Con las características propias, tanto de cada tiempo como de los distintos protagonistas del régimen que ha desmoronado la vida venezolana, Venezuela ha llegado a ser lo que muchos jamás se imaginaron: un pobre país pobre, aunque para consolarnos repitamos a diario que tenemos grandes reservas naturales, las mayores del petróleo en todo el planeta, más otras riquezas que bien explotadas también serían de gran utilidad. Incluyo en esto a la tierra. Ofrece a la industria y al comercio del sector agropecuario potencialidades increíbles. Pero, para no extenderme más en estos aspectos, sólo diré que las cosas hay que hacerlas. La simple denuncia de lo existente y los pronósticos teóricos no bastan para iniciar la construcción del país al cual aspiramos.
El problema es que se acaba el tiempo para concretar las acciones necesarias. Los países nunca tocan fondo. Siempre pueden estar un poco peor. En consecuencia es indispensable un cambio radical en las actitudes básicas del protagonismo político, económico y militar. Estoy convencido que mientras este régimen exista será imposible detener la caída y revertir hacia lo positivo todo lo negativo de lo existente. Se acaba el tiempo para que el cambio se produzca de manera pacífica y civilizada, pero nada debe detenernos para asumir las responsabilidades que esta hora impone.
Las últimas acciones de la “oposición” gobiernera y la insólita sentencia del Tribunal Supremo de Justicia del oficialismo, sobre la designación y juramentación del inconstitucional e ilegal consejo electoral nacional, en minúsculas, ratifican que vivimos sin Constitución, sin ordenamiento jurídico básico para el ejercicio del poder y la convivencia ciudadana, sometidos a los intereses inmediatistas de esta “oposición” y a los fines ideologizados, ejecutados de manera incompetente y corrompida, de los responsables del régimen. ¿Qué más necesitamos saber y padecer?
Debemos lograr que desaparezca de la mente de los pocos dirigentes que honestamente piensan diferente, la desviación electoralista que en una dictadura sólo sirve para apuntalar a quienes la promueven. Repito lo dicho muchas veces. Lo electoral es muy importante en una democracia verdadera, pero incluso en ella, no es lo más importante. Hay valores y principios que están por encima. La libertad, la dignidad de las personas humanas y jurídicas, la perfectibilidad de la sociedad civil y la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común, deben servirnos de guía orientadora en el diseño de la estrategia y las tácticas a seguir.
La oposición verdadera, los dirigentes de los partidos tradicionales y nuevos que se mantienen consecuentes con la razón de ser originaria de sus movimientos, deben entender que, a pesar de todo, el enemigo está al frente y no a los lados. No se debe perder más tiempo. La prueba es para todos.
Oswaldo Álvarez Paz
oalvarezpaz@gmail.com
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