Anteponer los intereses políticos
a los valores y principios puede resultar condenable, pero si se decide hacer
hasta lo imposible, incluso sacrificando la paz y viendo con indiferencia la
posibilidad de la violencia desbordada, entonces más que reprochable, la
actitud se torna macabra y pasa a engrosar los renglones de las páginas de la
ignominia y la perversión.
Decir que Haití afronta una de
sus crisis más marcadas puede ser una frase que viene repitiéndose desde hace
décadas siendo imposible que la oscura realidad pueda limitarse al campo de la
economía, la política, la sociedad e incluso el manejo de los embates de la
naturaleza, teniendo que estudiarse a la nación como un caótico ejemplo de
aristas diversas. Sin embargo, la ingobernabilidad hace presagiar que al
conjunto de males que aquejan al empobrecido país, le ha llegado una coyuntura
mucho más violenta.
Mientras las elecciones son el
instrumento que le permite a varios países salir de la crisis, en el caso
haitiano parecieran haber profundizado aún más los problemas, pues los comicios
del 25 de octubre del año pasado dejaron, después de días de espera, unos
resultados polémicos que llevaron a que se formaran nubarrones de duda con
miras a la segunda vuelta que no ha podido celebrarse y ha debido posponerse de
manera reiterada mientras el caos, la violencia y las amenazas de grupos
violentos se erigen como la noticia diaria.
En medio de su angustia, el
presidente Michel Martelly solicitó a la Organización de Estados Americanos la
convocatoria a una reunión extraordinaria para que se enviara una misión de
mediación que lejos de ser un tema injerencista es un mecanismo de solidaridad.
La petición coincidió con la reunión de la Celac que discutía el mismo tema en
Ecuador. Lo que prácticamente fue un clamor del jefe de Estado haitiano, llevó
a un largo debate en la OEA que finalmente se resolvió con una votación
mayoritaria a favor de la petición. En contra votaron Venezuela, Brasil,
Honduras, Nicaragua y Ecuador.
La posición de Venezuela fue la
más enfática al cuestionar las actuaciones de Almagro y el alcance que pueda
tener la convocatoria de reuniones hacia terceros países, evidenciando un dejo
de inquietud. Lo lamentable de todo es que los sueños por acabar a la OEA y
sustituirla por la Celac parecen seguir adelante en un grupo de países que no
comprenden la realidad y que en sus planes, sin importar el costo que ello
pueda tener, están dispuestos a todo, incluso a cerrar los ojos ante una
realidad que finalmente, por más duro que parezca, pudiese sumir a Haití en una
guerra civil que un país tan precario no tiene posibilidades de aguantar.
Luis D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva
Caracas – Venezuela
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