Es como vivir un
sueño absurdo, una pesadilla sin sentido de esas en las que, cuando hablas,
dices lo contrario de lo que querías expresar, donde todos los nombres de las
cosas están cambiados y la gente hace lo opuesto de lo que verdaderamente
intenta.
El gobierno de Chávez
ya venía practicando esa ruptura con la racionalidad, su insistencia en que la
suya era una revolución pacífica, pero armada, que todo lo que hacía,
incluyendo dejar morir de mengua a un agricultor como Franklin Brito, por amor,
que su gobierno era humanista pero hostigaba a las universidades y asesinaba
estudiantes, la verdad en la calle era muy distinta a su prédica.
La historia está
llena de estas situaciones que sólo son estrategias de los gobiernos
totalitarios para dominar a sus poblaciones, desestabilizando su proceso
racional de pensamiento para crear cortocircuitos, confusión e imposibilitar la
comunicación, dejar al colectivo en indefensión ante las acciones violentas y
las mentiras del régimen; es parte de lo que se conoce como guerra psicológica,
sumir al enemigo en caos mental, de modo que no tenga defensa contra lo que se
dice y hace.
Pero en el caso de
los chavistas hay una particular característica que los hace ser mucho más
abominables, y es la ignorancia, esa gente es tan lerda y obtusa, que sólo en
el mal uso del lenguaje (no saben expresarse correctamente) ya rompen con el
orden lógico de las construcciones gramaticales, la pronunciación y el
significado de las palabras y solo esto genera una cantidad de “ruido” en las comunicaciones
que es casi imposible entenderse con ellos.
Chávez actuaba
destruyendo la propiedad privada, atacando a la familia como unidad básica de
la cohesión social, a la iglesia como institución fundamental, a las empresas
como motores productivos, y al comercio como forma de intercambio de bienes,
siempre con la Constitución en la mano, diciéndonos en sus cadenas infinitas
que las invasiones, los cierres de empresas, los robos de haciendas, eso era lo
que decía la ley, cuando la verdad era todo lo contrario.
Negaba la existencia
de los presos políticos, de la censura impuesta a los medios de comunicación,
decía que en el país había libertad absoluta de expresión, “exceso de
libertades”, llegó afirmar en una ocasión, mientras todo el aparato estatal se
dedicaba a encarcelar disidentes, nacionalizar empresas, perseguir periodistas,
aprobar leyes restrictivas de la libertad.
Mientras desplegaba
un gran boato en actos patrióticos, aprovechando las fechas históricas,
realizando grandes desfiles militares, con discursos donde se destacaba la
gesta heroica de nuestros libertadores, la escuela militar y los cuarteles se
convertían en centro de ideologización cubana, para inducir el comunismo en las
mentes de nuestros soldados y preparar la entrega del país al enemigo
extranjero, nuestros arsenales eran distribuidos entre la guerrilla, el hampa,
la ilegal milicia y los colectivos violentos.
La libertad de la
información y la libre expresión fueron objetivos estratégicos de guerra para
el régimen chavista, prohibieron el acceso de periodistas a las instituciones
públicas, les negaron acceso a los actos
de gobierno, impusieron un black out de información sobre la gestión
ordinaria de las dependencias de la administración pública.
Los medios y
periodistas que continuamente objetaban al gobierno y la realidad que quería
imponer, fueron perseguidos, agredidos y atacados en su ejercicio profesional,
no se podía permitir que el Presidente dijera que era de día y los medios
replicaran que era de noche, que Chávez remachara, una y otra vez, que éramos
la economía más pujante del hemisferio, con oportunidad a convertirnos en
potencia mundial, y que los medios reflejaran cómo habíamos retrocedido en
productividad y calidad de vida.
El gobierno chavista
se ha definido por su irresponsabilidad ante las fallas de su propia gestión,
principalmente por la falta de inversión en las estructuras básicas de servicio
del país, vialidad, agua, luz, viviendas, agricultura y por la gran
ineficiencia en la administración del estado.
Como es usual en los
gobiernos comunistas, la culpa siempre se endosa a otros; en el caso del
suministro de la luz eléctrica, es notable como la propaganda, por demás
absurda, ha querido tapar las interrupciones del servicio eléctrico con excusas
tan insólitas que daban ganas de reír, cuando no dan grima, como es el caso del
actual encargado de Corpoelec, la empresa del estado que suministra energía
eléctrica, un tal general Mota, quien se ha dado a la única tarea de
contabilizar y tomarle fotos, a humildes habitantes de barriadas y pueblos que
tratan de conectarse ilegalmente al sistema eléctrico y se electrocutan, no
contento con esto, los presenta a la opinión pública como saboteadores y
terroristas, igual sucede con la mentada guerra económica, subterfugio que solo
creen los más fanáticos adeptos al régimen.
Toda aquella
estrategia propagandística sobre un país libre de analfabetismo se les cayó al
poco tiempo, porque la realidad contrastaba, de manera rotunda, con la mentira
gubernamental; igual sucedió con los “éxitos” de la Misión Barrio Adentro y el
nuevo sistema de salud que querían imponer; pasó también con el modelo
educativo, con las nuevas universidades, todo, todo lo que hacía el gobierno
era mentira, actos de propaganda, que involucraban una puesta en escena
costosa, multitudinaria y transmitida diariamente en cadena nacional.
