativa a que se evalúe
la enseñanza. El presupuesto destina el mayor porcentaje de la historia
(exceptuando al período de Illia) a sostener la educación, pero el 90% se
destina a sueldos. Por cada cargo docente hay cinco maestros y uno de cada
cuatro nunca trabaja como tal; sin embargo, la brillante moción de Juan José
Llach para que se negocie con los gremios corregir esa horrible distorsión,
despedir a los permanentes ausentes y repartir el dinero así ahorrado entre los
que sí trabajan (25% de aumento) ni siquiera fue escuchada.
María Eugenia Vidal está haciendo lo correcto al mantenerse firme frente
al salvajismo de los líderes docentes que mantienen a millones de chicos fuera
de las aulas; la ciudadanía debe condenarlos sin matices y salir a la calle
para respaldar a su Gobernadora en esta puja. Pero ella también está obligada a
actuar para terminar con la indignidad que constituyen tantos ladrones
kirchneristas -empezando por el mismo Daniel Scioli-, que han saqueado a la
Provincia y transformado al Conurbano en un páramo de violencia, droga y
miseria, pavoneándose en libertad mientras convocan a la destitución de las
autoridades electas.
Un párrafo final para el dilema que enfrentará en los próximos días la
Corte Suprema cuando deba decidir sobre la libertad de Milagro Salas (que no es
una presa política sino una política presa y puede interferir u alterar pruebas
en la investigación de los múltiples delitos que se le imputan) que le reclaman
los organismos internacionales de derechos humanos, y su sempiterno desprecio
por la suerte de los dos mil presos militares y civiles, ancianos a los cuales
se les niega la detención domiciliaria pese a su edad y a las enfermedades que
padecen y, en muchos casos, soportan prisiones preventivas por décadas. Con la
integración de los Dres. Rosatti y Rosenkrantz, ¿seguirá siendo tuerta?
Enrique Guillermo Avogadro
ega1avogadro@gmail.com
@egavogadro
Argentina
ARGENTINA Y VENEZUELA, DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA. AL LOS MENOS, A LOS ARGENTINOS TIENEN LA POSIBILIDAD DE PODER VER, OÍR Y ENTERARSE POR SUS TELEVISORAS. LOS VENEZOLANOS SOLO CONTAMOS CON LA BOCA Y VISIÓN CASI CERRADAS DE LO QUE NOS QUEDA DE LIBRE TELEVISIÓN.
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