Toda persona que en su vida ha tenido que expatriarse en situación de “refugiado” conoce uno de los más profundos, duraderos y crueles sufrimientos que esa situación les ha causado y que más nunca se le borrara, pase lo que pase.
Parecía que ya nada peor podía ocurrir al refugiado cuando se despidió con lágrimas de su patria, y así lo sienten todos… salvo los del éxodo venezolano, porque el de ellos se ha convertido en un sufrimiento mayor que todo lo esperado.
Como si el sufrimiento de expatriarse ya fuera poco, en el caso de Venezuela ocurre lo que ningún éxodo ha experimentado jamás : la necesidad imperiosa de un regreso aún más traumático de lo que fue la partida. :La dificultad que su propio país le está infligiendo al que regresa – contrariamente a todos los derechos nacionales e internacionales – es inaudita.
Cuando por manadas y a pie, familias enteras de venezolanos llegaban el año pasado a Colombia, Ecuador, Perú y Chile, empujados por el hambre y la destrucción de los servicios en su patria, buscando un trabajo para poder alimentar su familia, los sorprendió el drama de la pandemia de un virus que cortó de cuajo cualquier esperanza de conseguir trabajo para sustentarse. Miles de migrantes venezolanos buscan ahora regresar a su patria, pese a saber que allí reina el hambre y la pandemia del COVID-19. El drama que ya era cruel y doloroso cuando se fueron, se convirtió en dantesco cuando ahora intentan volver y encuentran una inhumana venganza de Maduro quien les restringe el paso a Venezuela por la frontera. Uno se pregunta hasta dónde puede llegar la crueldad y encuentra que para ciertos energúmenos, la maldad no tiene límites.
Cito un reportaje de la VoA : “Con la frontera cerrada desde el 14 de marzo, los migrantes llegan cada día por miles a la línea limítrofe, pero “solo entre 200 y 400 logran el permiso de la Guardia Nacional venezolana para ingresar a su país. …. La situación más crítica se vive en un caserío llamado La Parada, a pocos metros de la frontera, donde más de siete mil migrantes, entre adultos, abuelos y niños, pernoctan en condiciones de insalubridad, mientras esperan su turno para pasar a su país, de donde salieron meses atrás en busca de un futuro mejor, ante la crisis social y económica que atraviesa el país con las reservas de petróleo más grandes del mundo.”
El éxodo para huir del comunismo ni era ni es actualmente cosa nueva, se repitió en todos los países que han sido sometidos a ese sistema. Lo que nunca había ocurrido, es que miles de personas, familias enteras, se encontraran atenazadas entre la destrucción total de su modo de vida y una pandemia contra la cual no parece existir todavía remedio alguno. Hasta las famosas plagas de Egipto, se sucedieron una por una, cada cual en otro año, mientras que lo de Venezuela reúne todas las calamidades juntas. .
Volvamos al principio –al éxodo de 2017-2019. En esos años, en Venezuela, la inflación rampante gradualmente pulverizó el valor de los salarios y de las ganancias. Un sueldo mensual en bolívares terminó dando lo necesario para comer en una familia de cinco personas durante un día. Repito : el sueldo de un mes, alcanza para comer un día, no más. Familias enteras y una gran parte de la gente joven, la mayoría con educación universitaria que en Venezuela siempre fue gratuita y de calidad, consideraron que tendrán mayores posibilidades de “salir adelante” si emigran. Además, de todos modos en Venezuela pasaban hambre y sufrían de una creciente ausencia de servicios empezando por los del agua y electricidad. El éxodo se hizo masivo, aguijoneado por la pérdida total del valor del bolívar y por el hambre. Venezuela empezó a figurar como la nación del mayor éxodo jamás vivido en este continente. Obviamente, los países huéspedes no podían integrar en sus economías esta avalancha humana que intentaba sobrevivir por cualquier medio, pero dada la calidad de los egresados de universidades venezolanas, existían posibilidades de hacer valer la capacidad de trabajo del recién llegado.
Fue cuando apareció la pandemia mundial del corona virus. Cada nación se centrò en atender a su población. Los inmigrantes no contaban con el seguro social ni con las ayudas que en su mayoría fueron de emergencia, empezando con lo principal que son los ciudadanos de cada país. Los inmigrantes, que en su mayoría se defendían en la calle vendiendo “lo que sea” para subsistir, se encontraron con un toque de queda y orden de no salir a la calle para evitar el contagio. No les quedó otra solución que regresar a Venezuela, pese al hambre y las penurias que allí incluso habían aumentado.
Lo que menos esperaban los caminantes, era que en su propio país fueran rechazados incluso con una orden de no dejarlos entrar sino “por cuentagotas”, bajo la excusa, esgrimida por Maduro, de una supuesta cuarentena o control sanitario. .
La mayoría de los que intentaban regresar, según los informes locales de Colombia, se encuentran represados junto a la frontera del lado colombiano, sin que los uniformados venezolanos se dignen de dejarlos entrar. Además de lo inhumano e indignante de esa situación, existe el derecho universal de permitir la entrada a los nacionales a su propio país sin otro requisito que su documento de identidad donde conste su nacionalidad venezolana. De haber requisitos de orden sanitario, es a las autoridades venezolanas que incumbe la labor de eventualmente procurar un tiempo de cuarentena, en condiciones humanitarias a cargo del Estado.
Temo que esta situación esté por convertirse en otra mancha grave para Maduro, sobre todo, en cuanto a los venezolanos que regresan y son víctimas de la pandemia por no haber recibido la atención sanitaria de rigor . En este momento, se está dejando a la intemperie a centenares de venezolanos que lo que desean es volver a su patria.
La situación de esos migrantes venezolanos ha adquirido aspecto de genocidio por cuentagotas. Es actualmente uno de los más inhumanos, crueles casos violatorios de la Declaración de los Derechos Humanos y en primer lugar también es un caso que viola la propia Constitución Bolivariana de Venezuela.
Jurate Rosales
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Directora de la Revista Zeta, columnista en El Nuevo País con la sección Ventana al Mundo. Miembro del Grupo Editorial Poleo.
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