CRECE LA POBREZA
Recientemente se conocieron los resultados de la tercera “Encuesta sobre
Condiciones de Vida en Venezuela”, Encovi, una investigación anual llevada a
cabo por tres prestigiosas universidades venezolanas (UCAB, UCV y USB), que
busca establecer el nivel de bienestar y la calidad de vida de la población.
Como era de esperar, esos resultados reflejaron la situación caótica actual y
concluyeron que entre 2014 y 2016 el porcentaje de hogares en condición de
pobreza de ingreso pasó de 48,4% a 81,8%, y los que estaban en situación de
pobreza extrema pasaron de 23,6% a 51,5%.
También se reseñó que el año pasado
4,2 millones de pobres no se beneficiaron de ninguna “misión” o programa social
gubernamental, que 9,6 millones de personas ingirieron dos o menos comidas al día,
que a 93,3% de los hogares no les alcanzó el ingreso para comprar alimentos en
cantidad suficiente, y que 72,7% de la población perdió en promedio 8,7
kilogramos de peso corporal. Adicionalmente, se reportó que en 2016 el consumo
de alimentos se desplomó, y que hoy existen las peores condiciones de
desprotección de salud desde principios del siglo XX.
Entre las razones que originaron esa adversidad están los bajos precios
petroleros que han existido desde fines de 2014 a esta parte, fenómeno que,
combinado con la declinación de los volúmenes de producción y exportación de
hidrocarburos, generó una reducción brusca de los ingresos de divisas. Sin
embargo, esa no fue ni la única ni la más importante razón, fue más bien un
factor coadyuvante. Las verdaderas causas que generaron el caos que vivimos son
las pésimas políticas públicas que se han implementado, no solo durante los
últimos años, sino desde hace varios lustros. Fueron esas políticas las que
causaron la práctica ruina de Pdvsa, la depauperación del aparato productivo
interno, la exacerbación de la condición rentista de la economía y de su
dependencia de los volátiles precios de los hidrocarburos, el despilfarro de
los mayores ingresos petroleros de nuestra historia, y la altísima inflación
que padecemos. Estas políticas, combinadas con una corrupción desbocada, y con
la imposición de un sistema de gobierno autocrático que no respeta la
Constitución y las leyes, que no se somete a los controles debidos, y que
eliminó la independencia de los poderes públicos, han llevado a la aniquilación
del Estado de Derecho y a la conformación de un país en caos, y de una sociedad
dependiente de la voluntad de los gobernantes. Quizá este último punto explique
por qué el gobierno se empeña en ser el único que importa alimentos o
medicinas, o controla esas operaciones comerciales con particular recelo, ya
que ello le da la potestad de ser el que determina qué productos de primera
necesidad son los que puede obtener la gente, particularmente los más
desposeídos, dándole esto un control creciente sobre la gran masa de la
población, la cual percibe que para poder tener acceso a los alimentos o a las
medicinas, aunque sea en cantidades precarias, hay que estar de buenas con el
gobierno.
Esto está muy en línea con el criterio que históricamente ha
caracterizado a muchas revoluciones, particularmente a las de corte comunista:
fomentar la miseria, pues ella genera dependencia del Estado y sumisión al
gobernante.
Pero, ¿por cuánto tiempo más tendremos que padecer este caos? La historia
también nos demuestra que esa perversa línea de acción tiene sus límites,
llegándose tarde o temprano a un quiebre inevitable. Este puede tomar la forma
de una presión, violenta o no, que fuerce el cambio, bien sea a través de la
modificación radical de las políticas públicas por parte de la dirigencia
gubernamental misma con el fin de mantenerse en el poder, o a través de un
cambio de gobierno, pacífico y electoral, o forzoso. Ojalá que el cambio de
rumbo que se siga cuando lleguemos a ese punto de quiebre sea el más pacífico y
positivo posible.
Pedro Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
El Nacional
Caracas - Venezuela
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