El adjetivo “mercenario” nunca tuvo un carácter
peyorativo, ni tan despreciable hasta que la llamada revolución cubana lo
adoptó como su insulto preferido para descalificar a quienes la adversan. En
Venezuela todavía se enseña que “el juez es mercenario” en el sentido de que no
actúa motu proprio sino a instancia de parte.
Tanto menos malo es pensar en los circunspectos
guardias suizos que custodian la Santa Sede y al Papa, un remanente de los
mercenarios suizos que hicieron fama desde el siglo XV como los mejores
soldados de Europa.
O en los legendarios aventureros de la Legión
Extranjera francesa inspiradores de tan numerosos relatos y en los famosos
Gurkas, los ferocísimos guerreros nepalíes que todavía hoy en día forman filas
en las fuerzas armadas de su majestad imperial británica.
Quizás esta descalificación corresponda más bien a una
práctica comunista que consiste en poner el mundo al revés, siguiendo el
consejo de Marx que en una ingeniosa frase sobre Hegel recomendaba “darle la
vuelta” a su idealismo, para arribar al materialismo dialéctico.
No es cualquier cosa tomar la hez de la tierra, los
más pobres e incultos para formar con ellos un olimpo; mientras que todo lo que
es noble y digno, incluso la religión, se echa al cesto de basura como lo peor,
al punto que ni siquiera tienen cabida en la sociedad futura.
Riqueza, cultura, refinamiento, distinción, gustos
despectivamente llamados “burgueses”, están llamados a desaparecer en la utopía
comunista del futuro, para ser sustituidos no se sabe por qué, pues, hasta
donde alcanza la historia, lo que ha ocurrido en las sociedades que han
abrazado ese ideal es la entronización de una casta más exclusivista de
burócratas.
De manera que sí hay algo profundo en esa manía de
llamar a los oponentes “mercenarios” que vale la pena detenerse a estudiar, no
sólo por sistemática y recurrente, sino porque es el argumento único que parece
sustituir a cualquier otro, de manera que basta con decir de alguien que
“recibió dinero” para que toda otra argumentación resulte superflua.
Otra razón sería que, como es común en la izquierda global,
las estratagemas erísticas se universalizan y ahora en cualquier país del
mundo, incluso en el occidente civilizado, los comunistas se limitan a
demostrar que una institución recibió financiamiento de alguna fundación,
aunque todas sean lícitas e intachables, para dar por inválidas sus
conclusiones, sean desde el calentamiento global hasta el efecto de las grasas
saturadas sobre la salud.
Finalmente estos argumentos, si pueden llamarse así,
han colonizado las mentes de quienes se suponen anticomunistas de manera que
rechazan recibir financiamiento o cualquier tipo de ayudas porque sienten que
eso, de alguna manera, los desautoriza ante sus seguidores, reales o
potenciales.
“Si se corta el dinero, se acaba la
contrarrevolución”, sentencia en su lenguaje llano Miguel Díaz-Canel,
presidente nominal de Cuba; habría que preguntarle: ¿Y qué pasaría en el mismo
caso con la revolución?
Los observadores más moderados estiman en seis mil
millones de dólares anuales la asistencia que la URSS le estuvo suministrando
al régimen de Castro desde los años sesenta hasta principio de los noventa,
cuando colapsó económicamente arrastrando a Cuba al llamado “período especial”,
condiciones de guerra en tiempos de paz.
Entonces se asieron de Venezuela que desde fines de
los noventa, sólo en suministro de cien mil barriles diarios de petróleo, les
aporta más de la mitad de aquella cantidad, sin contar los beneficios de la
triangulación de casi todo el resto del comercio exterior del país.
Cuba es el país que más asistencia financiera ha
recibido del exterior en forma gratuita y cuando fueron préstamos la mayoría
han sido condonados y el resto, simplemente, no los pagan; como no han pagado
todavía las compensaciones legítimas a las empresas y personas naturales cuyos
bienes fueron robados propagandísticamente por la revolución.
Hilando un poco más el argumento, podría preguntarse
si el régimen cubano ha inventado algún sistema de trabajo que excluya el pago
de salarios, visto que ser un “asalariado” es algo tan denostable.
Y ocurre que no, los funcionarios del Estado
comunista, en particular los funcionarios de seguridad, que se ganan la vida
espiando y maltratando a personas inocentes, son unos asalariados en sentido
estricto, reciben una paga por las tropelías que perpetran. ¿Con qué autoridad
descalifican a los demás llamándolos “mercenarios”?
Esto vale también perfectamente para la burocracia
cultural, los que trabajan en el cine, televisión, literatura y artes
plásticas, pretendiendo una superioridad moral de la que carecen; de algún modo
los hace peores unir el pago al silencio cómplice ante tanta felonía.
Gabriel García Márquez, un prominente castrista, decía
que no podía dejar de asociar el oro con la mierda; pero se peleó con el diario
El Nacional porque reclamaba que no le habrían pagado alguno de sus artículos,
aun siendo un sujeto con tanta fortuna.
La cruda realidad es que si se tomara en serio el
argumento del poder corruptor del dinero, ninguna de las profesiones llamadas
liberales podría sobrevivir, porque todas dependen del pago de los honorarios
correspondientes al servicio prestado, que no tiene nada de pecaminoso y que por lo común se acepta sin
el menor reparo.
No se sabe si reír o llorar al ver escenas como las ya
famosas de Gustavo Petro recibiendo gustoso montones de billetes de algún
patrocinante anónimo, porque en el fondo todo el mundo sabe que la maquinaria
política no podría moverse, como cualquier maquinaria, sin ese lubricante
universal.
Entonces, ¿a qué vienen esas poses de incorruptibles y
repudiadores públicos de recursos que reciben con beneplácito en las sombras? Y
a veces ni eso: mientras Ali Rodríguez Araque denunciaba en La Habana que
“quien firma los cheques es quien da las órdenes”, su jefe, Hugo Chávez, en
cadena nacional le entregaba un cheque por treinta millones de dólares a su
secuaz Evo Morales, quien lo recibía diciendo jocosamente: ¿Y no puede haber
uno cada mes?
A los revolucionarios les parece natural el dinero que
ellos reciben pero le atribuyen un carácter deletéreo al que reciben los demás.
Pero esto tampoco es raro: no hay uno que no se rasgue las vestiduras por el
“asesinato” del Che en Bolivia; las miles de personas que él fusiló sin fórmula
de juicio fueron muertes naturales.
De manera que en el fondo hay una distorsión
psicológica y moral: así como acusan a los demás de lo que ellos hacen, les
resulta insoportable la proyección de sus propios actos en los otros. Lo grave es que haya tanta gente
que cae en esa trampa.
Ahora la catástrofe humanitaria de Venezuela es culpa
de “el bloqueo” y Padrino López está esperando con su tropa la llegada de “los
mercenarios”.
Luis Marin
@lumarinre
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