sábado, 5 de diciembre de 2015

SAÚL GODOY GÓMEZ, UN PIONERO DEL STAND-UP COMIC,

Para los anglosajones el stand-up comic, o las rutinas de los humoristas que toman las tablas y se presentan en vivo ante una audiencia, es una tradición de larga data, no así en Latinoamérica donde debemos tener menos de un siglo con esta modalidad de espectáculo; recuerdo que fue Argentina, durante la época dorada de la industria cinematográfica y con el cómico Luis Sandrini, el flaco, que tenía en su haber varias películas cómicas exitosas, hacía sus presentaciones en las boîtes de los hoteles del continente, haciendo reír a la gente con sus disparatadas historias.
Para 1866, en Norteamérica, uno de mis escritores favoritos, Samuel Clemens, mejor conocido como Mark Twain, decidió probar suerte en New York con sus presentaciones, ya contaba con un nombre en el periodismo, y con un reciente éxito en las salas de San Francisco, como humorista.
Twain tenía un bagaje de aventuras y caminos que lo llevaron de ser un piloto con licencia de barcos en las traicioneras aguas del rio Mississippi, pasando como renegado confederado de un grupo de rebelde que nunca encontró su ejército, con su hermano mayor Orion, nombrado por el presidente Lincoln como secretario del estado de Nevada, conoció el territorio indio y luego los violentos pueblos que surgieron durante la fiebre del oro
Durante su estada en la costa oeste, Twain se había especializado en el periodismo de viajes, tenía 31 años y ya había recorrido por buena parte de los EEUU, incluyendo las islas de Hawaii, de allí se había traído un exitoso recuento de su visita a las islas Sandwich, favorito de sus lectores en la publicación Alta California, y del cual elaboró una presentación en público, esta actividad se llamaba en aquel tiempo, lectores de plataforma y logró cerca de 100 presentaciones de mucho éxito.
En una de estas apariciones que hizo en la ciudad de San Louis y para ilustrar las costumbres de los nativos, prometió devorar a un niño ante el público, si alguna de las damas presentes fuera tan generosa como para voluntariamente, ofrecer la criatura para la ocasión.
Para ese año el lector de plataforma más famoso en Norteamérica era Artemus Ward, un humorista que llenaba las mejores salas en América y Europa con sus presentaciones, fue amigo y mentor de Twain y le escribió varias cartas de presentación para sus amigos y asociados en New York.
Twain tenía una ventaja sobre Ward y era que mientras al cómico le escribían sus rutinas, Twain era su propio escritor, pero la experiencia de Ward, su maestría para manejar su acto era impecable, mientras que Twain todavía se ponía nervioso ante su audiencia, pero estaba dispuesto a aprender y seguía muy de cerca a ese otro gran orador y predicador Henry Ward Beecher a quien visitaría en la iglesia de Plymouth en Brooklyn para aprender de sus trucos de oratoria.
Twain tenía un estilo muy propio de presentarse, su aspecto de sureño lo resaltaba con sus trajes claros, sus bigotes chorreados, sus ojos pícaros y su melena enmarañada, tenía una voz gruesa y bien timbrada, propio de bebedores de bourbon, lo que más resaltaba y gustaba era su típico acento, muy marcado, casi musical, las historias que contaba lo hacía con un estilo lacónico que contrastaba con lo absurdo de las situaciones que refería y que arrancaba carcajadas del público mientras Twain la desgranaba con su rostro de palo.
Para la investigadora Judith Yaross Lee, en su ensayo, Mark Twain como stand up comic, dice que el aspecto fundamental de estas presentaciones son narraciones que aparentan ser vivencias personales del humorista, usualmente monólogos que vienen de un personaje interpretado por el cómico, personaje que debe ser realistamente asumido como existente en el escenario, esto para poder establecer esa comunicación directa, espontánea, auténtica que va a permitir ese intrincado juego de acción y reacción entre el interprete y la audiencia.
