Sobre los últimos acontecimientos de Brasil, me refiero a
los anteriores 50 días que conmueven al país carioca, y los 15 últimos que han
desbordado la locura colectiva hay mucho que analizar y reflexionar en términos
políticos, de sicología social, antropológicos e históricos; sobre lo histórico
es muy prematuro, solo la madurez del tiempo decantado ofrecerá una perspectiva
de lo que fue, por qué lo fue y qué significó para la posterior década, la que
en ese momento se vivirá.
Por lo pronto, hay dos hechos de particular significación
que nos atañen, no solo a Brasil sino a El Salvador, Venezuela, Honduras,
Argentina y al resto del continente, porque desenmascara la fragilidad y la
insostenibilidad de un modelo cuasi democrático, cuasi libre, cuasi liberal,
cuasi Estado de Derecho, que se ha venido sustentando no en la convicción de
las instituciones y la normativa jurídica, sino en el interés temporal de la
parcela que ostenta el poder, llámese partido político, clase social, religiosa
o ideológica. Esto es, que todo el andamiaje estructural del deber ser, se
encuentra condicionado al interés del momento. El Estado de Derecho como la
escenografía de un gran teatro, donde se escenifica la obra y se mueven los
actores. El teatro es la Democracia, el Estado de Derecho, la ley una e igual
para todos, nadie por encima de la ley; los actores son los factores de poder:
los partidos políticos, los gremios, la Iglesia y hasta los medios de
comunicación. Están por supuesto los actores de reparto: los académicos, los
intelectuales, la sociedad civil, los deportistas, periodistas, la población de
a pie, y las personalidades señeras que no deciden, pero que en conjunto
conforman la conciencia nacional.
Lo que nos impactó de estos últimos 15 días en
Brasil no fue la detención del 4 de
marzo para investigar al expresidente Lula, sobre su presunto enriquecimiento
ilícito sino la manera en que asumió el interrogatorio, de forma despectiva,
coloquial y subvalorada, asumiendo que estaba por encima del hecho jurídico, porque
él era Lula. Pero son manifestaciones de su psiquis, y esas se las dejamos a
los sicólogos y penalistas.
El expresidente Ricardo Martinelli se encuentra
actualmente reclamado por la justicia panameña; Guatemala tiene preso a su
expresidente y exvicepresidenta; El Salvador investigó y encarceló al fallecido
expresidente Francisco Flores, y no hemos leído o escuchado a presidente alguno
escribir una línea en solidaridad con ellos. Pero observamos atónitos, la
solidaridad automática manifestada por presidentes y personalidades del mundo
político internacional con Dilma y Lula; no del mundo político internacional,
sino de la izquierda marxista internacional, de los acólitos del Foro de Sao
Paulo. El primero fue José Miguel Insulza, antiguo Secretario General de la
OEA, seguido por Maduro, Morales, Correa, Fernando Lugo, ese extraño personaje
Adolfo Pérez Esquivel premio Nobel de la Paz 1980, Podemos y hasta de la
bancada oficialista de venezuela. No esperamos que haya que solidarizarse con
Martinelli u Otto Pérez Molina, esos son casos de la justicia nacional ante la
cual se ha de responder, pero observamos el desparpajo de la izquierda marxista
que sin pudor alguno, se situó por encima de lo que ellos llaman las
instituciones burguesas. Para esta izquierda el Estado Derecho llega hasta el
interés de su correligionario, líder o partido.
Lo otro, es una vergüenza. El juez federal Sergio Moro
abrió una averiguación por enriquecimiento ilícito al expresidente Lula, de la
cual aparentemente no salió bien librado y, ante el temor de un eventual auto
de detención, la presidenta Dilma Rousseff lo nombró Ministro de la Presidencia
con el fin de substraerlo de la justicia ordinaria, por la inmunidad que
conlleva la investidura del cargo. ¿Cobardía, subterfugio, viveza criolla?
Póngale usted amigo lector, cualquier adjetivo a esta guarimba a la que se
acoge Lula, pero es evidente que se trató de un acto de encubrimiento indigno
de quien lo realiza, y de quien lo recibe, un irrespeto al Poder Judicial y un
desdén a su propio pueblo. Se repite en ellos la esencia del enfrentamiento de
los modelos políticos: Estado autocrático frente Estado democrático.
Juan Jose Monsant
Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
El Salvador
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