viernes, 1 de abril de 2016

JUAN JOSE MONSANT ARISTIMUÑO, VERGÜENZA VERDE AMARELA

Sobre los últimos acontecimientos de Brasil, me refiero a los anteriores 50 días que conmueven al país carioca, y los 15 últimos que han desbordado la locura colectiva hay mucho que analizar y reflexionar en términos políticos, de sicología social, antropológicos e históricos; sobre lo histórico es muy prematuro, solo la madurez del tiempo decantado ofrecerá una perspectiva de lo que fue, por qué lo fue y qué significó para la posterior década, la que en ese momento se vivirá.

Por lo pronto, hay dos hechos de particular significación que nos atañen, no solo a Brasil sino a El Salvador, Venezuela, Honduras, Argentina y al resto del continente, porque desenmascara la fragilidad y la insostenibilidad de un modelo cuasi democrático, cuasi libre, cuasi liberal, cuasi Estado de Derecho, que se ha venido sustentando no en la convicción de las instituciones y la normativa jurídica, sino en el interés temporal de la parcela que ostenta el poder, llámese partido político, clase social, religiosa o ideológica. Esto es, que todo el andamiaje estructural del deber ser, se encuentra condicionado al interés del momento. El Estado de Derecho como la escenografía de un gran teatro, donde se escenifica la obra y se mueven los actores. El teatro es la Democracia, el Estado de Derecho, la ley una e igual para todos, nadie por encima de la ley; los actores son los factores de poder: los partidos políticos, los gremios, la Iglesia y hasta los medios de comunicación. Están por supuesto los actores de reparto: los académicos, los intelectuales, la sociedad civil, los deportistas, periodistas, la población de a pie, y las personalidades señeras que no deciden, pero que en conjunto conforman la conciencia nacional.
Lo que nos impactó de estos últimos 15 días en Brasil  no fue la detención del 4 de marzo para investigar al expresidente Lula, sobre su presunto enriquecimiento ilícito sino la manera en que asumió el interrogatorio, de forma despectiva, coloquial y subvalorada, asumiendo que estaba por encima del hecho jurídico, porque él era Lula. Pero son manifestaciones de su psiquis, y esas se las dejamos a los sicólogos y penalistas.
El expresidente Ricardo Martinelli se encuentra actualmente reclamado por la justicia panameña; Guatemala tiene preso a su expresidente y exvicepresidenta; El Salvador investigó y encarceló al fallecido expresidente Francisco Flores, y no hemos leído o escuchado a presidente alguno escribir una línea en solidaridad con ellos. Pero observamos atónitos, la solidaridad automática manifestada por presidentes y personalidades del mundo político internacional con Dilma y Lula; no del mundo político internacional, sino de la izquierda marxista internacional, de los acólitos del Foro de Sao Paulo. El primero fue José Miguel Insulza, antiguo Secretario General de la OEA, seguido por Maduro, Morales, Correa, Fernando Lugo, ese extraño personaje Adolfo Pérez Esquivel premio Nobel de la Paz 1980, Podemos y hasta de la bancada oficialista de venezuela. No esperamos que haya que solidarizarse con Martinelli u Otto Pérez Molina, esos son casos de la justicia nacional ante la cual se ha de responder, pero observamos el desparpajo de la izquierda marxista que sin pudor alguno, se situó por encima de lo que ellos llaman las instituciones burguesas. Para esta izquierda el Estado Derecho llega hasta el interés de su correligionario, líder o partido.
Lo otro, es una vergüenza. El juez federal Sergio Moro abrió una averiguación por enriquecimiento ilícito al expresidente Lula, de la cual aparentemente no salió bien librado y, ante el temor de un eventual auto de detención, la presidenta Dilma Rousseff lo nombró Ministro de la Presidencia con el fin de substraerlo de la justicia ordinaria, por la inmunidad que conlleva la investidura del cargo. ¿Cobardía, subterfugio, viveza criolla? Póngale usted amigo lector, cualquier adjetivo a esta guarimba a la que se acoge Lula, pero es evidente que se trató de un acto de encubrimiento indigno de quien lo realiza, y de quien lo recibe, un irrespeto al Poder Judicial y un desdén a su propio pueblo. Se repite en ellos la esencia del enfrentamiento de los modelos políticos: Estado autocrático frente Estado democrático.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
El Salvador

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