La verbosidad de
funcionarios presumidos e insolentes, desfigura realidades sin advertir, por
ignorancia de lo manifestado, la magnitud de sus humillantes
afirmaciones y
destempladas opiniones.
Hacer política no es
hablar necedades. No es arrogarse una pose que intimide. No es vanagloriarse de
una responsabilidad que por ley corresponde ejercer. Hacer política no es tan
sencillo como pareciera. El problema estriba en razones que muchas veces no se
comprenden dado lo fácil que resulta verse envuelto entre aduladores y
adulancias que devienen en posturas de presumida instancia. Posturas éstas que
incitan actitudes de soberbia, arrogancia y endiosamiento cuyas consecuencias
terminan perturbando el comportamiento personal.
Basta que una
persona, con afán de poder, sea nombrada en un cargo representativo de cierta
autoridad, para que se arrogue condiciones y presuma de fortalezas para luego
actuar en desproporción con las atribuciones que la posición política le
permite. Aquello que dice que “de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”
es cierto. Pero también, de político, gerente y médico. Aunque su explicación
no apunta tanto por el lado que exalta las habilidades y aptitudes de cada
quien, como hacia las ínfulas de personas que, al ocupar un puesto de alguna
importancia política, cree sabérselas todas. Y peor aun, con la mayor
inmodestia. En esos casos, la jerarquía del cargo luce proporcional al tamaño
de la pedantería adoptada.
Situaciones de este
tenor, son parte de la agenda diaria de toda oficina pública donde los
funcionarios parecieran estar investidos de algún poder extraordinario que los
motiva a jactarse de modo impropio a cuenta del “conocimiento” que, por
ignorancia y ocio, se atribuyen. Esto sucede mayormente, en los predios de
gobiernos autoritarios toda vez que el despotismo actúa como factor de
envanecimiento del cual se valen para imponer medidas asumidas bajo la
verticalidad de dicho ejercicio gubernamental.
Caso patético lo
constituye el gobierno venezolano cuyos altos funcionarios no sólo dejan ver su
altivez, sino además el analfabetismo que caracteriza su verbo y decisiones
tomadas. Frases tan desfachatadas como aquella que reza que la “inflación no
existe en la vida real”, pronunciada por el ministro de Economía. O la de que
“sembremos en potes para afrontar la escasez”, de la ministro de Agricultura
Urbana. O aquella de que “la escasez de crema dental existe porque la gente se
cepilla tres veces al día. Con una vez es más que suficiente”, de la ministro
de Salud. O cuando el jefe del Bloque de la Patria, de la Asamblea Nacional
dijera: “no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la
clase media y que pretendan ser escuálidos”. O cuando un diputado afecto al gobierno,
quien fuera ministro de Vivienda, declaró que “no justifico que alguien
adquiera cinco o seis pares de zapatos al año”. O lo que expresó el gobernador
del estado Vargas, que “no hay escasez. Lo que hay es amor, lo que hay es
patria”.
Todo esto deja ver la
gruesa asincronía que hay en estos personajes de marras. En sus palabras se
advierte una grosera diferencia entre los que ostentan y lo que refieren sus
osados y disparatados discursos o declaraciones. Sus pretensiones configuran un
mundo tan absurdo que raya en lo irreal. La insolencia de su verbosidad,
contribuye a desfigurar las realidades sin considerar, por ignorancia de lo
manifestado, la magnitud de tan humillantes afirmaciones y cínicas opiniones.
Todo ello devela el carácter contradictorio sobre el cual están soportadas tan
falaces aseveraciones que sólo dejan ver desprecio por el pueblo. La falta de
atención y cuidado a lo que sus palabras pueden horadar, resume casi en exacto
que sus oratorias tienen cabida metodológica en la categoría de las
estupideces. O de payasadas de postín. Vale asentir que son vocingladas que ni
siquiera tienen eco en quienes siguen arrodillados a las incontinencias de un
gobierno profanador de verdades. De un gobierno que desconoce las realidades
donde intenta sabotear la vida del venezolano humilde, con discursos
atronadores. Pero que no por ello, dejan de ser ridículas tantas especulaciones
“caza-bobo”, tantas mentiras baratas.
