Bien, amigos lectores
hoy es “el día”. 17 millones de venezolanos acudirán a las urnas para elegir a
los próximos representantes ante la Asamblea Nacional. Son unas elecciones
peculiares. En cierto sentido, tendrán un carácter plebiscitario. En líneas
generales la población sufragara a favor o en contra del actual gobierno. Desde
luego, en algunas circunscripciones se votara por el candidato de la
preferencia de esos electores, Sin embargo, esta circunstancia es más la
excepción que la regla.
Al subrayar este
carácter plebiscitario, en cierta forma, se apunta hacia la posibilidad que se
den las condiciones que podría propiciar el inicio de un proceso de cambios de
naturaleza política en el país. Los estudios de opinión señalan que la
oposición tendría una significativa presencia en el parlamento. De ser así
pareciera obligante, en clave democrática,
tener que ensayar mecanismos de cohabitación y, porque no, de transición
política.
Desde luego, de darse
esta circunstancia, sería un evento lento y lleno de obstáculos y, porque no,
de peligros que pudieran socavar los últimos resquicios que aún permanecen de
nuestra cultura democrática. Recordemos, por ejemplo, El Acuerdo Nacional para
la Transición” suscrito por los dirigentes María Corina Machado, Leopoldo López
y Antonio Ledezma. Este breve documento tenía como finalidad preparar a los
ciudadanos para el “cambio” de gobierno y compartir una serie de medidas para
“estabilizar” la democracia de manera “pacifica”.
El gobierno, por el
contrario, leyó este escrito como el punto de partida para detonar un supuesto
plan de golpe de Estado. Iniciativa esta que le costó la libertad a Antonio
Ledezma.
Como vemos, el asunto
de la cohabitación y transición no es un camino fácil. Me voy a permitir, sin
embargo, señalar algunos aportes
elaborados sobre ese tema desde la ciencia política. Robert Dahl, por ejemplo,
señala la presencia de tres elementos que indican la senda a recorrer entre el
autoritarismo y la democracia: la relación entre el costo de opresión y el
costo de tolerancia; el balance de poder entre el gobierno y la oposición, y la
competitividad real de las elecciones permitidas por el régimen. Esta dinámica
desplegaría su lógica más o menos así. “… mientras el costo de opresión sea
menor al que representa la entrega del poder, el gobierno (autoritario) estará
dispuesto a mantenerse…” en el momento en que los costos de opresión se disparen
y el gobierno pierda control, está perdido”. “Para que las transiciones se den
hay que bajar el costo de tolerancia. La gente en el poder debe sentir que hay
un espacio para la negociación”.
Próxima a esta
conceptualización se encuentra la idea de la transición por transacción
política. La transición chilena constituye un ejemplo paradigmático de este
tipo de cambio político. Los gobiernos de la concertación prefirieron
garantizar la gobernabilidad democrática y esperar pacientemente la muerte de Pinochet
para avanzar con pie firme en una revisión del pasado.
Lo que he intentado
señalar, espero que con claridad, es que el resultado de estas elecciones
enviaran un mensaje contundente al oficialismo. Esperemos que sea interpretado democráticamente. De ser
así, estamos ante la posibilidad de ensayar algunos de los modelos de
transición que han sido experimentados exitosamente en otros países (España,
Portugal, Chile, Brasil, entre otros).
Que las nuevas
circunstancias electorales vengan acompañadas de sensatez política.
Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
Carabobo - Venezuela
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