Lo primero no es salvar corruptos “buenos” o llegar
antes al timón del Titanic sino cumplir con el electorado que quiere sus
líderes libres.
Venezuela está hoy como el Titanic luego de chocar
con el iceberg. Escorado y con daños en un tercio de su casco, flota a duras
penas, mientras hace aguas.
Pero en el caso venezolano, mientras la mayoría
trata desesperadamente de sobrevivir, otro grupo piensa que es el momento
propicio para hacerse con el timón, sin tomar en cuenta que también en nuestro
caso, fue el capitán y su tripulación los que vieron el iceberg y enfilaron a
toda máquina contra este. Tremendo embrollo a la hora de que algunos pretenden
negociar.
Luego de la victoria
opositora, ha surgido en el imaginario del colectivo político, la teoría de la
negociación. Es evidente –piensan algunos- que “esto es insostenible”, otros no
le dan “ni seis meses” al régimen y entienden el nombramiento de algunos viejos
“compañeritos” como el paso lógico a la salida negociada. Pero el problema a
todo esto es ¿Negociar con quién? y ¿Negociar qué? Ambas preguntas tienen
respuestas en exceso complejas, porque uno de los bandos, sencillamente, no
puede negociar.
Veamos, negociar la
corrupción o ese “cierto grado de impunidad” que muchos suponen necesaria para
alcanzar una transición en paz, siempre es posible: “¡Que se queden con sus
yates y sus dólares!” y nos dejen en paz, pero, ¿quiénes son esos?, ¿Cuántos
son los que se han corrompido sin hacer daño a otros? De allí la complejidad
porque cuando se escuchan las listas imaginarias, ese “corrupto salvable” en
realidad no tiene poder real, no tiene ascendente en la revolución bolivariana.
Mientras que en el mismo listado imaginario, los insalvables, los que crearon
el modelo de represión, los que colaboraron con el extremismo desde el Medio
Oriente hasta la Patagonia, los que están envueltos en cosas más oscuras que
una cuenta en las islas Seychelles, son los que están aferrados al poder.
Por otra parte, el
mundo no es lo que solía ser. Aquella guerra fría que permitía que los
dictadores del tercer mundo huyeran a Paris o a Madrid, como en el caso de
Pérez Jiménez y compraran mansiones ya no existe. El efecto Pinochet, que luego
de salir de comer con Margaret Thatcher lo esperaba un coche de policía para
llevárselo a una cárcel, o el de Fujimori, Montesinos y su tren ejecutivo que
hoy están en una cárcel peruana o las fotos de Mubarak y de sus hijos tras las
rejas de una prisión, son el indicador
más claro de ese gigantesco cambio. Todos salieron del poder negociadamente, y
a los meses el planeta entero les congeló todos sus bienes para luego
devolverlos a patadas. El mundo hoy, ya no contempla la salida de una “vaca
sagrada” a media noche, como un escape de largo aliento para los corruptos
gobernantes del tercer mundo, mucho menos cuando dejaron a sus naciones en
estado de hambruna y eso, lo tienen muy claro los insalvables. En fin que el
problema real, de la real-política no es que la oposición quiera negociar, sino
que los más poderosos del otro bando, no pueden negociar. Así que la segunda
pregunta conviene analizarla ¿Negociar qué?
Pues el caso más
evidente, es el de la negociación, nada menos que de la potestad que tiene la
Asamblea Nacional de Decretar la Amnistía. Es decir que a petición de Maduro se
piensa en crear una Comisión Paritaria -50% conformada por gobierno y 50% por
oposición- para descubrir la verdad detrás de todo lo acontecido sobre la
violencia política. Ahora bien, ¿Cree Usted amigo lector, que el gobierno
estará dispuesto a que se ventilen públicamente los cientos de casos de
defensores de la revolución que han asesinado a cientos y herido a miles de
opositores en estos 17 años?, ¿Cree que esa Comisión de la verdad busca otra
cosa que negociar tiempo y casos concretos?
La realidad, es que
decretar Amnistías, es potestad constitucional exclusiva de la Asamblea
Nacional, no lo es de ningún otro poder. Ningún otro poder puede negar la
Amnistía decretada por la Asamblea, ningún otro poder puede decirle a la
Asamblea cómo y de qué manera debe o no decretar la Amnistía. Pero el grave
problema es político, ¿Puede darse el lujo el gobierno de soltar a Leopoldo
López y que salte a las calles, en medio de una crisis sin precedentes? ¿Puede
hacerlo con Ledezma, Rosales recorriendo Venezuela o permitir que María Corina
vuelva al ruedo político internacional? Todo esto en el medio de una crisis de
magnitudes nunca antes vista y de elecciones donde el gobierno perderá todas
las gobernaciones, por no hablar de un revocatorio o una Constituyente.
La Asamblea tiene
pues estas opciones. Decretar la Amnistía y que el gobierno se declare en
rebeldía, poniéndose al margen de las leyes nacionales e internacionales,
frente a una presión internacional gigantesca. Comenzar, como en efecto
pretende el gobierno un cuento del gallo pelón donde se dilate en el tiempo y
de investigación en investigación se pase el año, o negociar unos casos y otros
no, una especie de “suelto a unos y a otros pocos no” y no faltaran algunos de
la clase política que nos traten de convencer de que aquello fue un “primer
paso” o un “logro importante” sobre todo porque esos “algunos” acarician la
idea de llegar de primeros al timón del Titanic.
En mi opinión, la
Asamblea debe decretar la Amnistía con la urgencia del caso y cuenta con un
instrumento jurídico estupendo presentado por el Foro Penal. ¿Qué es
perfectible? Todos los anteproyectos lo son, ¿qué es necesaria la consideración
de las posibles víctimas? Para eso están las discusiones parlamentarias. Pero
no es momento de “cálculos políticos”, de negociaciones soterradas, ni mucho
menos, de egos exacerbados.
Para los juristas
contrarios a la Amnistía, convencidos con razones válidas, de que un inocente
no puede ser amnistiado, les replico que la Amnistía es general, no contiene
nombres, ni apellidos y es un acto individual y personalísimo. Es decir que el
que toma finalmente la decisión de ampararse o no bajo la Amnistía, es la
persona. Si esta, convencida de su inocencia y asesorada por estos juristas, no
desea ampararse sino esperar que cambie el modelo político y judicial vigente,
que los declare en un nuevo juicio inocentes, estarán en todo su derecho de hacerlo.
Pero mientras tanto.
Cúmplase la voluntad del ciudadano que voto, bajo la promesa electoral de la
Amnistía.
Thays Peñalver
thays.penalver@me.com
@thayspenalver
ABC de la Semana
Caracas - Venezuela
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