Según Yaross: “la mayor parte del humor de Twain se basaba, en sus presentaciones tempranas, en su presencia en las tablas.  Típicamente se burlaba de sí mismo incluso antes de empezar su monólogo, entraba al escenario de manera torpe, o exagerada; entonces empezaba a utilizar una combinación de información en su mayor parte absurda, se ridiculizaba, aparentando lentitud mental por medio de expresiones faciales de asombro o de regocijo como respuestas a sus propias bromas, tenía la tendencia de usar sus mejores líneas como si se le hubieran ocurrido al momento, percatándose de lo que había dicho junto a su audiencia. Alternativamente se aplaudía a sí mismo como si fuera un niño… mantenía una seriedad absoluta sobre las cosas graciosas que decía, y se manifestaba confundido cuando la gente se reía de lo que había dicho.”
Sus historias siempre tenían moralejas, en principio aparentaba ser una persona de mucha moral y de firmes creencias religiosas pero no dudaba en utilizar las vivencias y situaciones de los ladrones y los esclavos de Mississippi, de las comunidades mineras de California, de los vaqueros de Nevada, de los mormones de Utha, pero por sobre todo de los marinos y aventureros  de los pueblos que conoció en su juventud, su recreación de los personajes eran vívidas casi gráficas y sacados de los filones de la sociedad de apostadores y granujas de la Norteamérica profunda.
Se dio cuenta que su trabajo de escritor se conjugaba perfectamente con la de humorista en las tablas, ambas actividades se retroalimentaban, la gente salía de sus presentaciones con ganas de leer los artículos y libros del escritor, y sus libros podía publicitarlos en sus presentaciones, lo que le reportaba ganancias extras nada despreciables.
Y como todo artista que quería llegar al éxito, la ciudad de New York era la meca a conquistar, de modo que con un contrato de corresponsal de la publicación Alta California en el bolsillo, donde le pagaban sus cartas semanales desde New york a 20 dólares cada una, preparó sus maletas y tomó el barco que lo llevaría al sur, por las costas de México hasta San Juan del Sur en Nicaragua, de allí cruzaría el istmo en mula, carreta y bote hasta Greytown en la costa este, donde tomaría otro barco hasta New York, si todo iba bien, si no encontraban tormentas, o se echaba a perder el motor, o había epidemias y si la había epidemia, tenía que contar el tiempo de cuarentena, si todo iba bien el viaje de San Francisco a New York lo hacían en algo menos de cuatro semanas.
El viaje fue un desastre, perdieron la vida ocho pasajeros, una buena parte víctimas de la malaria durante la travesía por las selvas y lagos de Nicaragua, todos los barcos tuvieron problemas con los motores, tuvieron que hacer cuarentena, llegó a New York un frío 12 de enero de 1867.
Twain ya había conocido a New York donde había trabajado en una imprenta y hecho trabajos menores de periodismo, ahora volvía a una ciudad pujante con el puerto más activo de Norteamérica, Wall Street se había hecho un poderoso lugar para las finanzas durante y después de la guerra civil, los palacetes de estilo italiano y las nuevas mansiones de la Quinta Avenida hablaban de las grandes fortunas de la ciudad, sus imprentas e editoriales florecían, era el centro de publicaciones más importante de la nación, no era el emporio intelectual que era Boston, pero era el lugar donde la cultura popular se manifestaba con mayor fuerza.
Cerca de 10.000 bares y tabernas, un millón y medio de habitantes ya la catalogaban como la ciudad más grande y con ello, cinco periódicos de  gran tiraje y algunos de distribución nacional, cerca de una docena de teatros de lujo que en palabras de Justin Kaplan, autor de la obra Mr. Clemens y Mark Twain, uno de los mejores biógrafos de Samuel Clemens, variaban de número dependiendo de los incendios que regularmente se desataban en la ciudad.
Las atracciones y presentaciones eran variadas, desde “shows de piernas”, melodramas, circos, donde destacaban las presentaciones de Barnum’s Happy Family, números musicales de todo tipo, actos de magia, malabaristas, los cómicos eran apenas números de relleno entre actos, pero ya estaban registrando popularidad los humoristas de plataforma aprovechando la popularidad de las lecturas que hacían los consagrados escritores de la literatura seria en clubes privados, hoteles, salas de recepciones, universidades y banquetes donde eran invitados.
Twain estaba en el lugar preciso en el momento justo, pero como todo principiante abriendo un nuevo mercado y cautivando un nuevo público, estaba aterrado, en California le habían advertido que el humor de la costa este variaba con mucho al de California, era más culto, más comedido, utilizaban el idioma de manera distinta con otros giros y modalidades.
