En enjundioso texto,
Uslar Pietri asevera que "Venezuela pudo llamarse Tierra de Gracia. Así la
nombró Colón, Almirante del Mar Océano, y sus pobladores hubiéramos sido los
graciteños”. Pero esta denominación, aunque permaneció profundamente impresa en
el corazón de los fervorosos creyentes que eran los españoles, duró poco; fue sin dudas el producto de una inspiración
personal y de una profunda creencia religiosa arraigada en el espíritu del
Almirante de la Mar Océano. Por muy poco tiempo fueron graciteños los
pobladores de aquella Tierra de Gracia que tanto entusiasmó a Colón, puesto que
la misma pasó a conocerse prontamente, por efecto ahora de la fonética y no de
las creencias religiosas, como Paria. En efecto, como bien recuerda Uslar:
"Hubo también la oportunidad que nos llamáramos Paria: Era un buen nombre
indígena con una fonética clara fácilmente adaptable a las principales lenguas
occidentales. Paria era todo el desconocido territorio que se abría desde la
costa de los esclavos y de la sal para los sedientos y codiciosos pobladores de
la Cubagua de las perlas”.
Al igual que el
nombre de Tierra de Gracia, la denominación de Paria, a pesar de ser el nombre
más difundido de la costa, tampoco habría de durar mucho tiempo en boca de los conquistadores para designar
definitivamente a aquella dimensión geográfica que continuaba careciendo de
una identidad permanente y asentada.
Luigi Avonto, refiriéndose al periplo marino
de Amerigo Vespucci expresa: "De la Isla de los Gigantes, los
expedicionarios pasaron luego a otra ‘comarcana de aquélla a diez leguas’,
donde encontraron una grandísima población que tenía sus casas edificadas en el
mar como Venecia, con mucha arte. Según Magnaghi esta isla sería la de Aruba,
pero es más probable que se trate de la península de Paraguaná tomada por una
isla. Fue precisamente de este descubrimiento que tuvo origen el nombre de
Venezuela, o sea "Pequeña Venecia”
(nombre que en la mente de un italiano como Amerigo surgiría con total
espontaneidad en semejante circunstancia), más tarde extendido a todo el país
que aún así se denomina.”
Es verdad que otras calificaciones van a durar
algo más en el tiempo, como la de Tierra
Firme o Costa Firme durante todo el siglo XVII e incluso parte del XIX, pero lo
absolutamente cierto es que la denominación de Venezuela, esa que se derivó de
la precaria realidad de unas veinte casas construidas en forma de campanas no
erigidas en tierra firme, sino asentadas sobre estacas en el fondo de las aguas
del golfo Coquivacoa y que trajo de inmediato a la mente del navegante
florentino a la gran ciudad del Adriático,
es la que logró, en definitiva y para siempre, imponerse en la
conciencia y en el afecto de los habitantes de esas nuevas tierras.
El nombre de
Venezuela resiste en el tiempo, no sólo en el de la Colonia española sino
también durante el proceso de la Independencia americana, sobrevive y se consolida
al desarticularse la Gran Colombia; mientras la antigua Presidencia de Quito
terminará llamándose Ecuador y el Alto Perú será definitivamente conocido como
Bolivia, Venezuela sigue para siempre siendo Venezuela; aunque por efecto de un
depredador y nocivo socialismo del siglo XXI ha pasado a denominarse: Tierra de
Desgracia Bolivariana.
Enrique Viloria Vera
viloria.enrique@gmail.com
@EViloriaV
Salamanca - España
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