“Mi
hija me dio un beso” fue la frase con
que respondí cuando uno de estos días pasados mi hija, en un gesto de emoción,
me abrazó por el cuello y me besó en la
mejilla. Grato sentimiento cuando descubrimos
que un beso, a pesar de que parece simple es más complejo de lo que
parece. Sabemos que los besos son una forma de comunicación sin palabras para
expresar las intenciones del corazón.
Podríamos
escribir mucho acerca de los besos. Y la intención que mueve a la persona a
besar puede ser de bendición, para reconciliar, para sellar pactos de amistad y
respeto. Pienso que cuando alguien de una manera espontánea nos da un beso, hay
que apreciarlo y valorarlo en toda magnitud. Es a través de los besos como
expresamos generalmente nuestros sentimientos y emociones mas profundas e
intensas que reafirman los lazos de sangre, biológicos y morales. Más si
provienen de un hijo.
Quizás muchos no consideramos la verdadera
importancia de esta acción y creo que es
algo así como decir “te amo” o “te quiero”. Hay quienes con una facilidad
sorprendente lo dicen, y de paso, a cada rato. Habría que preguntarse: cuánta
verdad y sinceridad hay en aquellos que nos besan a diario cuando nos
encontramos con ellos.
Pero
un beso de un hijo es una bendición porque esos besos provienen del corazón y
para ellos somos las personas más importantes del mundo y para nosotros, ellos
son también las personas más importantes sobre el planeta. Un beso así
significa: “nada nos separará”. El beso entre padres e hijos y viceversa denota
bendición para ambas partes. Hay un
oculto sentimiento mutuo que muchas veces es más fácil expresarlo a través del
beso que con las palabras.
Todos
los hilos de este lazo están tejidos por los días y las noches que pasan desde
la cuna y seguirá así hasta la tumba. Es una profunda canción que escuchamos en
la calma de la noche y que nos traslada más allá de los días, del tiempo y de
la eternidad.
Antonio
López Villegas
altatribuna@yahoo.com.mx
@lopezvillegas7
Caracas
- Venezuela
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