El 16 de diciembre de 2015 la Reserva Federal de
los EE. UU. incrementó su tasa de interés referencial en un cuarto de punto
porcentual, poniendo así fin a una congelación de esta durante nueve años. Eso
hizo más atractiva la tenencia de dólares, y estimuló la liquidación de activos
en acciones, opciones de compra de commodities y otras formas, contribuyendo
ello a debilitar aún más varias divisas como la libra y el yen, y a acentuar la
tendencia a la baja de los mercados de valores y de los precios de muchos
productos básicos.
Esa situación se exacerbó por la reciente minidevaluación
del yuan chino, lo cual aumentó el escepticismo de los inversionistas acerca de
la estabilidad de esa moneda, llevando a muchos de ellos a liquidar sus
inversiones en ese país para adquirir dólares, y protegerse de la esperada
depreciación del yuan. Eso generó el desplome de la bolsa de valores de
Shanghái, cuyo índice bajó casi un 19% en tan solo un mes, contribuyendo ello
al debilitamiento más acentuado de los principales mercados bursátiles, que
cayeron cerca de un 10% en promedio durante los primeros 20 días de enero de
este año.
Esa tendencia cambió bruscamente el viernes 22 de
enero pasado, cuando los presidentes de los bancos centrales de los países
industrializados, reunidos en el Foro Económico Mundial, celebrado en Dabos,
Suiza, decidieron actuar con el fin de tranquilizar a los nerviosos
inversionistas, entre quienes se estaba consolidando una expectativa muy
negativa acerca del futuro de la economía mundial, hablándose de una posible
nueva crisis global similar a la de 2008. Varias de las autoridades monetarias
allí reunidas anunciaron su intención de poner en marcha políticas monetarias
expansivas con el fin de estimular las economías industrializadas, y un alto
funcionario chino declaró que el gobierno de su país no tenía planeado devaluar
nuevamente el yuan en el futuro previsible. Esos anuncios hicieron que ese día
la bolsa de Shanghái subiera más de 5% y que los mercados de valores de Estados
Unidos, Europa y Japón se recuperaran en promedio en más de un 2,5%.
Los
precios de los commodities, por su parte, también experimentaron fuertes alzas
ese día, no siendo el petróleo una excepción, al punto de que los crudos
marcadores Brent y WTI experimentaron aumentos superiores al 9%. No obstante,
esa euforia duró poco, ya que unas declaraciones del presidente de Aramco, la
gigante petrolera de Arabia Saudita, en las que dijo que su país intentaba y
podía mantener bajos los precios petroleros por un largo tiempo, hizo que el
lunes 25 de enero aquellos crudos marcadores bajaran más de 5%.
Todo lo anterior demuestra la altísima volatilidad
de los mercados globales en la actualidad, los cuales están reaccionando de forma
desproporcionada a acontecimientos de relativa poca monta, como ajustes
marginales de tasas de interés en los Estados Unidos o pequeñas devaluaciones
de una moneda como el yuan, acciones que en otras épocas se consideraban
normales.
Esa situación puede reflejarse de forma importante
sobre una economía como la venezolana, tan dependiente de sus exportaciones
petroleras, haciéndola particularmente vulnerable. Como se sabe, el precio
promedio de la cesta venezolana pasó de algo más de 99 dólares en junio de 2014
a tan solo 21,63 dólares en la semana del 18 al 22 de enero de 2016, no
existiendo sólidas razones para esperar un cambio de tendencia en el futuro
inmediato. Por el contrario, en unos mercados internacionales tan volátiles y
sensibles como los actuales, cualquier adversidad puede suceder, no siendo de
extrañar que los precios petroleros sigan deprimidos por un tiempo o
experimenten bruscas caídas, máxime después del reciente levantamiento de las
sanciones a Iran por EE. UU. y algunos países europeos, lo cual muy
posiblemente llevará a un nuevo aumento de la oferta mundial de petróleo,
pudiendo ello presionar aún más los precios a la baja.
Pedro Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
Caracas - Venezuela
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