jueves, 19 de noviembre de 2015

ANDRÉS HOYOS, COMPLICACIÓN DE MALES, (I),

El nuevo capítulo de la vieja tragedia empezó cuando Estados Unidos eligió presidente a George W. Bush, un pueblerino con el que los electores se hubieran querido tomar una cerveza. A ocho meses de posesionado, grupos de kamikazes de Al Qaeda estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas y uno contra el Pentágono, matando a más de 3.000 personas. Retado y ardido, Bush entregó su política exterior a unos fanáticos neoconservadores que, en vez de enfocarse en perseguir a Osama Bin Laden como cualquiera hubiera esperado, optaron por invadir Irak en 2003 y derrocar a Saddam Hussein. Las autoridades de ocupación agregaron al desatino inicial dos errores garrafales: desbandaron el Ejército, de mayoría sunita, y entregaron el poder a la minoría chiíta. Los gringos a veces parecen niños inconscientes a cargo de un inmenso poder de destrucción.

De semejante cúmulo de errores emergió un monstruo: el Estado Islámico, la organización terrorista más letal y despiadada de cuantas hayan surgido en el planeta en el último medio siglo. Al Qaeda era un club exclusivo, aristocrático a su manera, fundado por un príncipe saudí; tuvo su momento el 11 de septiembre de 2001 y luego en Madrid en 2004 y en Londres en 2005. Después perdió fuerza. En contraste, el Estado Islámico es un movimiento popular, con control territorial y finanzas sólidas, o sea, una amenaza mucho más peligrosa. Su espina dorsal militar está conformada por los restos del Ejército de Hussein, y su ideología fue forjada en la cárcel.

El daño de la creación del Estado Islámico ya no puede repararse, por lo que creo que piensan con el deseo quienes afirman que son viables tratamientos humanitarios o que el diálogo es el camino para reducir su accionar. Las medidas a largo plazo que algunos sugieren son necesarias —urge, en particular, dar algo que hacer a millones de musulmanes jóvenes que hoy son objeto de la seducción yihadista—, pero en lo inmediato resultan inocuas.

París, antes la capital de la belleza, el viernes pasado se convirtió en la capital del terror. ¿Despertará Europa, la bella durmiente herida tan cerca de su corazón, tras el beso del príncipe de la muerte? El pacifismo, duele tener que escribirlo, hoy parece una forma de alimentar a la bestia para que ataque con más fuerza. La comparación con los nazis en 1939 luce cada vez menos descabellada.

En fin, si mañana aflojan los ataques, perspectiva en extremo improbable, lo de la noche del viernes será un recuerdo doloroso. Si siguen, Europa no tendrá otra opción que enviar tropas. Porque ganar desde el aire la batalla de Irak y Siria es imposible. El bombardeo a Raqa, por ejemplo, producto de la rabia, no fue un golpe estratégico. Raqa sólo puede ser expugnada por tierra. Eso implica muchas bajas y uno no ve a Europa todavía lista a sufrirlas. Eso sí, mientras el Estado Islámico tenga campos de entrenamiento para terroristas europeos y norteamericanos en Siria e Irak, los atentados en las metrópolis son casi inevitables. Los lobos solitarios ahora atacan en manada y no van a dejar de hacerlo a menos que alguien se los impida.

El Estado Islámico claramente quiere provocar la invasión de los “Cruzados”. Aunque la opción es complicada, la inacción es imposible. Una Europa militarizada de nuevo implica un cambio tan drástico que uno no sabe qué pensar.

La semana entrante vuelvo sobre el tema.

Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
Colombia

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