Fue en varias ocasiones a escuchar a su predilecto conductor de audiencias, el destacado predicador Henry Ward Beecher, uno de los hombres más célebres de la nación que muy pronto estaría involucrado en una de los escándalos más notorios, un juicio por adulterio con una de sus feligreses.
Ward era sin dudas el mejor orador del país y Twain lo estudió meticulosamente, tomando notas de su estilo y de lo que él llamaba, “su pirotecnia”, escribió Samuel de un día que lo vio en su iglesia ante la sala a reventar: “El marchaba de un lado a otro del escenario, moviendo sus brazos en el aire, arrojando sarcasmos aquí y allá, descargando cohetes de poesía, haciendo explotar cargas de profundidad llenas de elocuencia, deteniéndose de pronto para enfatizar un punto, zapateando tres veces para recalcarlo ”. 
Luego de aquello vívidos sermones de los domingos en la mañana, que dejaban a su audiencia cautivada y electrificada, y a él agotado y sudando, se iba a su casa donde siempre se rodeaba de invitados distinguidos para almuerzos opíparos y largos, de los cuales tuvo la fortuna Twain de ser, en varias ocasiones, un comensal, incluso Ward lo convenció de que hicieran un viaje juntos que su iglesia estaba preparando para visitar las Tierras Santas, sería un crucero de lujo con lo más granado de sus seguidores, gente de mucho dinero.
Twain se trazó un plan para su presentación inaugural en New York, logró colocar sus artículos sobre las islas Sandwich en el New York Weekly con una circulación de 100.000 ejemplares, sus editores publicaron su intención de hacer unas apariciones públicas lo que le resultó, en publicidad gratuita.
Igualmente aprovechó la salida de su nuevo libro, El celebrado sapo saltarín del Condado de Calaveras y otras historias, que estaba seguro sería un éxito en las librerías para promocionar paralelamente su aparición como humorista en las tablas.
Su amigo Frank Fuller fue su productor para la ocasión y logró el patrocinio de 200 californianos que vivían en New York, con lo que decidió utilizar el teatro para oradores más grande la ciudad, el Great Hall, donde políticos como Lincoln habían dado sendos discursos, Fuller puso 500 dólares de su propio bolsillo para asegurarlo para la noche del 6 de Mayo, en la que el gobernador de Nevada personalmente iba a introducir a Mark Twain al público.
Todo iba de maravilla hasta que empezaron a surgir presentaciones que competían esa noche con la aparición del stand up comic, en la sala Irving se presentaba el senador Schuyler Colfax, speaker of the house en el Senado en Washington, uno de los candidatos en las elecciones presidenciales.
El cantante italiano Adelaide Ristori, interpretaría su concierto de despedida, que aunque su repertorio era todo en italiano, era muy popular en la ciudad. Y en la Academia de la Música presentaban un troupe de acróbatas, magos y contorsionistas japoneses.
Las hojas promocionales del espectáculo yacían casi completas en los omnibuses, las invitaciones especiales, la mayoría regresaron con excusas de no poder asistir, el gobernador de Nevada se excusó por fuerza mayor, los tickets de 50 centavos cada uno, se conservaban íntegros en los hoteles y tiendas donde los vendían… el desastre era inminente, pero no había vuelta atrás, la suerte estaba echada.
Fuller tuvo que recurrir a una estratagema, tomó los tickets que no se habían vendido y los repartió gratuitamente entre los profesores de las escuelas en New York, pensaba Fuller, que sería un público a la altura de Twain, inteligente, instruido, una audiencia de clase como pocas en New York, si tenía éxito con ellos, lo demás vendría solo.
Esa noche tuvo un lleno total en el teatro aunque solo recogieron 35 dólares en taquilla, hizo su propia introducción y por hora y cuarto que duró el espectáculo, Twain se metió la audiencia en un bolsillo, las carcajadas del público se encadenaban unas tras otras probando el nuevo dominio que tenía de la escena y del manejo de la psicología de su público, los críticos de los principales periódicos invitados, solo tuvieron elogios para el nuevo humorista, que de seguro, desbancaría al mismísimo Artemus Ward, una nueva estrella había nacido.  Así fue el inicio de una larga y exitosa carrera como stand up comic de uno de los más grandes escritores norteamericanos.  
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
Miranda - Venezuela


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