Fue
una verdadera estafa. Es cierto que una más entre cientos. Pero la promesa de
Hugo Chávez anunciando en agosto de 2005 que él en persona se bañaría en el río
Guaire al año siguiente, en 2006, es probablemente una de las más grandes e
impúdicas burlas que el presidente desaparecido le haya inflingido a los
ciudadanos que de buena fe confiaban en él.
No
solo prometió el chapuzón sino que invitó, y este lo aceptó sonriente, a Daniel
Ortega, el presidente de Nicaragua, presente ese día en el programa de
televisión donde hizo el anuncio, a que lo acompañara a bañarse mientras
preparaban un sancocho.
En
menos de un año, según su palabra empeñada, el Guaire dejaría de ser un hilo
fétido y contaminado para convertirse en un cauce de aguas bucólicas, límpidas
y cristalinas como en las acuarelas de Bellermann. Adiós, le diríamos a la más
grande cloaca de la ciudad, y bienvenido al espléndido y extenso balneario que
cambiaría para siempre la vida de los caraqueños.
Pero
nada ocurrió. Salvo una campaña publicitaria, seguramente costosísima, con
vallas descomunales colocadas que anunciaban triunfalmente la recuperación del
río, el proyecto murió casi al nacer. El presidente comenzó a titubear. Una que
otra vez volvía a recordar antes las cámaras la promesa del chapuzón hasta que,
como ocurrió con tantos proyectos paralizados, más nunca se refirió al
tema.
El
caso se cerró, como lo recordaba Nelson Bocaranda en sus Runrunes cuando el
ministro del Ambiente, Dante Rivas, declaró a El Universal, en el año 2007, que
la aspiración de bañarse en el Guaire era incorrecta. Que se debía corregir el
anuncio. “Prometemos mejorarlo considerablemente y darle un mejor uso, pero afirmar
que se podrán bañar con libertad sanitaria es irresponsable”, agregó.
Y así el río de nuevo pasó al olvido. Igual, o peor, que en 2005. Con el mismo olor a cloaca, idéntico color marrón fecal y cada vez más poblado por indigentes que han encontrado en el abandono de sus orillas lugares ideales para convertirlos en improvisadas viviendas y centro de compilación de chatarra y otros desechos.
Sin
embargo, ni el mismo presidente, la Contraloría General o la Asamblea Nacional
investigaron jamás qué había pasado. Adónde fueron a parar los 14 millardos de
dólares supuestamente asignados a la obra. Qué ocurrió con las plantas de
tratamiento que con gran pompa anunció ese mismo día de la promesa bañista
Jacqueline Faría, para entonces ministra del Ambiente y responsable mayor del
programa. Como los dólares de Cadivi asignados a empresas de maletín, o las
toneladas de comida podrida de Pdval, el proyecto simplemente desapareció.
Este
fin de semana, en un triste flash back, ha vuelto a mi memoria aquel Aló,
Presidente mentiroso. Regresando del Cementerio del Este, en plena avenida
principal de El Cafetal, a la altura de Cerro Verde, nos conseguimos en plena
calle con un bote de aguas negras, pequeño de cauce pero descomunal de hedor,
que me hizo recordar la triste historia del río mayor y sus sanadores
demagogos.
Este
bote no es una excepción. De manera acelerada la ciudad entera se ha ido
llenando de botes de aguas negras. De cloacas sin mantenimiento que comienzan a
descargar en la vía pública su deletéreo contenido. Como si el Guaire hubiese
tomado una venganza contra los gobernantes que lo engañaron, ríos de heces han
comenzado a derramarse a través del sistema de colectores infartado.
Las
fugas están en toda la ciudad. En La Castellana frente a restaurantes elegantes.
En Colinas de Bellos Monte, en la calle Caurimare. En Los Chaguaramos, en Santa
Mónica, en El Cafetal. Son como una metáfora. O como una alegoría de lo que
ocurre en la nación. El detritus sale a flote. Ya no se puede ocultar más. Hay
un sonido de río que piedras trae. La nación completa huele a materia en
descomposición. Y el gobierno de Maduro pareciera no poder hacer nada para
impedirlo. Necesitaría un tapabocas del tamaño del Sol.
El
Guaire, Caracas y la patria entera aguardan por su saneamiento.
Tulio
Hernández
@tulioehernandez
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