La confusión de valores en la sociedad de hoy en
día se puede afirmar que es un axioma en estos comienzos del siglo XXI. Los
patrones de autoridad y liderazgo tradicionales se encuentran trastocados, en
buena parte, por una pérdida progresiva de credibilidad y de confianza de las
nuevas generaciones, que los sustituyeron
por otros nuevos formados sobre el pavimento duro y áspero de las
calles, a falta de modelos familiares y
escolares que seguir. La publicidad mediática diseñada para resaltar únicamente lo que puede ser vendible, hace el resto.
No sabemos si
en los casos de los actores Sean Penn y Kate del Castillo, ha habido
algo de eso en su pasado. Pero resulta desconcertante que quienes tienen la
responsabilidad de cuidar con su imagen de personajes públicos, la preservación de ciertos principios y
valores que sostienen la sociedad desde
hace siglos, se conviertan fuera del
celuloide, en protagonistas de lo contrario, asumiendo en la clandestinidad un
rol que no les corresponde. Esto sin dejar de lado, que las reuniones con
delincuentes buscados por la justicia,
no importa el propósito o finalidad que persigan, son en si mismas actos
delictivos, por lo que no es exagerado afirmar que estos famosos actores
cometieron, al menos, un ilícito penal.
Pareciera
que el papel de estrellas, de galán y de
diva, que tienen en sus respectivos trabajos como actores, no les fuera
suficiente y que necesitaran extenderlo
más allá de la pantalla, para convertirse en héroes reales y no en los
ficticios de las películas y las telenovelas. Pero ¿héroes de qué? cabe
preguntarse, ¿del narco tráfico, del crimen organizado? Al final,
nos queda la duda de si en el
fondo de todo, lo que verdaderamente buscan no es más que emular o equipararse
a sus entrevistados, que vienen a ser para ellos los verdaderos ídolos. Un caso
emblemático, similar al de El Chapo Guzmán en México, lo fue el de Pablo Escobar, el otrora rey de
la droga en Colombia, considerado el Robín Hood de los pobres, y sobre el que
se hicieron hasta telenovelas después de muerto.
En la Venezuela actual, ocurre lo mismo que en el resto de la América
Latina. Aquí la desorientación en la escala de valores pulula y lo más grave es
que el gobierno contribuye a ello. Esto no es nuevo, ya en el 2014 en un
artículo titulado “La actitud del venezolano” hacíamos referencia a que el propio Presidente del Estado contribuía a ese clima de desvalorización social con
declaraciones, como las que había dado en
días pasados, en las cuales aseguraba que cuando la derecha pedía plomo
al hampa, lo que en verdad pedía era plomo al pueblo. Pero, si el hampa y el pueblo son lo mismo para el
gobierno, nos preguntábamos, ¿cómo
quedan entonces jerarquizados, los principios y los valores tradicionales de
respeto a los demás, al trabajo diario, a la familia, a la autoridad, que han
venido guiando desde siempre a la sociedad?
Por eso no es de extrañar que en nuestro país la
gente conozca y esté más pendiente de los jefes del narcotráfico y
de la guerrilla colombiana, o del
"liderazgo" de los "pranes" en las cárceles, que del
liderazgo del alcalde de su
comunidad, del jefe de los bomberos o del director de la escuela donde estudian sus hijos.
Una muestra de esta descomposición social en la que
vivimos a diario, nos la acaba de ofrecer
el entierro de “El Conejo”, alias
o mote con el que era conocido Teófilo Rodríguez, quien fuera “pran” de un
conocido penal de Nueva Esparta que llegó a ser noticia internacional por sus instalaciones de recreación que
incluían una piscina, así como por las
fiestas que se daban allí con orquesta, alcohol y hasta invitados
especiales.
Un espectáculo bochornoso, increíble, sí se quiere,
que recuerda de alguna forma, al funeral de Escobar en Medellín en 1993, por lo
que supone de descrédito para el gobierno nacional, para la autoridad
constituida de la Isla de Margarita bajo cuya “vigilancia”, en lo que fue
calificado como un “dispositivo de seguridad”, fueron disparadas
armas de guerra por los integrantes
y acompañantes del cortejo fúnebre.
Lo más lamentable de todo, es que nos queda la
impresión de que al gobierno nada de esto le parece anormal, irregular o
extraño al orden natural de las cosas. Por el contrario, en palabras de la
Ministra del área penitenciaria, Iris Valera, no es nada nuevo que los presos tengan armas y que en su
reclamo de desarme, la oposición cree que “descubrió el agua tibia”. Es decir,
que como poseer armas dentro de la
cárcel es algo viejo, casi de tradición, entonces hay que hacerse la vista
gorda y dejarlo pasar, como sucedió en el sepelio del “El Conejo”. Unas
declaraciones incomprensibles, inauditas, pues basta recordar que en el año 2011 la propia
ministra Varela anuncio un plan de desarme en las cárceles venezolanas, y que,
por otra parte, la Guardia Nacional está a cargo de la custodia y control de
aquellas.
Cuando los
valores esenciales en una sociedad no se confunden en jerarquía, sino que más bien se hacen a un
lado, para ser sustituidos por sus opuestos, y lo que antes era malo y
prohibido ahora es bueno y permitido, sucede que somos capaces de explicar lo
que está pasando en Venezuela. Solo entonces somos capaces de comprender la
crisis humanitaria, de alimentos y medicinas, que agobia a la población
venezolana, tan solo comparable a la miseria
moral y la falta de ética social
y sensibilidad humana de la que hace gala el gobierno del señor Maduro, en
nombre del chavismo y de la revolución socialista del siglo XXI.
Jose Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf1
España
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