VENTANA DE PAPEL
UN MODELO QUE
DESFIGURÓ AL PAÍS
La construcción del modelo republicano democrático
venezolano, murió neonato. Así lo afirman historiadores que han revisado al
detalle la intencionalidad política que devino en asonadas y confrontaciones
durante el siglo XIX. Sin embargo, según opinión de estudiosos economistas y
acuciosos politólogos, la realidad del país no permitió que cuajaran proyectos
de afirmación democrática consustanciados con una economía de espíritu liberal.
Lejos de estas posibilidades, con el discurrir del
siglo XX, y particularmente con el devenir del siglo XXI, Venezuela vino
fracturándose en términos de su concepción de Estado-Nación. A ello no sólo
contribuyó la exagerada dimensión que adquirió el Estado venezolano lo que
animó la articulación entre la economía rentista y el protagonismo del ingreso
petrolero. Así fue apropiándose del terreno político y social que devino en
ambigüedad y vaguedad de gobiernos miopes frente a las exigencias del
desarrollo que movilizaba al mundo.
Cada vez los gobiernos, indistintamente de su
fuente de inspiración ideológica, no comprendían el tamaño de los compromisos
anunciados como parte de la oferta electoral. Las realidades entonces
comenzaron a desbordar las capacidades nacionales, al extremo que se
descarrilaron y quedaron sujetas a improvisaciones cuya fuerza superó las pretensiones
de los planes de desarrollo.
La sociedad venezolana se resintió ante tanta
ineptitud frente a las requisiciones que demandaba el hecho de gobernar un país
con tanta posibilidad de desarrollo. Pero profundamente enredado. La confusión
que minaba su esencia, ya había contaminado sus estructuras. Estas condiciones,
sin duda alguna, irrumpieron como factores de descontrol del ejercicio
ciudadano, del valor del trabajo, del sentido de honestidad, solidaridad y de
abrigo que en otrora prevalecieron. Aunque entre golpes y traspiés. Los valores
morales habían comenzado a desmoronarse.
La educación llegó tarde. No valieron las ideas de
Simón Rodríguez, Ángel Rosenblat, Prieto Figueroa. Tampoco la de otros insignes
educadores que orientaron la formación de maestros en escuelas normales,
pedagógicos y universidades. La sociedad venezolana se desaforó a consecuencia
del proselitismo que fue la norma que, equivocadamente, forjó la labor
gubernamental. Esto permitió que el comportamiento del venezolano se viera
desvirtuado a consecuencia del desmoronamiento del sistema de valores que el
civilismo había procurado arraigar. Sólo que ahora, la dinámica social había
logrado que la velocidad de destrucción de los valores establecidos en la
consciencia nacional, superaba la velocidad de reconstrucción del aludido
sistema. La actualidad ha venido viéndose hostigada por una pobreza espiritual
que ha dado paso a la frivolidad y a la inconstancia.
En medio de esta situación, ha comenzado a
olvidarse el país que permitió el
crecimiento de su población. El país que en otrora representó para el
desarrollo político, social y económico latinoamericano. En lo que va de siglo
XXI, incluso desde las postrimerías del siglo XX, no ha habido la debida
preocupación gubernamental por hacer que las presentes generaciones recuperen
el sentido histórico y de moralidad que exhibió el país. Razón ésta que
insuflaba el orgullo de ser venezolano. Así fue oscureciéndose la capacidad de
innovación, creatividad y de producción que caracterizaba al venezolano.
El gobierno, con su cuento de revolución
socialista, hizo que la subsistencia del venezolano dependiera de las dádivas
ofrecidas. Todo, a expensa de promesas que el modelo de economía petrolera
compensaría, cosa que no sólo no se dio. Tampoco los mecanismos de conciliación
prometidos, sirvieron. El gobierno los aprovechó para dividir al país con base
en resentimientos que, con el tiempo, sirvieron para ahondar la crisis de
Estado. Crisis ésta que se tragó las finanzas públicas y desarregló la sociedad
hasta llevarla a niveles de apesadumbrada resignación donde la figura del
malandro, del pran o del corrupto, pareciera simbolizar la ascendencia social y
económica que muchos venezolanos aspiran. Y todo, por causa de un modelo que
desfiguró al país.
“Cuando un gobierno
se afinca en la mentira para ganar espacio y tiempo, sólo está abonando el
camino que conduce al cadalso de su política”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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