Y
sin embargo, el énfasis de la sentencia emitida en el juicio interroga por el
significado más hondo, y por eso mismo menos convencional, del concepto de
“sentido común” empleado, porque de su consistencia dependerá toda posible
argumentación que recaiga sobre él. Qué sea, pues, el sentido común y en qué
consista la posibilidad de su pérdida o extravío en el presente, impone la
determinante y necesaria tarea de, en primera instancia, redefinirlo
adecuadamente en sus tratos sustanciales y, en última instancia, reconocerlo en
la eventual experiencia de su sorpresivo desvanecimiento. Y es que tal vez
resulte ser que el concepto general de sentido común, del cual se anuncia su
pérdida, termine siendo no su concepto general, sino, más bien, el punto de
vista representativo que el propio sentido común se ha hecho de sí mismo. En
una expresión, el juicio sobre la pérdida del sentido común pareciera suponer
un autorrepresentarse del propio sentido común, un reflejo de su sí mismo.
René
Descartes decía, al inicio de su Discours de la méthode, de 1637, que “el
sentido común es la cosa mejor repartida del mundo”. No obstante, en estos
tiempos de decadencia y precariedad, brilla la audacia de los mediocres. El
señor Reynaldo Pareja -la más reciente versión del “modelo teórico” fundado por
el eminente charlatán de Paulo Coelho- ha titulado una de sus últimas
publicaciones de “autoayuda” en dirección contraria a lo que afirmara
Descartes: “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Las revueltas
y escaramuzas entre dogmáticos y empiristas pareciera no tener fin en la
historia del entendimiento abstracto. Hoy se visten de estoicos y escépticos,
en una historia de nunca acabar, con el deliberado propósito de transmutar el
pensamiento en mercancía de quincalla. Claro que no da tanto como la coca, el
oro, el coltán o la gasolina, para no mencionar los bodegones, la trata de
blancas o el secuestro. Pero si los gánsteres que secuestraron a Venezuela
supieran de la rentabilidad del negocio, no dudarían ni por un instante en
incorporar a la “cartera” de su business enterprise las pecaminosas
publicaciones de los “maestros” de la “autoayuda”.
En
realidad, lejos de ser el prototipo de la racionalidad y la rectitud, el
sentido común es la condición más inmediata, pobre e indeterminada -y, en
consecuencia, abstracta- tanto del percibir como del discernir. Considerado en
perspectiva, es decir, desde la conciencia que se piensa a sí misma, y por más
que se ufane de sus virtudes, el sentido común es, por su propia condición,
pedestre. Es la quietud que ha sido puesta y fijada, aunque no lo sepa, por la
propia conciencia. El viejo y noble sentido común es el concepto devenido
representación, el reducto de lava en estado de cristalización que va dejando,
a su paso, el volcán del pensamiento. De hecho es lo pensado, no lo pensante.
Por eso se aferra a lo que fue y lo proclama como su principio universal. Los
suyos no son juicios sino prejuicios. Y son por cierto los prejuicios y las
presuposiciones lo que lo sustentan. Que nadie dude, sin embargo, de su
importancia en y para la construcción de la verdad objetiva. Pero que nadie lo
confunda y pretenda hacer pasar por el fundamento mismo de la verdad, porque su
única e íntima verdad es su propia certeza. Cuando Descartes -léase bien, el
gran Descartes, no la sombra del antónimo de su grandeza- se refiere al sentido
común como “la cosa mejor repartida del mundo”, no está haciendo referencia al
hecho de que los llamados “cinco sentidos” le sean comunes a los humanos, como
en alguna de sus insufribles alocuciones afirmara, en una de sus mayores
muestras de estulticia, el difunto “comandante eterno”. Descartes se refiere al
hecho de que la verdad devenida certeza sea propia de todos, dado que está
contenida en el lenguaje, el modo de vida, las costumbres, tradiciones,
opiniones, convenciones, etc., de las más diversas formaciones sociales, las
cuales suelen percibir la objetividad del entorno de un modo, si no uniforme,
más o menos similar. De todo lo cual, por cierto, el yo, que piensa sus
representaciones, debe ir tomando distancia, si es que en verdad quiere
conocerse a sí mismo y conquistar la certidumbre de su propia certeza.
El
presente no se caracteriza por la “anormalidad” de su sentido común, como en
días recientes afirmara un respetable estudioso del quehacer político y del
derecho. La supuesta anormalidad es, más bien, el modo en el cual se ha ido
poniendo de manifiesto la normalidad del actual sentido común. Lo que cabe
comprender es que lo que pareciera ser anormal sólo lo es para quienes ya han
dejado de ser normales. No se perdió el sentido común: fue cambiando. Un nuevo
ciclo del Espíritu del mundo, guiado por Penia, la diosa griega de la pobreza,
ha comenzado. El nuevo sentido común goza de muy buena salud, a pesar de las
nostalgias por otros tiempos. El desgarramiento lo signa. Sólo queda en pie la
paciencia del concepto, a los fines de comprender y superar.
jrherreraucv2000@gmail.com
@jrherreraucv
Venezuela
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