Sería un error
interpretar los pavorosos atentados de París del 13-N como un choque de
civilizaciones; como una colisión entre Oriente y Occidente, o entre el mundo
islámico y el cristianismo. Lo ocurrido en la capital francesa –lo mismo que la
destrucción de las Torres Gemelas en 2001- refleja la furia asesina a la que
puede conducir el fanatismo religioso e ideológico de una secta que se cree
elegida por Dios -su dios- para combatir el mundo de los infieles y revelar la
palabra divina -la contenida en su particular interpretación del Corán- e
imponérsela a toda la humanidad. La excusa invocada por los yihadistas del
Estado Islámico (EI) para cometer esos actos criminales reside en la
participación de Francia en los bombardeos a los territorios de Siria donde el
EI ha establecido su califato, más de 40.000 kilómetros cuadrados entre Siria e
Irak. Lo extraño es que su odio no estuvo dirigido hacia instalaciones
militares, sino hacia inocentes ciudadanos.
En la “guerra santa” del EI no todo es ideología y religión.
También hay mucho dinero que se mueve a su alrededor. El EI se ha apoderado de
numerosos pozos petroleros que le proporcionan varios millones de dólares al
día, además de la industria del secuestro, que ha desarrollado con una mezcla
macabra de audacia y crueldad, y el negocio del narcotráfico, especialmente en
las áreas que controla en Afganistán. Ese grupo confesional -para el cual no
existe el respeto a la vida, ni derechos civiles, ni principios relacionados
con el libre albedrío o la libertad de culto o pensamiento-, se ha convertido
en una poderosa corriente fundamentalista, con capacidad de imponer
compulsivamente la pertenencia al grupo o captar sus devotos e incondicionales
seguidores a través de los numerosos
portales de Internet que posee.
Como toda secta, profesa una fe ciega en sus líderes y en
los dogmas que la rigen. Para sus miembros no existe ninguna posibilidad de
discernir, disentir o criticar. Solo cabe la obsecuencia absoluta ante la
autoridad que emana de la interpretación del Corán planteada por los jefes
espirituales. De allí que sea imposible cualquier tipo de discusión civilizada
o de diálogo con sus integrantes.
El Estado Islámico constituye una versión aún más agresiva y letal que su prima
hermana, Al Qaeda. Es el oscurantismo en su expresión más brutal. Se ubica en
el extremo de organizaciones criminales, recubiertas con un delgado manto de ideología política, como las
FARC, capaz de reunirse con el gobierno colombiano en La Habana y pasar tres
años discutiendo un acuerdo de paz. En América Latina, se asemeja a Sendero
Luminoso, la organización peruana dirigida por Abimael Guzmán que convirtió las
ideas de Mao Zedong en una religión laica y en excusa para decapitar campesinos
y soldados y perpetrar actos terroristas de una insondable crueldad. Con esta
agrupación el Estado peruano actuó sin misericordia. La penetró con sus
servicios de inteligencia y capturó a sus dirigentes más importantes, entre
ellos a Guzmán. De esa manera desmanteló y destruyó a una organización clandestina
que por momentos se consideró imbatible.
No pretendo comparar a los lunáticos del modesto Sendero
Luminoso con el poderoso y multimillonario EI. Para demoler este “Estado” hay
que contar con mucho más que un eficaz aparato de seguridad capaz de anticiparse
a las operaciones terroristas en Europa. Al Estado Islámico, la Unión Europea,
EE.UU. y Rusia tendrán que encararlo con tropas de infantería que los saquen de
los territorios de los que se ha apoderado en Irak, Siria y Afganistán. Esa
coalición deberá establecer una alianza con los guías espirituales del Islam
para lograr que esos conductores
declaren a los terroristas enemigos de Alá, de Mahoma, del Corán y de la
Humanidad. Deberán tratar de que sentencien que quienes cometen esos crímenes
no van al Paraíso o al Cielo, sino al más aterrador Infierno. Hay que intentar
socavar las bases religiosas y míticas de los “mártires”, quienes además son
ingratos con el país que los acoge.
Solo una acción conjunta que tome en cuenta factores
policiales, militares, diplomáticos, ideológicos y religiosos, podrá eliminar a
esos extremistas, transformados en los peores enemigos de la vida, la libertad
y la humanidad. En esa lucha sin cuartel Occidente tendrá que contar con la
colaboración de Oriente y de las autoridades espirituales musulmanas.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Miranda - Venezuela
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