La situación que viven los venezolanos no puede ser
más dramática. Y sin embargo, lo será. No hay ningún indicio que muestre al
gobierno con la voluntad de tomar las decisiones que eviten que Venezuela siga
la ruta de la destrucción que comenzó Chávez como venganza contra el pueblo
después de la contienda de Abril de 2002.
El país se encuentra sumido en un estado de anomia
del cual tenemos multitud de indicadores. Quizás el más visible tiene que ver
con el irrespeto casi absoluto a las normas de tránsito. Buena parte de los
motorizados convierten el tráfico en nuestras ciudades en un suplicio. El
gobierno cuenta-voticos es incapaz de ponerle coto a los desmanes de estos
centauros de acero que se consideran dueños de las vías y peor aún, en su
necedad, se creen invulnerables e inmortales. A los motociclistas se unen
muchos conductores de vehículos que contribuyen a exacerbar el ya caótico
sistema de circulación vial de nuestro país.
Otro elemento que indica una situación de anomia es
la irregularidad en el suministro de alimentos. Este tema es una verdadera
tragedia humanitaria. En el socialismo del siglo veintiuno (todo en minúsculas
como corresponde), la alimentación está sometida a la ausencia de reglas que
caracteriza a una economía híper regulada, es decir, sálvese quien pueda. El
efecto de las ridículas regulaciones del gobierno ha sido la aparición de
grupos de comerciantes que trafican con alimentos y logran vendérselos a
quienes tienen mayor capacidad de pago. ¿Neo liberalismo salvaje? Lo cierto es
que los más vulnerables están pasando hambre. Ya las colas no se respetan.
Hemos visto muchísimos eventos de tumultos para entrar en los centros que
abastecen alimentos. Una situación caótica que amenaza con extenderse a lo
largo y ancho del país.
La situación de la salud es inenarrable. Los
enfermos están literalmente abandonados a su suerte. La ausencia de medicinas
ronda el 80 por ciento. La dotación hospitalaria inexistente. Muchos médicos han
emigrado buscando mejores condiciones de vida. Las personas con enfermedades
graves están abandonadas a su suerte. Los pacientes con padecimientos crónicos
no encuentran sus medicinas. No hay pastillas anticonceptivas en un país que
simplemente no está preparado para que su población siga creciendo. El problema
del sector salud tiende a agravarse y las epidemias están generando un caos
entre los pobladores de nuestro país, empobrecido por la voraz corrupción del
chavismo.
Otro servicio caótico es el suministro de energía
eléctrica. Miles de millones de dólares se destinaron a evitar que ocurriera
una situación similar a la de 2008. Las investigaciones llevadas a cabo en
otros países dan indicios de que la mayor parte de esos recursos fueron
groseramente robados por personas que pasaron a la riqueza extrema en menos de
un año. Se pasean por el mundo en aviones privados, viven en lujosas mansiones,
financian matrimonios escandalosamente caros para sus descendientes. En fin, la
ausencia de control en el manejo de esta situación nos trajo al desbarajuste
que estamos viviendo y que, de no llover, puede degenerar en una situación de
apagón nacional que nos catapultará al denigrante lugar del país más miserable
y caótico del planeta. Que estemos dependiendo de la naturaleza para que no
tengamos una caída del servicio eléctrico, pone de manifiesto los niveles de
miseria que vivimos. La respuesta es recurrir a que los privados generen su
propia electricidad. Un rotundo fracaso para un gobierno que reclamó para sí el
monopolio de la generación y distribución de la energía eléctrica. Una
reprivatización encubierta.
El hampa ha pasado a un nuevo estadio. La guerra no
declarada contra un gobierno que se hace el loco y mira para otro lado. Se han
multiplicado los robos a policías y militares. Lo más peligroso ahora son los
ataques a puestos policiales, centros custodiados por la guardia presidencial y
escuela de formación de guardias nacionales. Esto se salió de madre. La
situación es verdaderamente caótica. La respuesta de las autoridades cercana a
nula. Siendo así, la delincuencia siente que puede apretar y reclamar cada vez
más espacio. Nos parecemos cada vez más a esas viejas películas sobre el lejano
oeste en el que imperaba la ley del revolver. La diferencia es que los
malandros venezolanos están mucho mejor armados.
Y hacen su contribución al caos. Toma de calles,
avenidas, autopistas y hasta pueblos enteros para rendir honores al delincuente
muerto durante su traslado al cementerio. Salvas al momento de enterrarlos.
Homenajes que se rinden desde la cárcel con un armamento que es envidia de los
policías desarmados por un asustadizo Chávez después de 2002. La contribución
del gobierno a este desmedido crecimiento del hampa es notable.
Ante la situación cercana al caos que vivimos la
gente no sale. Tienen miedo a que los maten para quitarles alguna propiedad por
minúscula que sea. El secuestro es una industria próspera en Venezuela a fuerza
de quebrar a la familia de los raptados. La incursión de los delincuentes en casas
y apartamentos está a la orden del día. El venezolano no se siente seguro.
Hemos llegado a la triste situación según la cual es más probable que te
asesinen que ganarte la lotería. Y que conste, no tienes que comprar ticket.
La sombra del caos se cierne sobre Venezuela. Y es
responsabilidad absoluta de un gobierno paralítico. De un gobierno minusválido
mental que no es capaz de comprender la magnitud de la crisis que se le viene
encima. Es tal la poquedad de la clase política gobernante que se fían de un economista
español marxista que sostiene que el gobierno lo está haciendo bien y que lo
que hace falta son pequeños ajustes al modelo agregando más controles. Habrase
visto semejante ridiculez.
No temo afirmar que en Venezuela no hay gobierno.
Estamos en manos de una fuerza de ocupación cuyo único objetivo es mantenerse
en el poder al costo de muerte, hambre, miseria y destrucción.
Maduro no tiene la capacidad para entender lo que
tiene por delante. Al cabo que ni le importa lo que sufran los venezolanos,
sobre todo los más vulnerables. Él y sus adláteres consideran una depravación
burguesa esas minucias de comer tres veces al día. Enfermarse es un privilegio
al que solo pueden acceder los que tienen como pagar un médico o conseguir una
colita en un avión de PDVSA para tratarse en el extranjero, por supuesto que no
en Cuba.
Mientras tanto Venezuela se reduce a la miseria en
medio del caos. Es tiempo de que la clase política tome cartas en el asunto. La
presidencia no es propiedad de Maduro y su familia. El momento que vive el país
reclama de los líderes accionar para impedir que el país se pierda.
La anomia que vivimos los venezolanos son los
truenos que anuncian una tempestad con vientos huracanados que nos llevarán a
una triste situación de caos que, más lamentable aún, requerirá el rescate de
otras naciones que hasta ahora se han hecho las desentendidas.
Jose Vicente
Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
Caracas - Venezuela
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