«Hemos escuchado el silbido (de las balas) y seguimos
porque no tenemos miedo». Juan Guaidó, presidente (E) de la República de
Venezuela.
Abatimiento, resignación, escepticismo, hartazgo,
depresión, indiferencia y un largo etcétera de angustias y frustraciones
caracterizaban el estado de ánimo de los venezolanos al comenzar este año, ya
no tan nuevo, en el cual se ha producido un profundo cambio emocional, a partir
del camino trazado por la Asamblea Nacional orientado a poner término a la
usurpación, formar un gobierno de transición, encabezado interinamente por su
presidente, realizar elecciones libres, y garantizar el acceso y reparto de la
muy necesaria y urgida ayuda humanitaria –talón de Aquiles del régimen de
facto–, dando inicio a un proceso de participación y movilización popular que
tiene en jaque a la administración teóricamente dirigida por el Sr. Maduro y,
en la práctica, por un gang narco-militar avasallado a La Habana –«Nicolás
Maduro es básicamente un ficha cubana […] básicamente un títere», afirmó Moisés
Naím, en recientes declaraciones a El País en ocasión de presentar en el
festival Hay su novela Dos espías en Caracas–. El swing cubano no es tontería:
el castrismo, biológicamente menguante e ideológicamente mandante en la
revolución bolivariana, apuesta por una resistencia armada y feroz, a fin de mantener
a su fantoche a buen recaudo y salvaguardar sus intereses económicos y
geopolíticos. De allí el rechazo a la asistencia procedente de las democracias
occidentales. ¿Ayuda? ¡Bah, tenemos CLAP! La postura no es inédita.
En 1999, cargado de prejuicios antiyanquis y apegado a
un guion de película de espionaje suministrado por el G2, el mesmesemo redentor
vetó la entrada al país de hombres y equipos enviados por Estados Unidos, a
solicitud del ministro de Defensa, general Raúl Salazar, a fin de reparar la
vialidad afectada por el deslave de Vargas, tragedia en la que se templó el
acero de Juan Guaidó. 20 años más tarde, con similares alegatos, la dictadura
castrocomunista, remozada con un muñeco de ventrílocuo manipulado por Raúl
Castro, instruye al procónsul de esta tierra de(s) gracia(da) –somos
conscientes de la ambivalencia del término: magistrado y primate–, a objeto de
desdeñar la emergencia sanitaria y alimentaria. Obedientes, los agitadores del
PSUV, acaudillados por el dúo bipolar Nicolás-Diosdado y el padrino Vladimir,
inmunes a la repulsa popular e incapaces de superar su anacronismo y aceptar su
caducidad, torpedean el arribo de fármacos e insumos médicos y asedian los
posibles canales de distribución. La gran pregunta es: ¿impedirán los militares
socorrer a una población en terapia intensiva? Si la respuesta es afirmativa,
nuestros soldados serían ejecutores materiales de un genocidio premeditado; si,
como deseamos, es negativa, las bravatas del dictadorzuelo carecen de
fundamento y ponen de relieve un hecho incontrovertible: el miedo cambió de
bando.
Sí, el miedo cambió de bando y Maduro está ahora a la
defensiva. La frase no es mía, la usurpé –lapsus fugaz de la sinrazón, diría un
personaje de la teleserie Better call Saul– de la nota editorial de un diario
español, y ello ha sido posible porque los jóvenes protagonistas del episodio
en progreso, acaso el último de la historia chavista de Venezuela, saben lo
sabido siglos ha por un filósofo estoico, esclavo de un esclavo de Nerón,
Epicteto de Frigia: «No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni
de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay tener miedo es del propio miedo».
El miedo cambió de manos y contra esta irreversible mutación poco o nada puede
hacer la matusalena tiranía cubana, pregonera de la solidaridad y hermandad
entre los pueblos –¡Proletarios de todos los países, uníos!–; hermandad y
solidaridad costosamente retribuidas en sueldos, comisiones y manutención de
curanderos y sanadores ejerciendo de matute la medicina, dosificadores de
esteroides fungiendo de entrenadores deportivos y un contingente de sapos y
soplones cuyo sigiloso fisgoneo explica en gran medida la lealtad a
regañadientes de militares honestos al fementido mascarón de proa. El miedo
cambió de manos y a ello ha contribuido la magnánima Ley de amnistía aprobada
por el legítimo Congreso. No son casuales los pronunciamientos de oficiales de
alta graduación. Y juegan con fuego Maduro y su pandilla al poner a prueba la
obediencia de la fuerza armada, utilizándola tal muro de contención para
cerrarle el paso al auxilio provisto por la comunidad internacional. Así como,
uno a uno, 60 o más gobiernos de distinto signo, pero idéntica vocación
libertaria, dieron su visto bueno el interinato asumido por el presidente del
Parlamento y respaldaron su hoja de ruta y la estrategia para concitar
adhesiones entre sus conciudadanos, así mismo pasará del goteo a la cascada el
reconocimiento por los encargados constitucionalmente de «garantizar la
independencia y soberanía de la nación» de Juan Guaidó como su comandante en
jefe.
Tiempo atrás dejamos colar entre nuestras divagaciones
una interrogante, formulada para sí por un detective de ficción, en relación
con sociedades criminales de corte mafioso –Cosa Nostra, Camorra, ‘Ndrangheta–
y la pasividad de la población sujeta a sus extorsiones: «¿Qué droga han
administrados al país? ¿Por qué la población se queda sentada como una liebre
asustada? La respuesta […] una gran fuerza económica; una sólida red de
corrupción, miedo y crueldad […] estos elementos son simples y brutales, pero
al combinarlos la máquina es tan intrincada como un reloj suizo». Retomando el
símil, digamos que el mecanismo rojo de dominación se desajustó; sus engranajes
políticos se mueven sin concierto alguno, las poleas de la economía se trabaron
y, lo peor, no hay quien pueda repararlo, pues son desperfectos de fábrica,
taras originarias de un obsoleto modo de dominación social destinado al
basurero de la historia. No, no tiene compón, sobre todo, porque el miedo
cambió de bando. Así de sencillo.
Raúl Fuentes
rfeuentesx@gmail.com
@planterpuncher
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