Se pregunta uno como los colombianos de bien van a
poder organizar la vida pública del país conviviendo con legisladores cuya
característica distintiva es su actuación como sátrapas y asesinos organizados
que condenaron al país a medio siglo de violencia y a la más abyecta de las
guerras.
No se me escapa que no se negocia ningún arreglo de
convivencia con el enemigo, que no se pacta ninguna paz para Colombia si no hay
una cesión sustantiva sobre asuntos fundamentales de lado y lado de la mesa.
Pero en este tema, al igual que en otros de la vida cotidiana, deben trazarse
límites para las concesiones, que salvaguarden los principios, que fortalezcan
la honra, que apuntalen la moral de los ciudadanos y los principios
universales.
¿Qué tal si a los degolladores de ISIS pudiéramos
encontrarlos el día de mañana paseando cómodamente con sus familias en un
centro comercial de La Florida y pasáramos por alto las atrocidades filmadas y
exhibidas con orgullo por las mismas
fuerzas terroristas? ¿Qué tal si pasáramos la página sobre el horrendo crimen
de quienes hicieron volar un avión ruso cargado de gestes inocentes?.
El hecho de que estos episodios estén frescos en el
tiempo no los hace mas graves que los horrorosos atentados de las FARC o los
crímenes perpetrados en contra de colombianos de todo origen a lo largo de
varias décadas. Y eso parece estar pasando en la mesa de negociaciones de La
Habana y, lo que es peor, está siendo avalado por el propio Presidente del país
y por altísimos representantes de la sociedad y del gobierno del país vecino.
Apelan a la memoria que es siempre frágil y al cansancio de un país que anhela
vivir en paz para hacerles digerir lo indigerible.
Un fenomenal escrito de la norteamericana Lía
Fowler de Periodistas sin Fronteras y ex agente del FBI, titulado “Las mujeres
colombianas: víctimas de una “paz” coercitiva” recuerda episodios de las
actuaciones brutales de los jerarcas de las FARC que no tienen perdón de Dios y
que, por lo tanto, no pueden ser mirados con indiferencia o con indulgencia por
parte de los humanos en aras de ninguna paz.
Para muestra, un botón, pero este que señala Fowler
es protuberante: “en el 2009, los narcoterroristas de las FARC masacraron a 11
personas de la comunidad indígena Awa en el suroccidente de Colombia. Les
cortaron los dedos y los degollaron por rehusarse a llevarles comida al
campamento. Pero para dos de las víctimas ese no fue castigo suficiente: Omaira
Arias, de 20 años, y Blanca Patricia Guango, de 19, estaban embarazadas. Los
terroristas les abrieron los vientres, les sacaron sus bebés y los arrojaron
vivos a los perros antes de matar a las mujeres”…Dice otro pasaje de la
periodista :.“Una comunicación interceptada del 2008 entre el terrorista de las
FARC ‘Gentil Duarte’ y el líder de las FARC en ese entonces “Mono Jojoy”
demuestra la brutalidad que respalda el Secretariado: “a cambio de no ser
castigadas, cuatro niñas fueron obligadas a tener relaciones sexuales con
‘Canaguaro’, que tiene sífilis, y las contagió”
Buena parte de los jerarcas guerrilleros que se
sientan hoy en la mesa de la paz de La Habana hoy se dan la gran vida en
lujosas mansiones de la capital cubana contando con el perdón absoluto de sus
crímenes al fin del proceso que le devolverá la paz a Colombia. ¿En atención a
cuales principios morales puede una sociedad validar un género de justicia que
le pase por encima a crímenes de este calibre - que se cuentan por miles - en
la historia reciente del país hermano?.
Lo que nos hace falta para reflexionar
adecuadamente sobre este capítulo de la Paz de Colombia no son detalles sobre
las atrocidades, porque ellas abundan.
La reflexión debe venir por el lado de la impunidad
total que se está negociando ante los ojos del mundo a cambio de la confesión
de los delitos y del arrepentimiento de los mismos.
Se habla en
La Habana equivocadamente de otorgarle l respeto de la dignidad de los
guerrilleros cuando lo que hay es que preguntarse cual es la dignidad a la que
el país le debe consideración: si a la de los sátrapas criminales o a la del
colombiano de a pie cuyas lágrimas aún no han podido secarse tras las
atrocidades sufridas.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
Miranda - Venezuela
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