Desde hace mucho
tiempo me viene preocupando el incumplimiento de la Constitución y de las leyes en Venezuela, en especial de la Ley
Orgánica de Educación, que tiene unos
principios realmente humanistas pero que se vienen pisoteando reiteradamente
con saña y con violencia. Pareciera que los responsables del cumplimiento
de dicha Ley ignoraran las
críticas y observaciones que desde hace
años venimos haciendo los
educadores populares de haber olvidado la pedagogía. Con frecuencia, en
nombre de los relatos y propuestas liberadoras, se pasan por alto las prácticas de dominación y sumisión en las
relaciones cotidianas. Es un gravísimo error confundir proclamas y deseos con
prácticas y realizaciones, sustituir la pedagogía por la ideología. Proclamando
la necesidad de transformar la educación para transformar el mundo, con frecuencia se muestra una enorme
incapacidad para transformar las prácticas y actitudes sloganizadas, sumisas,
acríticas; incapacidad para, más allá del discurso y las buenas intenciones,
gestar modelos educativos y caminos pedagógicos
alternativos. Recitando a Paulo Freire y su Pedagogía del Oprimido, se
termina con frecuencia, oprimiendo la pedagogía.
La pedagogía, esa
necesaria reflexión de la práctica para adecuarla a las intencionalidades y los
contextos, nos enseña que los frutos que
queremos recoger deben estar ya implícitos en la semilla, la cosecha en la
siembra, pues es imposible educar para, si no educamos en: Sólo se puede educar
para la participación en la participación; para el respeto y la convivencia, en
el respeto y la convivencia; para la inclusión en la inclusión de los
diferentes. No es posible educar para la genuina participación si yo creo tener
el monopolio del poder y de la verdad y
oriento mi labor a fomentar la sumisión más que la autonomía. No es posible
educar para la convivencia si no acepto la diversidad, o no permito el pensamiento divergente. No es
posible educar para la creatividad, con
slogans y discursos aprendidos, con una pedagogía que privilegia la repetición acrítica, más que la argumentación
y el debate desprejuiciado.
La Ley Orgánica de
Educación está llena de buenos deseos y de proclamas para la transformación que
fueron negados incluso en los procesos previos a su promulgación y que siguen
siendo violados descaradamente. De ahí
que, como nos lo enseña bien la pedagogía, resulta imposible lograr los valores
humanistas que proclaman en la Ley, ya que se siembran
cotidianamente los antivalores del
irrespeto, la descalificación, la agresión, la exclusión del que opina
diferente. Si hace unos años el Maestro Prieto Figueroa acuñó la frase de que
la mayoría de los maestros eran unos “eunucos políticos” hoy la mayoría de los
políticos están demostrando con su proceder que son unos “eunucos pedagógicos”,
pues niegan con sus actuaciones lo que proclaman en sus declaraciones o se
esfuerzan por demostrar que está en la Constitución o en la Ley:. “El ruido de
lo que eres y haces, me impide escuchar lo que me dices”: Defiendes con mucha
fuerza unos principios que estás pisoteando con tu proceder y también con el modo con que los defiendes.
Toda mi vida he
trabajado por una verdadera revolución educativa que garantice educación de
calidad para los pobres pues me duele que “la educación de los pobres sigue
siendo una pobre educación”. Por eso, me he esforzado por no separar nunca la dimensión
política de la educación de las dimensiones ética y pedagógica. Y a
medida que van pasando los años, he ido comprendiendo con creciente claridad
que todos enseñamos no tanto lo que proclamamos, si no lo que somos y hacemos.
Si eres violento e intransigente y actúas con violencia e intransigencia, estás
enseñando violencia e intransigencia por mucho que recites y defiendas los
artículos que invocan el respeto, la tolerancia o el amor. Si piensas que todos
los que hacemos críticas a la violación de la Ley precisamente porque queremos
una educación de calidad real para todos, somos unos “escuálidos, apátridas,
antirevolucionarios, golpistas, pitiyankis, agentes del imperio, que nos
oponemos a la verdadera liberación del pueblo…”, de nada servirá que cites y
defiendas los artículos de la
Constitución o la Ley que garantizan la
participación, la tolerancia, la diversidad, la inclusión.
No puede ser que las
leyes sean meramente letra muerta y sigamos llenándonos la boca de que tenemos
unas Leyes y una Constitución de las
más avanzadas del mundo, si no se
cumplen. Si el Gobierno fuera en verdad Maestro, educador, debería comenzar por
dar ejemplo de todos esos valores que aparecen en la Constitución y en la Ley
de Educación.
Antonio Pérez
Esclarín,
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia - Venezuela
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