Una cosa era lo que
el gobierno decía y presentaba, y otra lo que la gente constataba en la
realidad; pero lo peor estaba por ocurrir y fue la manera como se manejó el
tema de la salud del presidente, una vez que se conoció, a pesar de la
negaciones reiteradas del mismo Chávez, su condición de enfermo terminal. Esta situación, por demás macabra, se ligó
con unas elecciones donde el candidato-presidente insistía públicamente en que
jamás se había sentido mejor, engañando descaradamente al pueblo para continuar
en el poder.
Su posterior
tratamiento y muerte en Cuba fueron objetos de una de las campañas de
desinformación más grandes de las que se tenga recuerdo en el hemisferio, porque
se negaba una realidad imposible de ocultar, las mentiras taparon los hechos y
el pueblo de Venezuela se tuvo que conformar con conjeturas y rumores, ya que
era imposible creer la información del gobierno.
Con Maduro, esa
práctica de cambiar los términos de la realidad se exacerbó desde el mismo
momento en que toma el poder, por medio de un fraude electoral y de una
falsificación de sus orígenes e identidad, intensificando la desinformación, y
añadiendo el elemento de violencia que caracteriza al resentido, a alguien que
aparentemente procede con firmeza y decisión, pero se encuentra inseguro de lo
que hace y tiene que amenazar o levantar el puño para dejar constancia de su
compromiso.
La sola referencia a la oposición política por parte de representantes del gobierno adquiere ribetes de insultos y amenazas graves, dedican parte importante de su tiempo útil no a gobernar el país, sino a mostrar frente a las cámaras de televisión, los expedientes policiales y de inteligencia política que tratan de probar elusivos magnicidios, golpes de estado prolongados, guerra económica internacional contra el país, intentos de los EEUU por desestabilizar el régimen, conspiraciones nacidas en el seno de la derecha colombiana, arremetidas de CNN y otros desvaríos que justificarían finalmente el empleo de componentes militares para aplacar la indetenible protesta pacífica de los ciudadanos, que solo se presenta en “algunos pocos municipios en manos de la oposición”.
La constante agresión
a los estudiantes y las universidades azuzadas por las paranoias
gubernamentales y su lenguaje atrabiliario, resultan en estallidos de
enfrentamientos asimétricos entre componentes armados y ciudadanía indefensa,
de donde resulta una gran cantidad de víctimas; la cobertura de los enfrentamientos,
por la prensa y las redes sociales, da cuenta de excesos, torturas,
desapariciones, violaciones, detenciones ilegales, y, a medida que la espiral
de violencia se acentúa, el gobierno hace un desesperado esfuerzo por negar lo
que ocurre, presentándose como víctima y defensor del pueblo, a quien viene
gaseando con armas químicas tóxicas desde hace un buen tiempo.
La reacción
internacional no se hace esperar y el gobierno chavista tiene que responder a
una serie de acusaciones y señalamientos sobre graves violaciones de derechos
humanos; su ofensiva diplomática, institucional y de prensa están marcadas por
ese lenguaje artificial y por un desmontaje de la realidad, tan descaradamente
irracional, que deja en evidencia su intención de ocultar sus crímenes, una
estrategia que no tiene límites.
Algunos altos
funcionarios empiezan, incluso, a cuestionar conceptos básicos del lenguaje,
como el significado e implicaciones de la palabra “tortura”, para enredar los
expedientes que se levantan en las instancias internacionales, presentando como
evidencias montajes burdos y manipulaciones infantiles de la versión oficial de
los hechos.
Dos son los
principales enemigos de toda democracia, la mentira y el secreto, ambos afectan
la posibilidad de que el ciudadano esté informado de lo que ocurre en su
entorno, ambas destruyen las bases de la convivencia y el orden; los chavistas
han sido cultores de estas prácticas, ya que sólo pueden gobernar en medio de
la incertidumbre y la oscuridad, no en la transparencia; como buenos vampiros
del conocimiento, les aterra la claridad.
Lo peor de todo es
esa estrategia de hacerse ver como respetuosos defensores de los derechos
humanos, como se promociona internacionalmente ante las graves acusaciones en
su contra, un parapeto de propaganda que no puede ocultar como diezman a la
población con sus fuerzas paramilitares y militares.
No creemos que el
país pueda sentarse a conversar de paz con personas que no sólo tiene sus manos
manchadas de sangre de jóvenes venezolanos, sino que, actuando de manera
esquizoide, niegan la realidad y le confieren significados distintos a las
palabras que utilizan; nadie puede conversar y mucho menos llegar a acuerdos
con una persona que sufre de severos trastornos bipolares, mucho menos, pedirle
a un tercero que medie en una discusión con un criminal, que acaba de cometer
una masacre y quiere castigar a los testigos de sus actos violentos.
Los términos de
partida para cualquier conversación con la oposición política en Venezuela
están todos viciados; no puede haber paz desde la imposición de la guerra, al
menos que lo que se quiera sea la rendición incondicional de todo un pueblo que
clama por justicia y libertad. Si es así, se debería empezar por llamar las
cosas por su nombre. -
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
Miranda - Venezuela
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