La gente está más
entretenida en buscar juguetes, electrodomésticos baratos y pinos para decorar.
Uno de los mitos
populares es la explosión social, posiblemente el más significativo de esta
etapa urbana que dejó atrás la ruralidad. Tal vez por la memoria de los
levantamientos de febrero de 1936, décadas posteriores se formó una nube de
complejos de culpa en el subconsciente colectivo, implícita en la premonición
de que un día bajarían los cerros de nuevo a cobrar tantos sufrimientos y
egoísmo, y los pobres en las calles tomarían venganza. Cincuenta y tres años
después, el 27 de febrero de 1989 esta superstición se consolida con los
terribles sucesos de ese día y queda asociada a otra: que no se puede subir el
precio de la gasolina. Los últimos gobiernos se sometieron a tan angustiosa
profecía: despilfarras el combustible o te asarán con él. Hoy babalaos del
análisis social, -ahora hay que ser santero por decisión de Fidel-, repiten la
profecía del Baba oduduwa, el "negro hermoso", encarnación del
apocalipsis yoruba.
La tal explosión
social es como el Silbón, la Llorona, la Bola de fuego, unos y otros castigos
sobrenaturales a la maldad. Arvelo Torrealba tomó leyendas llaneras y las
convirtió en Florentino y el Diablo tal vez lo más grande de la poesía popular
culta latinoamericana, que narra el triunfo del bien sobre el mal después de
una intensa noche de arpa, cuatro, maracas y ron, en la que el Príncipe de la
Oscuridad varias veces reclama victoria. Levantamientos, turbas, desórdenes,
tropeles que quebrantan el orden público ocurrieron en muchas naciones ricas
con democracias híper avanzadas. Montreal, Los Angeles, NY, Londres, Estocolmo,
París y varias más los vivieron recientemente y al estudiarlos surgen algunas
conclusiones que pueden ser útiles a nuestros orishas, a ver si dejan de
anunciar catástrofes sanguinarias.
LA COMUNA DE CHACAO
Esos levantamientos
masivos no surgieron de la miseria, el autoritarismo, la escasez, ni la
inseguridad, sino en las ciudades más sofisticadas del mundo actual, con mejor
calidad de vida y como consecuencia de otros problemas, como el racismo: árabes
atropellan blancos en París y Estocolmo, bandas de delincuentes agreden gente
normal en Londres, blancos humillan negros en Los Angeles... y así. El factor
esencial es que desórdenes normales se extendieron y se convirtieron en riots
por inhibición de la fuerza pública, que por una u otra razón no actuó. Con una
diferencia sustantiva: one day after las autoridades políticas y sociales,
gobierno y oposición, seglares y religiosos calificaron los hechos de
censurables y vergonzantes.
Después de la Comuna
de París de 1871 la ciudadanía parisina organizó diversos actos de expiación
por las atrocidades revolucionarias y hasta edificaron la Iglesia del Sagrado
Corazón en Montmartre como desagravio al Altísimo y a las víctimas del
aquelarre. En Venezuela, lejos de edificar siquiera un kiosko, ni prender una
vela, toda la elite dirigente, el derrier de Latinoamérica de 1989, se dedicó a
enaltecer los bochornosos acontecimientos y a culpar de ellos, no a los
atracadores que tomaron las calles, sino al gobierno, los ricos, los políticos,
"el paquete económico", el aumento de la gasolina, y a la gran
convicta, la Babilonia que permitía eso: la democracia. Más de 40
parlamentarios, incontables curas, escritores, periodistas, dejaron claro que
la delincuencia masiva era más bien un acto de justicia social. La desgracia de
Venezuela no fueron los tristes acontecimientos, sino una elite capaz de
sublimar un monstruoso crimen colectivo.
LA DECLARACIÓN DE
MALL AVENTURA
Los disturbios y
saqueos del 27 de febrero surgieron de la confluencia de tres elementos: la
huelga de la Policía Metropolitana, el aumento de los precios de los pasajes un
día antes que la gente cobrara su quincena, y el efecto demostración de lo que
ocurría. Si se compara lo ocurrido en la Venezuela de 1989 con los ejemplos de
las urbes citadas, coinciden en la inhibición de aparato represivo. Hoy se vive
el mito que sus intelectuales inorgánicos crearon y cada vez que algún babalao
quiere coger titulares o hacer una admonición solemne, desempolva el estallido
social. No habrá nada de eso porque el diputado Freddy Bernal no va a poner la
policía en huelga de brazos caídos y cada vez que aparece una guarimba, los
grupos irregulares y la Guardia Nacional dejan muy claro que no son tímidos.
La gente está más
entretenida en buscar juguetes, electrodomésticos baratos y pinos para decorar.
Pero el gobierno estimula, con el nuevo atropello contra MC Machado, el plan
decembrino de los opositrolles de acosar las urbanizaciones del Este de Caracas
y Baruta para amargarles la fiesta, tal cual meses anteriores. La decisión del
comando revolucionario del Mall Aventura es ahogar el Niño Jesús y los demás
niños en gases lacrimógenos, luego de evaluar que las navidades distraen de los
problemas del país. Con eso solo ensombrecerán las posibilidades electorales
opositoras (el parecido: Fidel las suspendía en Cuba porque eran "una
treta del consumismo capitalista"). Les falta ordenar que 24 y 31 todos
salgan a la calle vestidos de luto y a las doce de la noche, en vez de abrazos
estridentes, se escuche una atronadora mentada de madre. Eso provoca hacerlo,
pero en protesta porque a este país le tocan líderes tan insólitos.
Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher
Caracas - Venezuela
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