Hay
una contradicción muy profunda en ello.
Siempre
hemos creído que la gente que ora con la pasión que lo hacen los verdaderos
creyentes son personas de una inmensa espiritualidad.
Gente
incapaz de ofender siquiera al más abyecto prójimo.
Seres
distintos a quienes tenemos una respuesta virulenta a flor de piel.
Hermanos
en el absoluto sentido de la palabra que jamás atentarían contra la vida de otro
ser humano y difícilmente lo harían contra algún animal.
Tal
convencimiento conlleva a que no confundamos al terrorismo con la religión. Ni
musulmana ni ninguna otra.
Esos
jóvenes que se inmolan pensando que Alá los recibirá en su seno por haber
asesinado a infieles, lo hacen bajo el influjo de drogas y de discursos
hipnóticos de sujetos especializados en aplicar lavados de cerebro en muchachos
influenciables.
Ellos,
los jóvenes, desconocen su religión y por tal razón caen en las marañas del
terrorismo, sin saber que han sido sacrificados doblemente: como mortales y
como creyentes.
Nadie
que de corazón profese al Corán sería capaz de quitarle la vida al prójimo. Al
contrario, estos actos los avergüenzan.
José
Angel Borrego
periodistaborrego@gmail.com
@periodistaborr1
CNP-526
Anzoategui
. Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario