En un país polarizado
al máximo como la Venezuela de hoy , donde la principal y casi única ocupación
de una parte importante de sus habitantes es la procura de sus alimentos y las
piruetas para estirar los sueldos, es natural que la gente no esté pendiente de
los grandes desafíos que tienen lugar en el mundo y en la región los cuales sin
duda han generado y seguirán generando consecuencias que a todos nos alcanzarán
en algún momento. Ocurre, sin embargo, que esas
consecuencias trascienden el marco de lo inmediato y además su
comprensión requiere un cierto nivel cultural e información que por lo general
excede el de la mayoría de la población no solo en nuestro país donde la
disponibilidad de harina precocida ocupa toda la energía de la gente sino
también en otras áreas del mundo donde los niveles educativos harían suponer
que pudiera haber mayor comprensión.
Entre esos temas
ocupa un lugar importante el del desarrollo económico ya sea a través de la
versión del libre comercio, de los esquemas de integración y/o mezclas de
ambos. Cuando estos asuntos se han puesto a la consideración del público la
reacción inicial casi siempre ha sido de diversos grados de rechazo. A los
políticos (con P minúscula) les viene como anillo al dedo el argumento de que
se perderán puestos de trabajo, se comprometerá la soberanía nacional, se
acrecentará la desigualdad social etc. A quienes son líderes – y por tanto
conducen el rebano en vez de seguirlo- les toca la responsabilidad de poner en
marcha esos grandes proyectos enfrentando toda clase de acusaciones y , en
ocasiones, exponiendo sus carreras políticas. Prueba de ello es el hecho de que
en casi ningún país de nuestra región los esquemas de integración económica han
sido aprobados por referéndum popular sino a través de legislación especial
emitida por los órganos de gobierno en los que –al menos idealmente- se sientan
los ciudadanos que representan la elite política (en el buen sentido) .En casi toda la Unión
Europea ha ocurrido lo contrario, aunque también allí se ha presentado en forma
áspera el debate que desde hace tiempo enfrenta a los integracionistas con los
que se llaman “euroescépticos” que en países como Francia e Inglaterra no son
pocos.
En el caso de
Venezuela , su primera incursión en al ámbito de la integración fue en 1969 con
el Pacto Andino que ya había arrancado entre otros países del área y en el cual
el nuestro no quería participar en el entendido de que al momento estábamos
mejor que los otros y por tanto nada iríamos a ganar. Afortunadamente una clase
política – de todos los partidos-
consciente de su responsabilidad histórica logró –tardíamente-
incorporar a Venezuela en el esquema del cual se obtuvo buen provecho hasta que
Chávez (también sin consulta popular) decidió retirar a Venezuela . Lo mismo
–pero al revés- ocurrió con Mercosur, ALBA y Petrocaribe en los que nuestro
país fundó o se incorporó a esquemas que le imponen importantes
responsabilidades internacionales que el grueso de la población desconoce y –si
acaso- solo sabe que se trata de regaladeras destinadas a servir un proyecto
político cuyas dimensiones exceden en mucho las
posibilidades de nuestro país.
En el mundo de hoy,
totalmente interdependiente, ya las cosas no se pueden medir por su efecto al
momento. Ejemplo es el caso de Mercosur que habiendo sido bastante exitoso se
encuentra actualmente en situación
crítica motivado a la desaceleración de
la economía brasileña que se traduce en impacto a la economía argentina etc.
Tan es ello así que el candidato perdedor en la última elección presidencial de
Brasil, Neves, planteaba como punto central de su plataforma la re-evaluación
de la conveniencia de permanecer en Mercosur.
Hoy día, en la propia Europa el
Primer Ministro británico, Cameron, ha asomado la posibilidad de convocar a un
referéndum para que los votantes decidan si desean o no que El Reino Unidos
permanezca en la Unión Europea. A casi nadie se le ocurrían estas ideas
mientras la Unión iba viento en popa pero –otra vez- los ciclos de crisis
suelen ser independientes de los plazos en que deben realizarse elecciones en
los países democráticos.
Lo anterior sirve
tambien para ilustrar el caso de la conversación telefónica entre dos ciudadanos venezolanos,
ilegalmente interceptada, acerca de la posibilidad de que en un futuro
Venezuela pudiera tener que recurrir al auxilio del Fondo Monetario
Internacional y/o del Banco Mundial. La pertinencia o no de esa iniciativa no
ha sido ni es el fondo del escándalo que se ha desatado. En nuestro mundo al
revés no es importante que en un programa de televisión conducido nada menos
que por el Presidente de la Asamblea Nacional se haya divulgado una
conversación obtenida en forma ilícita sino que se ha dado prioridad al aspecto
ideológico y de política electorera de corto plazo que se pueda obtener de cara
a unas elecciones cercanas que no pintan bien para el oficialismo. La estrategia es obvia: el supuesto provecho
político inmediato frente a la terca realidad que tarde o temprano habrá que
enfrentar cuando todas las fuentes de ingreso de divisas estén agotadas y solo
el FMI pueda ayudar a resolver la cuestión imponiendo –como es natural- algunas
condiciones. En Grecia el populismo oficial convocó a un referéndum para que el
pueblo se pronunciara acerca de la austeridad exigida a Atenas por quienes eran
llamados a financiar la recuperación económica. Como era de esperarse triunfó
el populismo y el plan fue rechazado. Al final del cuento los griegos tuvieron
que tragarse sus aspiraciones y aceptar que en épocas de crisis no es posible
elegir el salvavidas con el que uno va a asegurar la supervivencia. Sugerir que
en Venezuela pudiera considerarse esa alternativa luce como suicidio político.
Esperemos unos meses para ver hasta donde nos lleva el río.
Adolfo P. Salgueiro
apsalgueiro1@gmail.com
@apsalgueiro1
Miranda – Venezuela
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